martes, 27 de julio de 2010

Más hacer y menos decir. Por M. Martín Ferrand

Los graves problemas que acosan a la Nación requieren medidas concretas y drásticas, no espasmódicas.

POR lo que llevamos visto desde que José María Aznar, por sí y ante sí, le designó sucesor, a Mariano Rajoy se le da mejor la teoría que la práctica. Ayer se fue a El Escorial, a uno de esos cursos que alivian la escasez informativa vacacional, y, después de pedirle a José Luis Rodríguez Zapatero que «no haga más el ridículo» con el Estatuto de Cataluña, le invitó a buscar «los grandes consensos nacionales que nunca debieron perderse». Como ya escribió en estas páginas Wenceslao Fernández Flórez, el consenso es la práctica que suelen invocar los representantes de la minoría para doblegar la voluntad de la mayoría. Algo, añado, que no están dispuestos a practicar quienes lo reclaman.

Según Rajoy, «no tiene sentido» que el Gobierno esté 17 meses más resolviendo un problema que ellos mismos han creado y sugiere, otra vez —¡que no decaiga!—, la celebración de elecciones anticipadas. Dado que el líder del PP no se atreve con una moción de censura que, aún perdiéndola, podría ser el gran pregón de su propuesta alternativa, algo que nos debe, y ya que predica consenso como germen del bien nacional, lo que debiera intentar es el suyo con el PNV y CíU, dos fuerzas del centro derecha que, ensimismadas con su matraca centrífuga, están olvidando en demasía el primum vivere que exige la tradición política de la derecha. El philosophariintransitivo siempre fue el consuelo de la izquierda. Esa unión ya tendría la fuerza suficiente para que la teoría de un adelanto electoral pueda pasar a la práctica.

Los múltiples y graves problemas que acosan a la Nación no son para la formulación de grandes y pomposas teorías, requieren la aplicación inmediata de medidas concretas y drásticas, no espasmódicas. Si, como nos dice, Rajoy es consciente de ello, debiera obrar en consecuencia y pasar a la acción. Pedirle a Zapatero que adelante las elecciones en un ejercicio autocrítico y benéfico es tan ridículo como el que el presidente hace con el Estatuty señala el del PP. No perdamos de vista, para no ignorar la dimensión del caos sobre el que nos asentamos, que además del problema económico, paro incluido, estamos ante una crisis institucional de gran alzada. Ayer mismo, en colaboración con Felipe González, Carme Chacón firmaba en El País un artículo —«Apuntes sobre Cataluña y España»— en el que, sin ambages, se afirmaba que la concepción de España como «Nación de naciones» nos fortalece a todos. Pudiera ser; pero, ¿es esa la partitura que corresponde a una ministra de Defensa que ha prometido el texto vigente —no uno venidero, más deseable y benefactor— de la Constitución?


ABC - Opinión

González y Chacón. La España postconstitucional. Por Guillermo Dupuy

¿Se imaginan a cualquier ex presidente del Gobierno y a un ministro de Defensa de cualquier país civilizado considerar una "obsesión injustificada" o una "expresión ofensiva" la indisoluble unidad de su nación?

Tras criticar en mi último articulo la antihistórica, inconstitucional y contradictoria expresión que se refiere a España como "Nación de naciones", me encuentro este lunes en El País con un articulo, escrito al alimón nada menos que por el ex presidente del Gobierno, Felipe González, y la actual ministra de Defensa, Carme Chacón, en el que se defiende esa misma delirante concepción de España, al tiempo que se critica el recurso de inconstitucionalidad del PP y, en parte, la sentencia del Constitucional sobre el escasamente recortado estatuto soberanista catalán.

Ni qué decir tiene que tampoco González y Chacón tienen la gentileza de la que les hablaba yo el otro día, consistente en decirnos, ya puestos a inventar, el número y el nombre de esas "naciones" que, según ellos, componen a su vez la nación española. Sólo dicen que es "una concepción que nos fortalece a todos", no sin antes haber definido a Cataluña como "uno los sujetos políticos no estatales, llamados naciones sin Estado".


En principio, no es de extrañar que quien sostiene semejante disparate contra la lógica elemental y contra la realidad histórica y constitucional de Cataluña y del resto de España, le parezca una "obsesión injustificada" la "indisoluble unidad de la nación española". Sin embargo, lo bochornoso, más que extraño, es que ese precepto constitucional le parezca una "obsesión injustificada" a un ex presidente de Gobierno español y a la actual ministra de Defensa de nuestro país. ¿Se imaginan a cualquier ex presidente del Gobierno y a un ministro de Defensa de cualquier país civilizado considerar una "obsesión injustificada" o una "expresión ofensiva" la indisoluble unidad de su nación? Más aun, cuando ese reproche de González y Chacón va dirigido contra los magistrados de un Tribunal encargados de enjuiciar un estatuto precisamente a la luz de la letra y del espíritu de una Carta Magna que no reconoce más nación que la española, patria común e indivisible de todos los españoles. Denigrar como obsesión ese desvelo exigible a los magistrados sería tanto como criticar a los encargados de llevar a cabo un chequeo médico de estar "injustificadamente obsesionados" por la salud de su paciente.

González y Chacón, sin embargo, rizan el rizo cuando, a renglón seguido, se permiten decir que los votos particulares que respaldan la impugnación del PP "escatiman la condición de parte del Estado a la Generalitat" y expresan, nada menos, que "una visión preconstitucional del Estado". Y lo dicen ellos, González y Chacón, que acaban de elogiar la noción de "bilateralidad entre Cataluña y España" y que acaban de respaldar algo tan igualmente contrario a la Constitución como que Cataluña es "una nación sin Estado" o que España es una "nación de naciones".

Las groseras contradicciones y las simples mentiras del ex presidente y de la ministra contra los votos discrepantes van en aumento cuando salen en defensa de la "inmersión lingüística que cohesiona Cataluña" o cuando, en flagrante falsedad, acusan a los magistrados de negar "la noción misma de autogobierno" o de "invocar como autoridad jurídica y política" nada menos que la Biblia.

Resulta bochornoso que quien reivindica una realidad por nadie cuestionada como es la diversidad de España defienda, sin embargo, como "cohesionadora" la inmersión lingüística que coactivamente cercena la libertad y la diversidad lingüística de los catalanes. Tampoco es por ello de extrañar que para González y Chacón sea una "negación del autogobierno" lo que no es más que la constitucional distinción entre lo que son competencias autonómicas y competencias del Estado.

No se crean, que el ex presidente del Gobierno y la ministra de Defensa de España también tienen dardos contra los magistrados condescendientes con ese engendro soberanista sobre el que el propio Maragall reconoció que era necesario una "reforma previa" de la Constitución para darle cabida. Además de la ya mentada reprimenda por su "injustificada obsesión" con la unidad de España, también les critican por otras "expresiones ofensivas" como la que simplemente trata de no reconocer derechos distintos entre españoles por razón del territorio donde vivan o la que tratan de preservar la jerarquía normativa que ya la propia Constitución, no por nada llamada Ley de leyes, establece. Eso por no hablar de la dilación, ciertamente criticable, pero de la que es principal responsable quien se ha empeñado en que los magistrados aceptaran el pulpo como animal de compañía.

Finalmente, y tratando de hacer equivalente el amplio respaldo que la Constitución tuvo en Cataluña con el ridículo apoyo que los catalanes han brindado al nuevo estatuto, González y Chacón concluyen señalando que "la Constitución de 1978 fue punto de encuentro y de partida".

Y tanto que ha resultado ser "punto de partida"; como que esa Constitución y ese consenso han sido dejados atrás. Sólo que no es un avance, sino una involución que debilita las fronteras jurídicas que configuran a la nación española como estado de derecho, retrotrayéndonos a los reinos de Taifas.


Libertad Digital - Opinión

Bromas de mal gusto. Por Hermann Tertsch

Esta vez sí que contamos con el hombre que la historia y el destino nos han deparado. Y nos lo dice él mismo.

TOMEN todos nota. Nuestro presidente ha vuelto a hablar de sí mismo —en realidad siempre lo hace— y nos ha dejado un par de joyas. Para disfrutar o angustiarse, a elección del consumidor de las sabidurías selectas. Allá cada cual. Dice primero nuestro gran jefe cómo quiere entrar en la historia de España. Grandes palabras. Se ve en los libros de historia, dice, como el gran artífice de la «tercera transición», la económica, que nos hiciera dar el gran salto hacia delante. Sería algo así, es un suponer, como la revolución industrial japonesa o el «milagro alemán» de Ludwig Erhardt. Eso para los más humildes. Para los que piensan con la profundidad y la amplitud de miras de nuestro Zapatero, sería quizás más adecuado pensar en el «gran salto adelante» que Mao propuso a China en la revolución cultural, de la cual habría de surgir el hombre nuevo y la sociedad libre. El mundo del hombre bueno. Cierto que en aquella revolución se rompieron más huevos de los estrictamente necesarios para una buena tortilla. Pero eran otros tiempos. Y esta vez sí que contamos con el hombre que la historia y el destino nos han deparado. Y nos lo dice él mismo. Parece mentira que viniera a nacer aquí —aquí mismo, entre nosotros— este hombre que conmocionará al mundo entero con su consigna de que «la tierra pertenece al viento».

Anda que no van a presumir en el cole y con las chicas los tataratataranietos del capitán Lozano. Pero no por aquel militar que llegada una guerra civil no sabía bien cuál de los dos bandos le iba a fusilar antes y que sólo pudo confirmar la mala impresión en uno de ellos. No, la auténtica gloria llegaría a la familia con el nieto Pepe Luis, el genio de la economía que en sólo dos tardes se metió el mundo en la cabeza. Y no sólo entendió todos sus secretos económicos y abrió caminos inexplorados y hasta entonces inimaginables, para mayor provecho, riqueza y gloria de un territorio peninsular entonces llamado España cuyo modelo de multiplicación de bienes y parabienes habría de conquistar el mundo. Encontró soluciones simples a problemas olvidados por irresolubles, a enigmas jamás resueltos. Y la tierra dejó de ser un planeta de tristezas, hambrunas, desesperanzas, viles mercados y especuladores infames. Y se transformó en un vergel en el que todos los humanos se sonreían unos a otros. Se miraban y alegraban gentilmente el rostro en permanente intento de imitar la inolvidable sonrisa de aquel hombre que gobernó en España en el siglo XXI.

En fin, mi contrato me exige al menos un par de frases serias por columna. Ven lo que se puede divagar con una respuesta de Zapatero. Piensen ahora lo que se podría hacer con otra respuesta suya. La que valora como su mayor éxito la negociación con ETA. Se le quitan a uno las ganas de bromear.


ABC - Opinión

Tomás Gómez y un nuevo culebrón del PSOE de Madrid. Por Antonio Casado

Los socialistas madrileños vuelven a dar espectáculo. No es nuevo. Cuando Tarradellas conoció a Alfonso Guerra, en los primeros lances de la transición, le aconsejó que atase en corto a la FSM (Federación Socialista Madrileña). El veterano dirigente republicano catalán, aquel del “Ja soc aquí”, nunca perdonó la “traición” de Julian Besteiro a la causa de la Segunda República en el último tramo de la guerra civil. Y al encontrarse casi cuarenta años después con el número dos del PSOE fue lo primero que se le vino a la cabeza.

Proverbiales fueron también las batallas internas entre los guerristas de José Acosta y los felipistas de Joaquín Leguina en los primeros años noventa. Por no hablar del sórdido episodio de Tamayo y Sáinz, los famosos tránsfugas socialistas que, solos o con apoyos externos, impidieron la investidura de Rafael Simancas como presidente de la Comunidad y alfombraron el camino de Esperanza Aguirre después de las elecciones autonómicas “bis” de 2003. A Zapatero, que por aquel entonces era un aspirante a la Moncloa, se le debió atragantar aquello de que su modelo de gobierno en España iba a ser el de Simancas en Madrid. Vaya patinazo.

Patinazo de Zapatero también ha sido su apuesta por Tomás Gómez como sustituto de Simancas después de las elecciones autonómicas de 2007. Acertó al encontrar al pacificador del partido pero patinó una vez más al verlo como el candidato capaz de ganarle las elecciones a Esperanza Aguirre. Eso dicen las encuestas, en las que Gómez nunca ha llegado a despegar en los índices de conocimiento ni en los de valoración.


Todo eso es perfectamente compatible con la solidez de su liderazgo interno, que le convierte en candidato indiscutible de la organización regional. Y también con su acreditadísimo tirón electoral en Parla (Madrid). Se puede tener muy buena sintonía con los militantes y no tanta con los ciudadanos. O barrer en unas elecciones municipales y no tener una aceptación equivalente en autonómicas, como ocurría en el caso de Paco Vázquez, cuyas prospecciones siempre desaconsejaron su candidatura a la presidencia de la Xunta de Galicia.

El fantasma del desbarajuste en el Partido Socialista de Madrid vuelve así a pasearse por Ferraz. El actual secretario general del PSM, Tomás Gómez, se empeña en mantener su candidatura a la presidencia de la Comunidad en contra de la opinión de la Comisión Ejecutiva Federal. Las dos partes tienen sus razones pero está escrito: primero, que al candidato lo propone el PSM pero eso no es vinculante para la máxima dirección del PSOE; segundo, que la decisión corresponde en el caso de grandes ciudades al comité federal de listas, y tercero, que la última palabra la dice el Comité Federal del PSOE.

Conviene saber estas cosas ante el debate que se avecina si Tomás Gómez mantiene su posición “numantina”, como ayer la calificó Zapatero, y el asunto deriva en una convocatoria de elecciones primarias, que están perfectamente regladas para la eventual aparición de un candidato alternativo, siempre que éste reúna los avales necesarios. Es el órdago del líder socialista de Madrid a la Ejecutiva presidida por Zapatero, después del tanteo que llevó a cabo el presidente del PSOE, Manuel Chaves, para conocer la disposición de Gómez a dar un paso atrás.

La solución, en septiembre, si no hay primarias. O en octubre, si las hay. Entonces decidirá el comité federal de listas y ratificará el Comité Federal del partido. Con primarias o sin primarias, se me ocurren dos nombres alternativos al de Gómez: la ministra Trinidad Jiménez y el secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky. Con su vida política muy ligada a Maderid, ambos han crecido notablemente en conocimiento y valoración.


El Confidencial - Opinión

González y Chacón. Sean, al menos, coherentes. Por Cristina Losada

Bajo conceptos respetables como descentralización y federalismo viene tapando el PSOE su sumisión a los credos identitarios del nacionalismo. La tapadera, sin embargo, no resiste el test de consistencia.

Por si alguien mirara hacia la vieja guardia socialista con la esperanza de que, desde esa lujosa casa de retiro, se contrarrestara el anunciado desacato a la sentencia del Constitucional, Felipe González en persona ha venido a despojarle de ilusiones. El ex presidente acaba de avalar, en artículo firmado con la ministra de Defensa –"soy la niña de Felipe"– la maniobra que urden Zapatero y Montilla para saltarse el dictamen. Lo hace, desde luego, con naturalidad. Con la naturalidad de quien nunca se ha sentido sujeto al imperio de la ley, esa carca querencia anglosajona, ni ha tenido respeto por la separación de poderes, una absurda invención de Montesquieu que ata de modo intolerable las manos a un Gobierno, razón por la que González la liquidó cuanto pudo allá por los ochenta.


"Esa sentencia no es la Constitución", escriben ambos tan frescos. Y es que sólo los malvados centralistas pueden pensar que la Constitución no dice lo que convenga, en cada instante, al Partido Socialista. Ya hemos mencionado al malo malísimo del cuento de la pareja: el centralista, el que desea acabar con la diversidad, destruir el "autogobierno" e imponer el español como única lengua. No busquen más a ese monstruo: es el Partido Popular, que disimula arteramente esas ansias, toda vez que ha descentralizado tanto como cualquiera. Recuérdese, en cuanto a la lengua, que fue Alianza Popular quien se adelantó al Estatut en muchos años al legislar, en Galicia, el deber de conocer el gallego. Y que el propio González recurrió el precepto ante el TC, que le daría la razón en 1986. ¿No se avergüenza el ex presidente de aquella actuación "centralista"? ¿Y de otras?

Bajo conceptos respetables como descentralización y federalismo viene tapando el PSOE su sumisión a los credos identitarios del nacionalismo. La tapadera, sin embargo, no resiste el test de consistencia. Si, como aseguran Felipe y su niña, Cataluña es un "sujeto político no estatal", una nación sin Estado, lo consecuente sería dotarla de un Estado propio, como reclaman los nacionalistas auténticos y como pretendía, de facto, el Estatuto. Pero los socialistas quieren la plurinacionalidad de España y, al tiempo, que esas pobres naciones permanezcan en condición subalterna, inferior y mendicante. Desean que España subsista para poder gobernarla y que no exista para poder gobernar.

Sean, al menos, coherentes. Y si les parece ofensiva la "indisoluble unidad de la nación española", declárenla extinguida y háganlo votar.


Libertad Digital - Opinión

Los ciudadanos ya han pactado. Por Ignacio Camacho

Una amplia mayoría de españoles se decanta en contra de incrementar los poderes de las autonomías.

EL pacto de Estado que deberían firmar el PSOE y el PP sobre el modelo territorial ya lo han suscrito sus respectivos votantes sin necesidad de ponerse de acuerdo. Una amplia mayoría de españoles (67,6 por ciento) se decanta en el último sondeo del CIS en contra de incrementar los poderes de las autonomías, cuya percepción negativa se ha desplomado en los últimos cinco años coincidiendo con las reformas estatutarias auspiciadas por el zapaterismo. Y esa mayoría procede del electorado de los dos principales partidos, que se pronuncia además de forma abrumadora (entre el 88 y el 75 por ciento) a favor de la identidad nacional española. Aunque los porcentajes críticos sobre la deriva autonómica sean lógicamente más amplios entre simpatizantes del PP, la encuesta oficial revela una enorme base de acuerdo en la necesidad de reconducir el proceso en dirección opuesta a la que ha marcado el Gobierno. La crisis, el despilfarro de recursos y la duplicidad de competencias han generado en la ciudadanía un estado de opinión propicio como mínimo a la reflexión sobre el modelo de Estado. Pero como de costumbre, la dirigencia oficial marcha en sentido contrario hacia un avance centrífugo que inquieta, preocupa o genera rechazo en el sentir ciudadano.

La principal razón para embridar la diáspora territorial debería ser precisamente la propia defensa del Estado de las Autonomías, cuyos resultados globales a lo largo de tres décadas son objetivamente positivos y no merecen caer en el desprestigio que empieza a causar el descalzaperros del último quinquenio. La desestructuración promovida por Zapatero podrá satisfacer a las minorías nacionalistas —en la práctica ni siquiera sucede eso— pero está destruyendo el consenso social sobre el modelo de Estado y ha empezado a generar desconfianza respecto a sus virtudes funcionales. La gente percibe con recelo el desarrollo autonómico y es menester que la política impida su descrédito definitivo mediante un acuerdo en defensa de la cohesión nacional. La proporción de electores socialistas que ha incrementado sus juicios negativos es lo bastante importante como para merecer una reflexión de un Gobierno tan habitualmente atento al pulso de la demoscopia.

La sensibilidad actual de la opinión pública refleja una situación madura para un acuerdo político que, aunque ahora mismo no parece viable, tendrá que producirse más tarde o más temprano. Con Zapatero es imposible porque su proyecto (?) es justo el inverso, pero ahí hay fondo sólido para un programa electoral alternativo… y acaso para un liderazgo alternativo en la propia izquierda. En el PP es más fácil de plantear la cuestión de la estructura de España, pero el PSOE tendrá que pensar alguna vez en que el zapaterismo no va a ser eterno.


ABC - Opinión

Lo que yo le preguntaría al presidente. Por Fernando Jáuregui

El presidente Zapatero se comprometió a ofrecer una rueda de prensa amplia y abierta al menos cada fin de temporada política. Hay que reconocer que, mal que bien, ha ido cumpliendo este compromiso. Y volverá a hacerlo a finales de esta semana, antes de partir para unas vacaciones que, insisten desde La Moncloa, serán breves. Lo importante es saber cuáles serán las líneas maestras de una comparecencia que, entiendo, se produce en un momento especialmente delicado en la vida política española y, desde luego, en la del propio Zapatero.

Excluyo, a estas alturas, sorpresas de gran calado: si ZP hubiese tenido conejos en su chistera de prestidigitador, los hubiese sacado, según parece lógico, en el pasado debate sobre el estado de la nación. No lo hizo entonces, y difícilmente lo hará ahora, cuando las preguntas que pueda recibir versarán sobre sus planes inmediatos: ¿hará una crisis de Gobierno a corto plazo? ¿Piensa presentarse a una reelección o designará, de alguna manera, a un sucesor o sucesora? ¿Cree posible una recuperación económica a corto plazo tras poner en marcha las medidas de ajuste?


Y, ya que estamos en ello, ¿habrá nuevas medidas "duras", como ese proyectado impuesto especial a "los ricos"? ¿Piensa que aún es posible pactar algo trascendente con el PP de Rajoy? ¿Qué cree que pedirán los nacionalistas vascos a cambio de su apoyo a los Presupuestos? Si el PSC y Montilla no ganan las elecciones autonómicas, ¿qué va a ocurrir en Cataluña tras el "sentenciazo" sobre el Estatut?

Son solamente, por supuesto, algunos ejemplos de las muchas cosas que le preguntarán a un Zapatero que difícilmente puede responder de manera categórica y veraz a ninguna de estas interrogantes. Difícil papeleta la del presidente enfrentado a los medios de comunicación, es decir, a la opinión pública y publicada, en medio de una coyuntura en la que probablemente ni él mismo sepa qué diablos va a ocurrir mañana.


Periodista Digital - Opinión

Cataluña. Apuntes sobre Chacón y Felipe. Por José García Domínguez

Era lo que nos faltaba por ver, Mister X embutido en una señera y apropiándose de la retórica abertzale de Josu Ternera y su cuate Carod Rovira.

Al fin, ya sabemos por qué la ministra Chacón no concedió pasar revista a aquellos aguerridos maulets que pugnaron por propinarle una patriótica paliza a Don José, muy cívico conato de linchamiento que llevaría a la perentoria disolución de la célebre bullanga de Barcelona. Y es que andaba ocupada en pergeñar, al alimón con Felipe González, un sentido homenaje al movimiento surrealista, ése que bajo el título Apuntes sobre Cataluña y España acaba de airear El País. Así, en Los campos magnéticos, escribía Louis Aragon: "El surrealismo no es sólo un modo de escritura, sino una actividad psíquica que corresponde bastante bien al estado de ensueño, estado que hoy en día es muy difícil de delimitar".

Y tan difícil. Por algo, presas ambos, Chacón y González, de esa imprecisa narcolepsia, entre bostezo y bostezo, han dado en pastar juntos dentro del mismo campo semántico que Batasuna y la Esquerra. Era lo que nos faltaba por ver, Mister X embutido en una señera y apropiándose de la retórica abertzale de Josu Ternera y su cuate Carod Rovira. De tal guisa, desconsolados, lloran Carme y Felipe por la ruin perfidia de quienes han dejado a su "nación sin Estado", Cataluña por más señas, huérfana de la una y el otro. ¿Cómo no imaginar el íntimo desgarro del padre de la LOAPA al contemplar a Celestino Corbacho desposeído de sus atributos nacionales?

Sin embargo, en el de profundis identitario falla la premisa mayor. Pues aún hoy constituye un ignoto misterio quién le robó el carro a Manolo Escobar, pero en cuanto al hurto de la nación de Carme, el enigma está resuelto en las actas del Congreso de los Diputados. Culpable convicto y confeso fue el PSOE, que contó para el empeño con la impagable connivencia activa del PSC. Al cabo, el Tribunal Constitucional no ha necesitado tocar ni una coma del artículo primero del Estatut, ése que, merced a una oportuna enmienda socialista, define a Cataluña como nacionalidad, y no como nación. Algo que luego ratificarían en el referéndum los catalanes. Quizá, cuando despierte de su plácido sueño, la diputada Chacón recuerde que fue ella misma quien frustro en las Cortes el supremo anhelo del cándido Felipe, la "Nación de naciones". ¿Pero por tan lerda tendrán a su gente?


Libertad Digital - Opinión

Excesos autonómicos

La encuesta del CIS debería mover a la reflexión de una clase política cuyos intereses se alejan con cierta frecuencia de la opinión generalizada entre sus electores.

CRECE a pasos acelerados la desconfianza ciudadana en el Estado autonómico como modelo de organización territorial. Así se desprende de una encuesta del CIS, que refleja el distanciamiento de muchos españoles hacia un sistema que —según esta opinión mayoritaria— no ha conseguido encauzar las reivindicaciones nacionalistas y que, además, resulta insostenible en tiempos de crisis. La valoración negativa se acentúa en el caso de los votantes del PP, con una espectacular caída de 23 puntos porcentuales respecto a la encuesta anterior, de 2005, pero también es llamativo el descenso de diez puntos entre quienes se declaran votantes del PSOE. Unos y otros comparten una clara preferencia por la identidad nacional sobre la regional (88 por ciento en el caso del PP y 75 para el PSOE), y resulta significativo el número abrumador de encuestados (95 y 89 por ciento, respectivamente) que se manifiestan «orgullosos» de ser españoles.

Otro dato que abunda en el mismo sentido es el rechazo de dos de cada tres encuestados a que su comunidad obtenga un grado superior de autonomía, frente a solo el 16 por ciento que reclaman más autogobierno. Esta encuesta debería mover a la reflexión de una clase política cuyos intereses se alejan con cierta frecuencia de la opinión generalizada entre sus electores. Mucha gente está irritada con el soberanismo de algunos y el despilfarro de muchos, y reclama por ello una racionalización del modelo autonómico, que se ha desviado del equilibrio establecido por la Constitución entre el poder central y los poderes territoriales. La opinión pública tiene muy claro que no son admisibles la duplicidad de órganos políticos y administrativos ni la utilización de los recursos de todos al servicio de proyectos egoístas e insolidarios.

ABC - Editorial

El error Sinde

No es posible encontrar un ministro con un balance más desastroso que el de la titular de Cultura, Ángeles González-Sinde. Lo más sorprendente es la perseverancia de su ineficacia.

A estas alturas, nadie, suponemos que con la excepción de ella misma, defiende la gestión errática y desordenada que caracteriza a su departamento. Era de esperar que sus evidentes carencias, como la falta de formación y la inexperiencia en la dirección de equipos, se verían compensadas con la prudencia, la capacidad de aprendizaje y el acierto en rodearse de profesionales bien cualificados. No ha sido así. La ministra de Cultura vive instalada en la autocomplacencia. Sus últimos ataques a las televisiones privadas, tan injustos como desproporcionados, sólo se entienden de alguien que sabe próximo su cese. Una vez más ha buscado complacer a un colectivo, el sector del cine, al que volverá como guionista, y al que ha intentado ayudar desde que ocupa la cartera, en perjuicio del resto de sectores. Las cifras de espectadores demuestran que en esto también ha sido muy poco eficaz. Los recursos multimillonarios que ha destinado o los ataques que realiza contra las televisiones confirman que nunca tendría que haber abandonado su trabajo de guionista. El Ministerio de Cultura es demasiado serio para que se convierta en un juguete al servicio de los caprichos de su titular.

Sinde confunde las televisiones privadas con las públicas, quizá como consecuencia de su escasa experiencia en este terreno, y cree que el cine es el centro de la cultura universal. Hemos defendido y siempre defenderemos el séptimo arte, pero sin sectarismos o miopías.

La ministra olvida que estamos en un Estado de Derecho y no en uno totalitario donde se confunde lo público y lo privado. Lo que exige a las televisiones privadas, y que no aplica a sus amigos del cine, lo debería hacer con las públicas, cuyos multimillonarios presupuestos pagamos todos los españoles. Las privadas prestan un gran servicio público, aunque quizá lo desconozca la ministra, con una serie de programas que se caracterizan por su pluralismo. A esto hay que añadir que pagan unos cuantiosos impuestos que sirven, entre otras cosas, para que reciba su sueldo o reparta generosas subvenciones entre sus amigos del cine. El estado de ánimo y la salud económica de las televisiones privadas invitan mucho más al optimismo que los del cine español. La ministra se confunde en todo en la relación de las televisiones privadas con el cine nacional. Las televisiones han cumplido a rajatabla con la obligación legal de dedicar el cinco por ciento de su facturación a películas y han invertido más de 800 millones de euros desde que la medida entró en vigor, a razón de más de cien millones por ejercicio. Y aunque es cierto que nuestras películas no dejan de perder espectadores año tras año, no lo es menos que los principales taquillazos de las últimas temporadas han sido títulos producidos por las televisiones. Es un hecho que si no fuera por esos éxitos, la debilidad de la industria cinematográfica sería mayor. Por lo tanto, la ministra, más que reproches, debería repartir reconocimientos a las TV o, al menos, guardar el respeto debido desde el Ministerio a las empresas que cumplen con sus compromisos.


La Razón - Editorial

Experimentos en Madrid

La mala perspectiva electoral de los socialistas aconseja acabar con el enredo sobre el candidato

Las dificultades para decidir quién será el candidato del Partido Socialista de Madrid en las próximas elecciones autonómicas están adquiriendo los tintes de una comedia de enredo. El secretario general de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, no cuenta con el apoyo de la dirección federal de su partido, que fue la que lo aupó hasta su actual responsabilidad. Gómez, por otra parte, se reafirma en su voluntad de ser el candidato, con lo que el choque está servido.

Madrid ha sido desde siempre un punto negro del aparato socialista, y no parece que vaya a dejar de serlo tampoco en esta oportunidad. Gómez, a quien la dirección nacional encargó en su día reconducir la situación, se ha convertido en un nuevo quebradero de cabeza para quienes lo promovieron. La fuerza del secretario general de los socialistas madrileños procede del escaso margen de maniobra que su resistencia deja a la sede central de la calle de Ferraz. O bien esta interviene contraviniendo las exigencias de democracia interna, o bien se pliega a la celebración de unas primarias en las que Gómez parte como favorito, dado el control que ha llegado a ejercer sobre el aparato del partido socialista de la Comunidad.

Más allá, sin embargo, de la querella interna, lo que este nuevo episodio pone de manifiesto es la persistente e ineficaz estrategia seguida por el partido socialista en Madrid, tanto en la Comunidad como en el Ayuntamiento. En lugar de consolidar un candidato a lo largo de varias elecciones, ha intentado en sucesivas ocasiones encontrar una figura que pudiera suplir un trabajo político realizado con constancia. Los resultados están a la vista. Tomás Gómez podrá ser mejor o peor candidato, y eso es algo que tienen que decidir los propios socialistas, pero lo que parece un camino sin salida es continuar en la estrategia de proponer nombres que solo se mantienen en las instituciones madrileñas el tiempo de que se apaguen los ecos de las elecciones.

Mientras los socialistas disfrutaron de una amplia ventaja sobre el Partido Popular en Andalucía y Cataluña, las consecuencias de los experimentos en Madrid eran limitadas. No es el caso en estos momentos. Sobre todo si, según se vienen desarrollando los acontecimientos, el enredo político en torno a la candidatura de Tomás Gómez en Madrid no tiene un desenlace respetable. Por ahora, no lo está teniendo.


El País - Editorial

El doble rasero de Occidente

Es el doble rasero con el que se maneja Occidente y los propios países árabes en los asuntos de la guerra, una malla muy fina para Israel, otra muy gruesa para la OTAN.

La guerra de Afganistán es ya, a estas alturas, un conflicto enquistado. El próximo mes de noviembre entrará en su noveno año y, a pesar del ingente esfuerzo bélico, económico y humano que los aliados han realizado, no se han conseguido los objetivos primarios de la campaña, que eran –y siguen siendo– estabilizar el país y eliminar la amenaza talibán. Las tropas de la ISAF, acrónimo de International Security Assistance Force (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad), controlan la capital Kabul y ciertas áreas del país. Otras permanecen bajo control de las milicias talibanes, muy bien financiadas por el tráfico de adormidera, base para la fabricación de potentes drogas como la heroína muy demandadas en los mercados occidentales.

Tal es el escenario actual de una guerra que se ha envenenado hasta extremos desconocidos por la opinión pública de los países que forman la OTAN, organización que sostiene la parte principal del esfuerzo pacificador en Afganistán. En este rompecabezas se inscribe la reciente destitución y paso a la reserva del general Stanley McChrystal, comandante en jefe de la ISAF hasta el pasado mes de junio. El escándalo McChrystal, que pasó casi desapercibido para los medios españoles pero que, en Estados Unidos, levantó una fuerte polémica, es la punta del iceberg de un problema de fondo que no termina de resolverse.


El último brote del desorden afgano tuvo lugar el pasado viernes en un episodio no aclarado aún en el que perecieron 52 civiles durante una operación de la ISAF en la provincia de Helmand. 52 vidas civiles que vienen a sumarse a más de 1.000 que ya se han perdido desde el comienzo del año. Los mandos militares ni afirman ni desmienten y la matanza está aún pendiente de investigación.

En espera de que los responsables políticos de la ISAF, que no son otros que los Gobiernos occidentales, den una respuesta satisfactoria al ataque de Helmand, bueno es recordar que una operación similar pero llevada a cabo por el ejército israelí hubiese desatado una ola de indignación internacional que, con toda seguridad, hubiese tenido consecuencias diplomáticas de largo alcance. Es el doble rasero con el que se maneja Occidente y los propios países árabes en los asuntos de la guerra, una malla muy fina para Israel, otra muy gruesa para la OTAN.

La lente distorsionada con la que siempre y sistemáticamente se mira a Israel con intención de culpabilizarle de oficio. Un ejemplo no bélico nos lo ofrece el director de cine Oliver Stone, famoso por su ideología de extrema izquierda y por su amistad con tiranos de la catadura de Fidel Castro o Hugo Chávez. En unas declaraciones al británico Sunday Times disparata asegurando que a Hitler y a su odioso régimen criminal hay que ponerlo "en su contexto", que los nazis se ensañaron más con los rusos que con los judíos, y que verdades tan elementales permanecen ocultas por culpa de "la dominación judía de los medios de comunicación".

Afirmaciones de este calibre serían perseguibles de oficio en países como Francia o Alemania, donde con ciertas cosas no se puede siquiera bromear. No así en Estados Unidos y más si el que las profiere es un santón de la corrección política que navega plácido sobre el mantra antisemita de nuestros días. Occidente está empezando a tener un problema muy grave y lo peor es que nadie parece advertirlo.


Libertad Digital - Editorial

¡En Afganistán hay una guerra!

Antaño se querían conocer todas las bajas del otro lado de la trinchera para subir la moral de tu propio bando. Y ahora se quieren emplear esas bajas del rival en detrimento propio.

¿Novedad? No es seguro que la haya. Al menos, no muy sustancial. Lo más relevante, sin duda, es que esta Administración Obama tiene un control de sus propios archivos que permite que decenas de miles de documentos relativos a la guerra de Afganistán se puedan hacer públicos en una página websin que al cierre de esta edición hubiese dimitido nadie. El consejero nacional de Seguridad, general James Jones, dio la cara diciendo que nada de lo publicado iba a cambiar la estrategia que se sigue en Afganistán. Y así debe ser —con la única modificación de mejorar la seguridad de la documentación secreta, como sin duda estará de acuerdo Jones.

Aparte de la incapacidad de la Administración para controlar sus papeles secretos, la filtración nos enseña que vivimos en un tiempo en que la opinión pública no se contenta con saber lo que les ocurre a sus tropas en el campo de batalla, sino que quiere saber cuándo, cómo y por qué sufren una baja el enemigo y sus civiles. Algo comprensible, pero que no tiene precedente histórico en el siglo pasado y anteriores. Al menos, no en los mismos términos. Porque antaño se querían conocer todas las bajas del otro lado de la trinchera para subir la moral de tu propio bando. Y ahora se quieren emplear esas bajas del rival en detrimento propio.


Además de los numerosos daños colaterales causados en Afganistán —como en todas las guerras precedentes de la Historia— los documentos filtrados ofrecen algunos otros datos de mucho interés.

1) Los talibanes saben que el tiempo siempre juega a su favor. Que contra Occidente tienen un arma casi infalible: nosotros medimos nuestra presencia en Afganistán en meses, y ellos, en siglos.
2) Los talibanes tienen misiles portátiles con infrarrojos de alta efectividad contra las aeronaves de la OTAN.

3) Pakistán ha hecho un doble juego, hasta el punto de que había miembros de su servicio de inteligencia entrenando a terroristas suicidas en Afganistán en 2006.
Así que hay razones sobradas para estar preocupados por lo que revelan los documentos filtrados. Pero hay más razones para estar preocupados por el escándalo que generan a mentes biempensantes. Por si alguien no se había enterado, en Afganistán hay una guerra en la que están involucradas tropas españolas con una situación agravada en los últimos dos meses. Y a todos nos va mucho en ganar la guerra.


ABC - Editorial