sábado, 25 de noviembre de 2006

La insoportable pesadez de la razón

Un año antes de la invasión soviética de Checolosvaquia Milan Kundera escribía La Broma, una pieza magistral sobre la pérdida de la libertad y el sentido común en las relaciones humanas; la obra también es, entre otras muchas cosas, una cerrada denuncia de la opresión política y un alegato implacable a favor del sentido común y los valores del individuo frente a los excesos del un régimen absurdo, que somete al protagonista de la novela a la marginación social y a duros castigos por haber escrito una broma en una carta de amor.

La situación no es desde luego comparable a la Catalunya actual, pero sí que nos induce a meditar críticamente acerca del por qué esta sociedad se ha convertido en un ente ajeno al elemental sentido común; o por qué la razón -entendida como método discursivo conforme a la naturaleza de las cosas- parece haberse volatilizado y que no anide ya en ninguna de las cabezas de nuestros políticos.

La presencia en el Parlament de tres diputados de Ciutadans ha hecho naufragar algunas verdades que hasta hoy se daban por sentadas, mientras los políticos profesionales del nacionalismo han quedado atónitos y confusos ante la nueva situación. No consiguen entender cómo después de dos décadas de inmersión y adoctrinamiento practicados sin rubor, algunos ciudadanos han decidido no hacerles el menor caso y denunciar abiertamente el secuestro de su libertad individual y el espeso manto de silencio y marginación con que les arropaban a su pesar.
El nacionalismo, por sí mismo, no es intrínsecamente nocivo: tiene apreciables componentes de autoestima, y el formar parte de un grupo sociopolítico -nación u otra denominación equivalente- contribuye a fortalecer el carácter social de la persona. El hecho de pertenecer a una comunidad con una traza cultural diferenciada o de una cierta entidad, produce en el individuo un claro confort social.
Pero lo ocurrido en Catalunya estos últimos tiempos se aleja notablemente de esta clase de nacionalismo. Lo ocurrido es un verdadero rapto del inconsciente colectivo por parte de los lideres políticos -de todos sin exclusión- instalados en una privilegiada casta social y económica, mediante la patrimonialización de la Patria (Catalunya), elevada al rango de Nación y usada sin rubor ni vergüenza para sus particulares intereses políticos.
Para estos señores, cualquier acto, manifestación, opinión o crítica que cuestionase la exquisita catalanidad de sus políticas de partido -o la propia conveniencia de una política basada de forma exclusiva en lo catalán como objeto de agresión directa por parte del Estado español- era interpretada como una grave ofensa al sujeto colectivo “Catalunya”, convertido en tal por una hipóstasis ritual de los dirigentes con sueldo, tarjeta Visa y coche oficial. Esta sacralización, desmesurada y obscena, del territorio y acervo cultural común ha servido (con excelentes resultados hasta la fecha, por cierto) para consolidar un nacionalismo políticamente excluyente o, a lo sumo, no-integrador.
En realidad se ha estado practicando de tapadillo algo más que la promoción y exaltación de lo propio y particular: quien no participase con devoción de estas ideas y no se considerase nacionalista en los términos descritos, era -y es todavía- considerado un traidor a la tribu, y, por tanto, un sujeto digno de la más absoluta marginación social y ostracismo civil. Y todo esto, sorpresivamente, sin ninguna elaboración doctrinal estimable, sin escritos dignas de ser leídos, sin ensayos filosóficos, sin foros de debate o discusión. En resumen, sin ningún soporte científico. El nacionalismo catalán de las ultimas dos décadas se ha lanzado a la palestra sin bagaje alguno, aunque bien pertrechado de sofismas, tópicos y medias verdades.
En puridad han seguido la misma senda que Herder y Fichte habían trazado para justificar el nacionalismo alemán y arrebatar a Francia el predominio y superioridad cultural en el siglo XVIII. Herder, más que nadie, contribuyó a forjar este carácter nacional que es la base del nacionalismo de los siglos XIX y XX y que se caracteriza por una incontenible exaltación de lo particular (Volksgeist). El sustrato de la cultura nacional es, básicamente, la lengua, originando en el caso catalán un nacionalismo romántico que tiende enfatizar la cultura autóctona (y su instrumento: la lengua catalana) hasta extremos inconcebibles, edificando la base de su propia existencia sobre la cuestión lingüística como materia única y primera de definición y de diferenciación respecto de sus vecinos.
La lengua pasa a ser, por tanto, elemento definidor del concepto de nación en la Catalunya de la segunda mitad del siglo XX ,y este y no otro es el elemento diferenciador y piedra clave del nacionalismo catalán.
En Catalunya, a mayor abundamiento, el uso del catalán permite que se perpetúen los privilegios de las clases dirigentes y las elites económicas locales. Estas, amparadas con la bandera de la lengua y la cultura -a veces desde posiciones políticas e ideológicas dispares- no tienen inconveniente en fundirse y amalgamarse con el solo propósito de monopolizar el poder político y liderar el proceso hacia la “plena soberanía” o “autodeterminación”. Los posicionamientos políticos no nacionalistas quedan marginados de la cosa pública, como también lo son aquellos colectivos que no asumen la lengua como marchamo identitario propio.
En este estado de cosas los partidos políticos han tenido oportunidad de repartirse el poder durante años, configurando un mapa político “estable”, cuando en realidad no era más que una ensoñación porque no todo el pueblo catalán -ni de lejos- es nacionalista en los términos excluyentes que hemos mencionado.
De hecho la aparición de Ciutadans en la política catalana marca un antes y un después en la evolución de este tipo de nacionalismo; a partir de ahora habrá que repensar la participación de todos los catalanes en el proceso político que se iniciará con la puesta en marcha del Estatut.
Ya no va a ser posible mantener esta marginación política porque nos hemos dado cuenta de golpe que el pueblo catalán está formado individuos con una elevada conciencia de su pertenencia a Catalunya, que se sienten honestamente catalanes, pero que no pueden sin más aceptar su exclusión de la vida colectiva si no se someten a un encorsetado monolingüismo.
Quizá este repensar nuestro futuro nos lleve a una nueva concepción de las formas de articulación territorial. Todo es posible. Lo que no ofrece duda es que en este debate Ciutadans va a intervenir de forma honesta y eficaz con su presencia en el Parlament de Catalunya. Su irrupción en el plano político ha trastocado las previsiones de los más sesudos analistas gracias al tesón y voluntad de gentes que han visto llegado el momento de poner fin a una política de diletantes y oportunistas.
La mecha la encendieron en su día unos intelectuales a los que debemos agradecer su valentía y su resolución en impulsar a la participación política a ciudadanos desengañados y ofendidos. Dijo también Kundera que hay algo así como una especie de tendencia a la autoflagelación en los intelectuales: les encanta dar la razón a quienes les están quitando la libertad. Por una vez Kundera no ha tenido razón.

Ricard Tàsies Hispalibertas (19/XI/06)

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