domingo, 12 de diciembre de 2010

El mensaka del semáforo. Por Arturo Pérez-Reverte

La moto está parada en el semáforo de un paso de peatones, con un pavo encima: un mensajero con el rótulo fosforito de su empresa en la espalda. Detengo el coche en su aleta de babor y miro la máquina. Pese a la caja portaequipajes del asiento trasero, me recuerda la hermosa moto italiana que tuve hace treinta y tantos años largos, a esa edad en que te crees invulnerable; cuando eres joven, inconsciente y capaz de salir de viaje nocturno cayendo lluvia a mantas, atravesando a ciegas pantallas de agua pulverizada de camiones por carreteras de doble dirección, y crees que estamparte contra un coche o un árbol, a 160 kilómetros por hora, es algo que sólo puede pasarle a otros, y nunca a ti. El caso, como digo, es que estoy mirando la moto y al usuario con una punzada de nostalgia. Bajo el casco y el barbur, el mensaka parece motero veterano, treintañero largo. Está tranquilo y a lo suyo, abiertas las piernas, las botas militares apoyadas en el suelo, pendiente de que el semáforo pase a verde. Pensando en sus cosas, supongo. En que va retrasado en las entregas, o a quién votar en las municipales. Cualquiera sabe. Y en ese momento, despistado al volante, frenando en el último instante porque no se había fijado en el semáforo, llega el pringao.

No hay golpe fuerte. Sólo el chirrido del frenazo sobre el asfalto. Riiiias. Miro a mi derecha y veo que un coche, deteniéndose casi de milagro en el último momento, golpea ligeramente la moto por atrás. Apenas un toque en el neumático de la rueda trasera. Cloc. Lo justo para que, sin hacerle desperfectos visibles, la moto salga despedida tres o cuatro metros adelante, con el motero pateando a un lado y a otro en desesperado esfuerzo por mantener el equilibrio. Y lo consigue, el tío. Logra estabilizarse un trecho más allá, pasadas las marcas de pintura del paso de peatones, y desde allí se vuelve para comprobar qué diablos ha ocurrido. Entonces ve el coche detenido donde antes se encontraba él, y al conductor que, petrificado, las manos agarrotadas en el volante y expresión estupefacta, lo mira reponiéndose del susto. Acojonado.

Entonces asisto a una escena memorable. Con una sangre fría envidiable, tras quedarse unos instantes mirando hacia atrás como si no diera crédito a lo ocurrido, el mensaka se baja de la moto, la pone sobre la pata de cabra, echa un vistazo comprobando que no hay daños de importancia, y luego se acerca despacio al automóvil, tomándose su tiempo. Es un tipo de aspecto rudo, vigoroso y con aparente buena salud. El casco negro, del que sólo ha levantado la visera, refuerza su aspecto amenazador. Y huelga señalar que, para entonces, los conductores de los tres o cuatro coches que estamos cerca seguimos el asunto con atención no exenta de morbo, haciendo cábalas sobre si el primer guantazo se lo va a dar el mensaka al conductor con la derecha o con la izquierda, o si se limitará a enumerarle a gritos la relación completa de sus muertos más conspicuos y frescos. El del coche debe de andar en cálculos parecidos, pues permanece atrincherado tras el volante, igual de blanco que una hoja de papel marca El Galgo. Y en ésas ocurre la cosa.

Siempre despacio, sin alterarse, el mensaka ha llegado a la altura del conductor y se inclina a mirarlo. Éste es más bien de perfil tiñalpa, con poca chicha. Salta a la vista que no sabe qué hacer ni decir, y que teme le pongan la cara como un mapa de carreteras. Entonces, cuando el motero tiene ya apoyada una mano en el abridor de la puerta, lo veo inclinarse un poco más, mirando hacia el asiento de atrás del vehículo. Sigo la dirección de su mirada y descubro a dos enanos de ocho o diez años, niña y niño, sentados allí, con sus cinturones de seguridad puestos. En ese momento, el mensaka hace una de esas cosas que a veces, hasta en los momentos más negros de la vida, puede reconciliarte con el ser humano. Se queda inmóvil un instante, como pensándoselo, la mano aún puesta en la puerta del coche. Luego se yergue despacio, mira al conductor y le suelta esta frase inmortal: «Un día te vas a matar, gamberro».

Y eso es todo. Después, sin esperar respuesta -el otro sigue sentado, sin arrestos siquiera para balbucir una excusa-, el mensaka se dirige a la moto tan tranquilo como vino, echa un último vistazo para confirmar que no hay desperfectos, sube a ella, la pone en marcha y se va. Yo meto la primera y arranco a mi vez, pues suenan detrás bocinas impacientes de coches, y veo al motero perderse en el tráfico, a la entrada de un túnel. Entonces caigo en la cuenta de que ni siquiera he podido verle la cara. Y pienso que es una lástima. Me gustaría reconocerlo en cualquier calle, con la moto parada. Aparcar cerca, señalar el bar más próximo e invitarlo a una caña.


XL Semanal

Assange y otros piratas. Por M. Martín Ferrand

Una dosis de miseria es imprescindible en el ejercicio del poder. Lo que resulta intolerable es que se note.

JULIAN Assange y su Wikileak son la expresión máxima y contemporánea del terrorismo no cruento, pero dinamitador de prestigios y enrarecedor de las relaciones internacionales. Sus «filtraciones», especialmente las de los documentos reservados del Departamento de Estado norteamericano, demuestran la perversidad del método y, simultáneamente y para mayor alarma, la incapacidad vigilante de la primera potencia mundial. Assange recuerda a Sir Francis Drake, un tipejo que alcanzó la fama por dar la vuelta al mundo —¡sesenta años después que Juan Sebastián Elcano!— y la gloria y el reconocimiento de la reina Isabel I de Inglaterra por atacar, con daños para la población civil, ciudades como Cádiz o La Coruña además de sus correrías por la orilla oeste del Atlántico y la este del Pacífico. El australiano usa el Wikileak y el inglés viajaba a bordo de un galeón rebautizado como Golden Hind; pero los dos, vocacionalmente transgresores, al servicio de su propio interés. Otra cosa es que la filtración difundida por Intenet sea, además, materia para un brillante trabajo periodístico y que de las correrías de Drake se derivara grandeza para el Imperio que, no siempre con buenas artes, heredó el nuestro.

Lo que merece mayor reflexión, por las enseñanzas que pueden derivarse de ella, es la debilidad, en el XVI, de la Corona de España frente a corsarios y filibusteros de baja estofa y, en el XXI, la torpeza de los mecanismos de seguridad del imperio que está de turno en la Historia. Julio Camba reflexionó hace muchos años, en estas mismas páginas, sobre las notas diferenciales norteamericanas. «Es un gran país —decía—, lástima que no tenga nombre; porque eso de Estados Unidos de América no es un nombre, es una descripción. Es como si Maruja, en vez de llamarse María, se llamara “la bonita rubia del segundo izquierda”». Es inevitable que un país sin nombre, por grande y poderoso que sea, termine —literalmente— por perder los papeles y dejarlos en manos de cualquier desaprensivo que, sabe Dios por qué, los cuelga en la red y alimenta con ellos la información de cinco de los grandes periódicos del mundo que, por cierto, hacen lo debido al difundir las filtraciones en las que se pone en evidencia la pequeñez intelectual y ética de algunos de los embajadores que designa Washington para la mayor gloria y esplendor del presidente de guardia en la Casa Blanca.

Una dosis de miseria es imprescindible en el ejercicio del poder. Lo que resulta intolerable es que se note, que trascienda a la opinión pública. La democracia es, básicamente, un poco de certeza con envoltorio litúrgico.


ABC - Opinión

La última curva. Por Alfonso Ussía

Este Zapatero se ha puesto metafórico, y ha dicho que España está en la última curva del rally de la crisis. Bastante cursi, por cierto. Claro, que hay metáforas más condenables. Podría haber dicho que España es el cisne que está a punto de superar el último nenúfar antes de encontrar la inmensidad del lago. Sucede que no lo ha dicho, y criticarle por ello no sería justo, ni adecuado ni elegante. Nos quedamos, pues, con la última curva y su riesgo añadido.

Los comentaristas deportivos de las distintas cadenas de televisión aventuran más que comentan. Y son gafes en gran medida. «Se dispone a lanzar Moreno, que no ha fallado ningún falta personal en los últimos meses». Y falla irremediablemente. «Cuando Pedrosa negocie la última curva se proclamará campeón del Gran Premio de San Marino». Y Pedrosa «negocia» la última curva, se le va la moto, se da el morrón y gana un italiano. Sabios, los del fútbol. «No veo al Villarreal con posibilidad de reacción después del gol de Cristiano Ronaldo». Inmediatamente, Cazorla empata. Y en el tenis, la caraba. «Nadal está mostrando un tenis muy sólido y Federer no sabe como contrarrestarlo». Entonces Federer gana cinco puntos seguidos y se lleva el juego. Algún día me explicarán en qué consiste el tenis «sólido». De tratarse del buen juego, habría que definir al juego regular o malo de tenis «líquido». Pero dejémoslo estar.


En los últimos años, si no me falla la memoria, se han caído en la última curva de distintos grandes premios Sito Pons, Dani Pedrosa, Lorenzo, Batista y Barberá. En los cinco casos después de que los comentaristas proclamaran la segura victoria. Ya sabemos a qué se puede dedicar Zapatero cuando pierda las elecciones y se vea obligado a dimitir de su cargo en el PSOE. A comentar carreras de motos y gafar las últimas curvas cuando un español va el primero. Los gafes son muy peligrosos cuando van de optimistas. Un gafe taciturno y sombrón no puede hacer daño por aquello de que nadie se lo toma en serio. Pero un gafe eufórico es más peligroso que un hipopótamo enfadado, y quien dude de mi comparación que se atreva a enfadar a un hipopótamo. No pretendo insinuar que Zapatero sea gafe, aunque en algunos episodios haya rozado el ámbito de los sotanillos, que son los gafes de alto nivel sólo superados por los manzanoides. Lo peor de Zapatero es cuando apoya. Apoyó a la rival de Sarkozy en Francia y arrasó Sarkozy, que para más INRI se lió con Carla Bruni. Apoyó al rival de Ángela Merkel en Alemania, y ganó la Merckel con sorpresa y contundencia. Y apoyó a la minería del carbón y ya no puede presentarse en Rodiezmo. Ahora nos anuncia lo de la última curva del rally de la crisis, y aunque no puedo confirmarlo, tengo noticias de que a Emilio Botín, a Francisco González y a Miguel Ángel Fernández Ordóñez les ha sobrevenido un principio de tantarantán, del que se han felizmente recuperado.

Porque esa última curva, anunciada por Zapatero, puede resultar pavorosa. Un derrapaje, los restos de una mancha de aceite o de una reunión de arenilla instalada por el viento, bastan y sobran para que en la última curva sobrevenga la tragedia. Ni en bicicleta de montaña, a diez por hora, tocando el timbre y con la mano derecha en el freno me atrevería a tomarla. Esa última curva nos va a traer el definitivo trance de la amargura. Pero no se alarmen. Está lejísimos. Todavía ni se ve. Y en ese aspecto, podemos seguir arruinados, pero tranquilos.


La Razón - Opinión

Grandeza y servidumbre militar. Por José María Carrascal

Los militares se han ganado a pulso el prestigio que hoy tienen por haberse mantenido al margen de la política.

Si alguien nos hubiera dicho que a los 35 años de morir Franco, el Ejército sería el estamento más apreciado del país, le tomaríamos por loco o por uno de esos nostálgicos irreductibles que abundan entre nosotros. Pero ahí tienen la última encuesta del CIS mostrándolo, con datos que lo corroboran. El primero, que el 47 por ciento de los españoles piensa que la democracia funciona «poco o nada», mientras el 54, se declara insatisfecho con la Constitución, inclinándose por cambiarla. Claro que luego la inmensa mayoría reconoce desconocerla. Cosas nuestras, que pasamos de la euforia a la indignación sin intermedios, que es lo que nos está pasando ante las desgracias que nos llueven, la última, esa sombra de dopaje de nuestros atletas más ilustres. En este contexto, se entiende que el Ejército se haya encaramado desapercibida y calladamente a la cima de nuestras consideraciones, mientras la clase política se hunde, consiguiendo una calificación de 2,8 sobre 10.

¿Qué han hecho los militares para ganarse esa medalla? Pues cumplir con su deber. Hacer lo que se les ordenaba lo mejor que podían, sin alardes ni quejas, sin importar lo difícil o desagradable del trabajo encomendado. Poniéndose al día en las técnicas de su profesión que, como todas, está sufriendo cambios continuos, y sirviendo, además, de elemento integrador de la oleada inmigrante que España viene experimentando. Sin pedir aplausos ni siquiera aumentos de sueldo. Si todos los españoles hubiéramos hecho lo que ellos, nuestro país no estaría hoy a la cola de la recuperación económica. Esto lo ve la ciudadanía, harto de que la mientan, y el resultado se refleja en la encuesta del CIS.

Sólo veo un peligro en ello: que los políticos, desbordados por la situación y por sus errores, dándose cuenta de la popularidad del Ejército, intenten utilizarlo para resolver sus problemas, como ocurrió tantas veces en nuestra historia. Incluso se ha apreciado un conato de ello en la militarización de los controladores. Esperemos que quede ahí, porque traspasarlo sería fatal para todos. Los militares se han ganado a pulso el prestigio que hoy tienen precisamente por haberse mantenido por completo al margen de la política tras la intentona de Tejero. Es esa actitud lo que les trae la admiración general en un momento en que los políticos alcanzan sus horas más bajas. De ahí también la tentación para ambas partes de convertirlos de nuevo en «salvadores de la patria». Incluso puede pedírselo un pueblo poco ducho en democracia y amigo de soluciones fáciles, en vista de que los dos grandes partidos no se ponen de acuerdo en resolver los grandes problemas. Si queremos una democracia digna de tal nombre, los españoles tenemos que acostumbrarnos a resolver nuestros problemas, no a que nos los resuelvan, el Ejército incluido. Sólo nos faltaría eso.


ABC - Opinión

Alfredo I el Grande. Por Jesús Cacho

El 27 de enero de 1981, los controladores fueron a una huelga que paralizó el transporte aéreo en toda España. El conflicto coincidió con la celebración de un Congreso de UCD en Palma de Mallorca, fijado para los días 29, 30 y 31 de dicho mes. Aunque el 28 se intentó trasladar a los compromisarios por vía marítima a la isla, a última hora se decidió su suspensión, lo que vino a significar el golpe de gracia para el gran partido protagonista de la transición. Ese mismo 29 de enero, Adolfo Suárez presentaba al Rey Juan Carlos I su dimisión como primer presidente de la España constitucional. “No quiero que el sistema democrático de convivencia vuelva a ser otro paréntesis en la Historia de España”. Al día siguiente, las partes decidieron volver a la mesa de negociación con rechazo a las medidas de fuerza. El ruido de sables en los cuarteles se podía escuchar por las cuatro esquinas de Iberia. Apenas unas semanas después, el 23 de febrero, el tricornio del teniente coronel Tejero irrumpía pistola en mano, ¡Se sienten, coño!, en el Congreso de los diputados, coincidiendo con la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno. A primeros de marzo, los controladores aceptaban la oferta de la Administración, a pesar de “estar muy alejada de nuestras demandas”.

Aquella UCD infiltrada por el PSOE hasta el tuétano y vencida por la crisis, el paro y el miedo a la Acorazada Brunete, fue capaz de solventar el conflicto sin recurrir a la militarización de los controladores y sin declarar el estado de excepción, a pesar de estar plenamente operativos tanto la Ley Básica de Movilización Nacional de 1969 como el artículo 116 de la Constitución del 78. Quizá faltó el genio, “el soberano con capacidad decidir en casos de extrema necesidad, de peligro para el Estado”, en terminología de Carl Schmitt; faltó el líder con testosterona bastante para, aprovechando la excepcionalidad del momento, dar la vuelta a la tortilla con maniqueo argumentario y provocar un giro radical de los acontecimientos. Alfredo Pérez Rubalcaba (APR), el “soberano” de Schmitt, a punto estuvo de lograrlo en 1995, en los estertores del felipismo. Siendo solo portavoz del Gobierno, se sirvió del caso de los “papeles del Cesid”, documentos que implicaban al Ejecutivo -González, Serra, Barrionuevo, Manglano y Galindo- y al cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo en, al menos, siete asesinatos de los GAL. Con la ayuda del potente altavoz del grupo Prisa, APR se inventó la tesis de que la publicación (El Mundo) de esos papeles afectaba a la seguridad del Estado. “Chantaje al Estado” fue el banderín de enganche. Con todo a favor, el PP ganó las elecciones de marzo de 1996 por apenas 291.000 votos de diferencia.
«El gran momento de nuestro “soberano” llegaría, no obstante, con los atentados del 11 de marzo de 2004. Con la eficaz colaboración de un José María Aznar ahíto de soberbia.»
El gran momento de nuestro “soberano” llegaría, no obstante, con los atentados del 11 de marzo de 2004. Con la eficaz colaboración de un José María Aznar ahíto de soberbia, APR fue capaz de aprovechar ese instante excepcional, ese golpe de pavor colectivo provocado por las 192 víctimas mortales, para invertir lo que las encuestas preveían como una clara derrota electoral del PSOE en victoria de un Rodríguez Zapatero que ni en sus mejores sueños hubiera imaginado golpe de fortuna semejante. El genio de APR intuye la trascendencia del momento (“Hay que poner al Gobierno contra las cuerdas y sacar la gente a la calle”); identifica al culpable (“España no se merece un Gobierno que le mienta”), y toma la decisión de rodear las sedes populares durante la jornada de reflexión, utilizando El País y la Cadena SER como altavoces. Y acierta. Jugada redonda.

Entre el 18 de abril de 2004 y el 20 de octubre de 2010 transcurrieron seis años y medio en los que nuestro Príncipe de las Tinieblas se vio obligado a trabajar en las sentinas de dos Gobiernos ZP como ministro del Interior, forzado, tras haber apoyado a José Bono en el Congreso del PSOE que encumbró a ZP, a demostrar no solo una fidelidad a toda prueba, sino un grado de eficacia inimaginable en cualquier otro miembro Ejecutivo. Fulminado por una crisis sin parangón en la historia moderna de España, Zapatero se vio obligado el pasado 20 de octubre a resignar todos sus poderes en la persona de APR, el Soberano, representante del PSOE de siempre. Jamás político alguno tuvo tanto poder en la España moderna. Pero sus primeros pasos como presidente del Gobierno de facto resultaron más bien decepcionantes. La penosa gestión de la crisis del Sáhara y el nuevo arreón de los mercados financieros dieron la impresión de haberse tragado en un santiamén el prestigio del gran comunicador. Era preciso hacer algo y de forma urgente. Los controladores aéreos se lo iban a servir pronto en bandeja.

Una cuestión de “cojonudismo”

En la tarde-noche del viernes 3 de diciembre, España iba a vivir, en efecto, una nueva situación de excepcionalidad, uno de esos instantes perdidos en el limbo jurídico en los que, en palabras de Schmitt, “cualquier sistema legal se vuelve superfluo ante la emergencia de lo inesperado, lo que convierte en ilimitada la competencia del soberano a la hora de afrontar una tal situación no reglada”. Lo contaba un piloto de Iberia, cuando, a los mandos de su A-321 y con el pasaje a bordo, llamaba un punto angustiado a la torre de control de Barajas:

-Nadie respondía; era como si de repente todos se hubieran muerto…

Para el Gobierno, sin embargo, lo ocurrido el viernes no fue ninguna sorpresa. José Blanco y APR estaban al corriente de las intenciones de los controladores, entre otras cosas porque días antes se lo habían radiado los de Santiago. Y el hombre fuerte del Ejecutivo decide explotar un globo que amenazaba estallar en plena Navidad, haciendo aprobar en Consejo de Ministros y en pleno arranque del Puente de la Constitución un Real Decreto sobre regulación de la jornada laboral de los controladores, la puntilla a la escandalosa situación de privilegio en que vive ese colectivo desde hace décadas. Una cuestión de cojonudismo. Pero los controladores, mal aconsejados y/o con las meninges averiadas por culpa de la “famosissima y perversa señora de la gula, que es engaño del juicio de la razon, el qual nos hace creer que tenemos necessidad de tragar todo quanto se nos pone delante: y junto con esto se traga el hombre la templanza, la penitencia y la compassion”, embisten cual toro en celo la muleta que con maña les muestra APR y deciden ponerse todos malitos el mismo día y a la misma hora. El soberano tira entonces de prontuario y a través de Pepiño Blanco lanza un ultimátum al colectivo para que antes de las 21,30 vuelva a sus puestos de trabajo so pena de militarizar el servicio. Al no obtener respuesta, los mandos militares comienzan a ocupar las torres de control.

Pero el RD por el que se encomendaba a Defensa las facultades de control de tránsito aéreo no apareció en el BOE, sin embargo, hasta el sábado 4 de diciembre, de modo que, aunque firmado el día anterior, la milicia invadió las torres de control sin respaldo legal alguno la noche anterior. A pesar de ello, los controladores no se dejaron acojonar por APR y, como en Fuenteovejuna, siguieron todos enfermos a una. Es entonces y solo entonces cuando en La Moncloa se vivieron momentos de auténtico pánico. Había llegado ese momento de excepcionalidad a que alude el pensador alemán. ¿Qué hacer? ¿Qué hubiera hecho Franco en situación similar? Don Alfredo reclamaba respuestas rápidas a preguntas angustiadas. “Él hubiera decretado el estado de excepción”. Henos ahí, pues, recurriendo a medidas excepcionales para atajar un conflicto laboral, y ello 35 años después de la muerte del dictador. El Consejo de Ministros extraordinario del sábado 4 aprueba un RD declarando el estado de Alarma, por el que los controladores de AENA pasan a tener consideración de personal militar, sometidos a las órdenes del Ejército del Aire.

APR introduce en esa reunión del Consejo al Fiscal General del Estado y al Abogado del Estado. Como cualquier vulgar delincuente, busca con ahínco una apariencia de legalidad. Una coartada. Todo lo legitima la eficacia. Desde que el mundo es mundo, cualquier atrocidad jurídica se ha legitimado con el supremo argumento de la eficacia. La legitimidad de Franco consistió en ganar la Guerra Civil. La del gran Alfredo en haber normalizado un servicio público esencial como el transporte aéreo. “Cuando cometo alguna tropelía siempre encuentro algún idiota dispuesto a justificarlo en Derecho” (Federico II de Prusia, llamado El Grande). Y entonces sí. Entonces los controladores se lo hacen en los pantalones y vuelven mansos al trabajo, francamente asustados, derrotados, cuando lo cierto y verdad es que si hubieran aguantado el tirón, esa misma tarde del 4 de diciembre se hubieran llevado por delante al Gobierno Zapatero (que ese sábado no se atrevió a comparecer ante los medios porque dudaba de la eficacia del estado de alarma y pensó que los controladores no iban a obedecer), a cambio, como mucho, de haber pasado tres noches en la cárcel militar de Alcalá.

La militarización es inconstitucional

Como denunció el pasado domingo este diario, ocurre que la militarización decretada por el Gobierno en el marco de la declaración del estado de Alarma, regulada en la Ley Orgánica 4/1981, de desarrollo del artículo 116 de la CE, no es constitucional. Así lo han expresado dos ex presidentes del Tribunal Constitucional (TC), Cruz Villalón y Jiménez de Parga, además de otros muchos juristas de prestigio, caso de Álvarez Conde, Berdugo, Gimbernat, Martín Pallín o Santaella, para quienes estamos ante una extralimitación que contradice lo establecido en el artículo 117.5 de la CE, que limita el “ejercicio de la jurisdicción militar al ámbito estrictamente castrense y en los supuestos de estado de Sitio”, que no de Alarma, declaración (la del estado de Sitio) que, por otro lado, incumbe a la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados, según el art. 116.4 de la misma CE.
«Con el respaldo militar –el PSOE parece sentirse a gusto con el estado de alarma-, es el nuevo soberano capaz de imponer medidas de excepción.»
De modo que los controladores tienen sólidas razones para pensar en resarcirse en los tribunales, aunque, naturalmente, dentro de muchos años. No importa. Gran jugador de póquer, APR ha vuelto a ganar con una simple jugada de farol. Con el respaldo militar –el PSOE parece sentirse a gusto con el estado de Alarma-, es el nuevo soberano capaz de imponer medidas de excepción, porque “Los hombres no encuentran placer, sino un gran sufrimiento, al convivir con otros allí donde no hay un poder capaz de atemorizarlos a todos” (Hobbes). El soberano de hoy es aquel capaz de asegurar el disfrute de un puente a los españoles, en línea con la opinión del filósofo alemán Peter Sloterdijk, para quien “los ciudadanos se han convertido en súbditos de la seguridad. La libertad ya no interesa a nadie: todo se subordina a la seguridad”. Un soberano, en fin, capaz de asumir “el monopolio de la última decisión”, en palabras de Schmitt.

Un hombre con un poder inquietante. “Son muchos los que analizan el poder de Rubalcaba. Yo creo que se quedan cortos”, ha dicho estos días José Bono. Para tranquilizar a determinadas elites, alarmadas por su exhibición de estos días, el propio APR se ha apresurado a decir (entrevista en RNE este miércoles) que lleva “pensando en la salida desde hace tiempo. Como llevo muchos años en política, sé que estoy corriendo los últimos metros”. Convendrá recordarle que, buen especialista en carreras de velocidad en su juventud, los 100 metros lisos se ganan en los últimos 10 metros. El corolario está servido: Si el PP piensa que, con sus 15 puntos de ventaja en las encuestas, la victoria en las próximas generales está asegurada, va listo.


El Confidencial - Opinión

La alternativa. Por Germán Yanke

El drama del Gobierno es que, cuando parece que acierta, revela equivocaciones anteriores que aún colean.

El drama del Gobierno es que, cuando parece que acierta (desde los ajustes económicos a la contundencia con los controladores aéreos), revela equivocaciones anteriores que aún colean o, por pavor a las consecuencias electorales de un duro escenario de rectificaciones, se queda a medias. Se diría que, más que una política, le mueve una estrategia de supervivencia.

La percepción de que el Gobierno no acierta es fruto de todo ello y de los padecimientos e incertidumbres que supone para los ciudadanos, no del PP, aunque su estrategia sea precisamente esa. Si el Gobierno no sabe muy bien adónde va, el PP va detrás del malestar de una opinión pública que tampoco sabe, reconozcámoslo, cuáles son las soluciones, cómo se podrán atemperar los sacrificios que exigen, cuál es el mapa, sus certezas y sus zonas de sombra. El PP empuja hábilmente el malestar, pero no ofrece alternativas.

Si no hay en este caso también una cuota de temor a las consecuencias de la verdad, lo debe haber a que, desde la Oposición y sin rédito inmediato, un partido activo y serio le señale el rumbo al Gobierno. A todo esto lo llaman «manejo de los tiempos» como antes lo llamaban «síndrome Cameron» porque el líder conservador británico concretó propuestas y bajó en las encuestas. Aunque también es cierto que ganó, no conviene olvidarlo.

Ganar en las elecciones al PSOE, si las cosas no dan un vuelco milagroso, no parece tener mucho mérito sólo teniendo en cuenta el juicio que sobre él hace el PP. Sin embargo, lo que nos jugamos los demás no es una cuestión de gabinete o de cambio de color, sino el programa para salir del abismo en el que estamos. No sé a otros, pero a mí me daría más confianza que intuirlo conocer un plan con el idealismo de un reto y el realismo suficiente para no tener que cambiarlo al llegar a La Moncloa.


ABC - Opinión

Cataluña. ¿A qué hemos sido llamados?. Por Maite Nolla

El Palace, las chicas de La Sexta, el favor de Ansón, un año de Zapatero pidiendo árnica y cuatro de Rajoy abierto al amor político pueden más que tratar de enderezar la Generalitat que dejan Carod y Montilla hecha unos zorros.

En Cataluña se ha iniciado el traspaso de poderes. Ya saben que nuestras transiciones son del nacionalismo al tripartit y del tripartit a CiU. No salimos del nacionalismo porque así lo quiere el personal. El caso es que los protagonistas de este viernes son Duran y Carod, y no porque el Duran haya sido más duro con Zarrías que los propios del PP, en un guiño nada disimulado de cara al futuro, sino porque el primero se niega a ocupar el cargo que abandona el segundo.

El 28 de noviembre los electores catalanes nos enfrentamos a la posibilidad real de que el cargo de conseller en cap fuera ocupado por Duran o por Carmen de Mairena. Y es que pese a obtener más votos que UPyD, Carmen de Mairena no pudo cumplir con su propósito de ser consellera en cap –o conseller, para qué engañarnos– de la Generalitat. Era de los pocos políticos que se presentaba a las elecciones con las cartas sobre la mesa manifestando claramente cuál era su voluntad. Y como les decía, otro de los políticos sobre los que planeaba la ocupación del mismo cargo era sobre el líder socialcristiano, Duran i Lleida; pero en su caso, como una condena. La cuestión es que Artur Mas sigue sin resolver la relación con su partido adosado, aunque hoy en día difícilmente se pueda llamar problema y menos aún ahora que han vuelto al poder y que volverán a ocupar departamentos y, a partir de junio, ayuntamientos y diputaciones; habrá para todos. El problema entre Convergencia y Unió ha quedado reducido al protagonismo de Duran y el nivel de tolerancia de Mas con ese protagonismo. Por eso Mas le propone como conseller en cap. Es más, dice que sólo disfrutaremos de esta figura si el cargo lo ocupa Duran. Ante un órdago de tal magnitud, Duran, después de una reflexión profunda, de valorar dónde puede servir más a nuestro pequeño país y de determinar a qué ha sido llamado en política, ha decidido que tururú y que se queda en Madrid. El Palace, las chicas de La Sexta, el favor de Ansón, un año de Zapatero pidiendo árnica y cuatro de Rajoy abierto al amor político pueden más que tratar de enderezar la Generalitat que dejan Carod y Montilla hecha unos zorros. Había que optar entre servir a Cataluña en Madrid o en Barcelona, y se ha decidido por la política de verdad. Más aún habiendo cumplido el objetivo de que Convergencia vuelva al poder, y sea, de nuevo, esa empresa que gestiona la autonomía de los catalanes.

Ante la negativa de Duran a desprenderse de su posición en Madrid, el cargo que hasta la fecha, con otra denominación, ocupaba Carod, ni siquiera aparecerá en la próxima remesa de decretos de reestructuración, que así se llaman. Y es que en el mismo día de la negativa sacrificadísima de Duran, Carod ha roto su silencio para utilizar la misma técnica de exención de la responsabilidad política que los del sector catalanista del PSC. Resulta que Carod ha decidido que él no tiene culpa en la derrota de su partido. Cuatro años de vicepresidente, responsable de un departamento entero, de los delegados territoriales, de la diplomacia catalana, del deporte nacionalista, y para Carod lo del 28-N es como para Montserrat Tura o para Castells lo de Montilla: la culpa es de Puigcercós. Visto este proceder honorable es normal que Duran no quiera volver por aquí.


Libertad Digital - Opinión

La hora civil. Por Ignacio Camacho

Al Gobierno se le acaba el tiempo de emergencia «manu militari» sin encontrar una solución estable. Y civil.

EL Gobierno ha salido más bien que mal de la crisis de los controladores, que de forma espontánea o premeditada ha utilizado para recobrar protagonismo político y eludir debates tan envenenados como el de la retirada del subsidio de los parados terminales; sin embargo, pasada la primera semana del conflicto con un éxito razonable va a tener que hacer frente a la responsabilidad de trascender los remedios de emergencia. La militarización y el estado de alarma, discutibles de por sí, no son en todo caso recursos prorrogables durante mucho tiempo, y el control aeronáutico es un asunto de gran delicadeza estratégica para el que se necesita una solución estable y civil que el zapaterismo no ha sido capaz de hallar en seis años de poder. Aunque como golpe de autoridad, como órdago imperativo, las medidas de excepción pueden funcionar un rato, su radio de acción es limitado y empieza a agotarse. El motín sorpresa del puente fue culpa exclusiva de los controlatas descontrolados, pero si se produce otra huelga comprometerá también a quien no haya encontrado términos de arreglo para el problema.

Hasta el momento la actuación gubernamental parece concentrada en los aspectos punitivos, en encontrar un escarmiento que satisfaga la ira justificada de la opinión pública. Para eso Rubalcaba, que actúa de jefe operativo como presidente de hecho, no ha dudado siquiera en manipular a los fiscales sentando a Conde Pumpido en los gabinetes de crisis. El Ejecutivo del talante ha descubierto de repente la eficacia propagandística del autoritarismo, pero sólo con medidas represivas no va a normalizar los aeropuertos; pilotos y personal de Aena esperan su turno para comenzar movilizaciones. Cuando acabe de reprimir a los sediciosos el Gobierno tendrá que enfrentarse al compromiso de construir una salida al conflicto, pero está tan a gusto en la operación de castigo que pretende prolongar el estado de alarma. Y en ese punto ya no va a encontrar tanta comprensión, ni en el Parlamento ni en la sociedad: más pronto que tarde le van a pedir que gobierne con normalidad democrática.

Ahí es donde se pone en juego la eficacia política de un equipo que hasta ahora sólo ha demostrado capacidad para la sobreactuación, que no deja de ser un modo de encubrir los errores de la gobernanza: ni Blanco ni Magdalena Álvarez han hecho otra cosa que fracasar en su tira y afloja con los controladores. El efecto de manu militari corre el riesgo de disiparse sin salida de fondo. A Rubalcaba sólo le preocupa ganar tiempo para que pase la Navidad sin más sobresaltos; es el típico tacticismo de parcheo que caracteriza el estilo zapaterista. Pero los intereses estratégicos del país demandan fórmulas estables en un sector tan sensible como la navegación aérea. Y ésas parecen lejanas a menos que el Gobierno esté dispuesto a conservar sus galones militarizándose a sí mismo.


ABC - Opinión

Justo reconocimiento

La pasada semana fue especialmente positiva para la imagen de las Fuerzas Armadas. En realidad, nada nuevo para un colectivo disponible cuando se le necesita las 24 horas del día y los 365 días del año. Una vez más, el Gobierno recurrió a los militares cuando fue consciente de su incapacidad para reconducir la rebeldía de los controladores derivada de un conflicto laboral no resuelto desde hacía seis años. Su trabajo fue esencial y ejemplar. Por el camino, se quedaron descansos programados y vacaciones comenzadas. Para valorar la trascendencia de su aportación sólo cabe imaginarse qué habría pasado en el país sin la entrada de los militares en escena y cómo habría evolucionado el caos que atrapó a cientos de miles de personas. Por eso, no puede sorprender que, de nuevo, se constatara, también estos días, la magnífica opinión que los españoles tienen de sus Fuerzas Armadas. El último barómetro del CIS del mes de noviembre concluyó que la castrense se mantiene en el primer lugar en el índice de confianza de los ciudadanos respecto a sus instituciones, a diferencia del Gobierno y los partidos políticos, que se sitúan en el último lugar en la estima de la gente. La última vez que el CIS realizó este mismo estudio fue en noviembre de 2008 y entonces el Ejército ocupó esa misma posición de privilegio. Evidentemente, la admiración mantenida durante tanto tiempo no es el fruto de la casualidad ni de una determinada coyuntura, sino de una trayectoria de servicio a los intereses generales que ha calado en una opinión pública necesariamente exigente respecto del trabajo de los servidores del Estado.

Las Fuerzas Armadas han sabido ganarse el reconocimiento tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. En estos años de democracia, su tránsito hacia la modernidad y la profesionalidad ha sido ejemplar desde el respeto a una tradición y a una historia fundamentales. Hoy, los militares españoles participan en misiones, como Afganistán y Líbano, del más alto nivel de exigencia y peligrosidad, con resultados inmejorables. Nuestros mandos ocupan responsabilidades en los cuarteles generales de instituciones multinacionales y la valoración de su trabajo es elevada. A ello se añade el mérito de que cumplen con su deber a plena satisfacción no siempre con los medios más adecuados. Hay mucho que mejorar en cuanto a la dotación material de nuestros ejércitos, y también en cuanto a la compensación económica que reciben los profesionales y que no suele estar a la altura de la responsabilidad y el trabajo realizados.

En tiempos de crisis e incertidumbre, donde la imagen internacional de nuestro país está seriamente resentida, los militares nos representan ante el mundo de forma extraordinaria. El Ejército es también un modelo de convivencia e integración de muchos inmigrantes que sirven hoy a nuestro país en sus filas, un ejemplo de servicio a la gente ante cualquier catástrofe o emergencia y un elemento vertebrador del país.

Se han ganado a pulso la confianza y el respaldo de los españoles. Son un espejo en el que otros deberían mirarse y aprender.


La Razón - Editorial

Batasuna la nueva

Para ser tomada en serio deberá probar su desvinculación de ETA y está en su mano hacerlo.

Otegi fue absuelto el jueves de un delito de enaltecimiento del terrorismo por considerar no probado que fuera personalmente responsable de los actos ilegales producidos en el mitin de 2004 en el que presentó una propuesta de final negociado de la violencia. Un día antes, el Tribunal de Estrasburgo volvió a avalar la ley de partidos al ratificar la anulación de listas con las que Batasuna trataba de participar en las elecciones de 2007. Ambos hechos se producen en medio del aparente pulso entre ETA y Batasuna por dirimir quién manda en ese mundo.

La banda no acaba de declarar el alto el fuego verificable que le pide Batasuna, pero tampoco niega que vaya a hacerlo. El hecho de que lo esté consultando entre veteranos en el retiro podría indicar que su cúpula está dividida. Ese retraso condiciona a su vez la estrategia de Batasuna, forzada a multiplicar las iniciativas tendentes a acreditar su desvinculación de la banda, a fin de poder participar en las elecciones de mayo. Pero son iniciativas cautelosas para evitar una ruptura formal con ETA y el pasado compartido con ella.


La última novedad ha sido el anuncio de que se proponen presentar un nuevo partido con unos estatutos que respeten la ley de partidos. Si no lo han hecho ya es porque esperan poder hacerlo después de ese hipotético compromiso de ETA, como aval de esos nuevos estatutos. Pero como no acaba de llegar, van avanzando posiciones, tal vez para presionar a ETA.

La desconfianza con que los partidos democráticos, incluyendo el PNV, acogen esos movimientos está justificada por los antecedentes. A diferencia de Aralar, Batasuna ha convertido en papel mojado sus compromisos con las vías exclusivamente políticas cada vez que ETA ha vuelto a matar; y ha intentado repetidamente burlar con triquiñuelas la ley de partidos para colarse en diversas elecciones.

Para que un partido impulsado por Batasuna sea legal tendrá que convencer a los tribunales de que ha cesado la causa de su ilegalización: su vinculación a ETA. El Constitucional estableció en su momento el criterio de que un indicio de la sinceridad de la ruptura sería la condena inequívoca de ETA. Pero que no acaben de hacerlo de manera clara (ahora hablan de "rechazo de la violencia y la amenaza de usarla") explica el escepticismo del Gobierno: o consiguen que ETA lo deje, o ellos dejan a ETA.

Sería absurdo negar los cambios en marcha en ese mundo, pero también lo seria ignorar que ha sido la firmeza y exigencia de los partidos democráticos lo que ha hecho que digan hoy cosas que habrían sido impensables hace un año. Se trata por tanto de encontrar un equilibrio entre esa firmeza, de nuevo avalada por Estrasburgo, y la conveniencia de mantener el principio de que la prohibición es una medida excepcional que puede decaer si hay garantías de ruptura real con la banda, con lo que pueda hacer y con lo que ha hecho con la complacencia de su brazo político: más de 800 asesinatos.


El País - Editorial

El fraude climático se niega a morir en Cancún

China, EEUU, Rusia y Japón han aprovechado la cumbre de Cancún simplemente para insistir en que no van a sacrificar su crecimiento, hoy tan necesario, por un albur que sólo asume como válido una minoría interesada.

El llamado cambio climático de origen antropogénico es una construcción sociológica fruto de la agenda de la izquierda que, afortunadamente, ya sólo defienden sus beneficiarios directos en los terrenos político, académico y, sobre todo, el económico, pues no en vano el timo del cambio climático se ha convertido en un negocio fabuloso para avispados cercanos al poder y grandes corporaciones.

El objetivo de la cumbre de Cancún, finalizada ayer, era seguir sosteniendo el mito tras el fracaso estrepitoso de la anterior cita celebrada en Copenhague, en que no fue posible llegar a un acuerdo ante la sensata oposición de las principales economías del planeta. En Cancún tampoco se ha llegado a un pacto concreto sobre la forma en que los países van supuestamente a luchar contra un problema que no sabemos si existe ni, en caso de que sea real, el efecto que todas las medidas coactivas puestas en marcha pueden tener para frenarlo.


Sin embargo los más entusiastas, entre los que, para nuestra desgracia, se encuentra el Gobierno de Zapatero, se felicitarán de un texto consensuado que insiste de forma genérica en la necesidad de prorrogar el nefasto protocolo de Kioto, si bien a discreción de cada país, y del establecimiento de un fondo verde mundial en 2020 con 100.000 millones de dólares en la más acreditada tradición de los defensores de la economía sostenible, para satisfacción de las multinacionales del sector energético y los políticos encargados de gestionar una suma tan enorme.

En resumen, la cumbre anterior celebrada en Copenhague fue un fracaso estrepitoso ante la ausencia de compromisos concretos para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. En Cancún no se ha alcanzado ningún acuerdo práctico pero, al menos, el proyecto de que las economías nacionales puedan ser reguladas por una cúpula de ungidos convencida de que va a salvar al planeta sigue vivo, a falta de que se pueda concretar definitivamente en alguna cumbre posterior, la primera de las cuales tendrá lugar en Durban.

En una situación de crisis económica global como la que padecemos es incomprensible que los gobiernos dediquen ingentes cantidades de dinero y energías a combatir un supuesto problema sobre el que no hay evidencias científicas claras de su existencia o magnitud, sino más bien todo lo contrario. Desde luego, no están incluidos en esa minoría fanatizada los veinticinco mil participantes en las reuniones de Cancún, bella ciudad mejicana a la que, naturalmente, llegaron en aviones cuyos motores lanzan a la atmósfera las toneladas de gases invernadero que después exigen reducir a los ciudadanos normales bajo pena de multa. Cuando utilicen para sus jaranas la muy "eco-friendly" videoconferencia comenzaremos a prestarles atención.


Libertad Digital - Editorial

Madrid-Valencia, eje de progreso

Se abre ahora una oportunidad para la inversión productiva y el intercambio comercial entre dos regiones singularmente prósperas y dinámicas.

LA primera y la tercera ciudad de España están ya unidas por el tren de alta velocidad, que recorre en 90 minutos los cuatrocientos kilómetros que separan ambas capitales. Esta infraestructura ferroviaria viene a potenciar un eje territorial de máxima relevancia en el plano social y económico. Frente a la fragmentación de ciertas normativas autonómicas, siempre absurda y a veces inconstitucional, la celeridad del transporte abre grandes oportunidades a la industria, el comercio, la cultura y el ocio entre dos regiones perfectamente complementarias. Bienvenida sea la inversión en grandes obras públicas, aunque algunas se retrasan más de la cuenta, porque su rentabilidad a medio y largo plazo compensa de largo los costes de inversión. Así, los datos que hoy ofrece ABC sobre la potencialidad de los mercados conjuntos entre las comunidades madrileña y valenciana son una prueba evidente de que vertebrar esfuerzos es mucho mejor que cualquier planteamiento localista de corto alcance. Si algún reproche puede hacerse a esta magnífica realidad al servicio de todos los españoles es que el AVE entre Madrid y Valencia ha tardado más de la cuenta, relegado por otras inversiones a las que se concedió prioridad política. Parece evidente que —en los últimos años— los responsables políticos del Ministerio de Fomento no tenían excesiva prisa por impulsar el eje entre dos comunidades gobernadas por el PP, cuyos excelentes resultados en el ámbito socieconómico las convierten en verdaderos «buques insignia» del proyecto popular. Partidismos al margen, bien está lo que bien acaba. El AVE es una muestra palpable de que la España de nuestros días es capaz de hacer las cosas como se debe cuando los esfuerzos se suman y la racionalidad predomina sobre el interés coyuntural. La política de infraestructuras debe regirse por criterios de rentabilidad y eficiencia, lejos de cualquier debate artificial sobre centralismo y periferia o sobre rivalidades entre vecinos. Por fortuna, quedan ya lejos aquellos tiempos en que desplazarse desde Madrid a Valencia o viceversa era una auténtica aventura, ya fuera por carretera o por ferrocarril. A pesar de la crisis económica, se abre ahora una oportunidad muy positiva para la inversión productiva y el intercambio comercial entre dos regiones singularmente prósperas y dinámicas.

ABC - Editorial