jueves, 2 de septiembre de 2010

Aznar y sus odiadores. Por Hermann Tertsch

Hace bastante que Aznar dejó el poder, pero pocos días hay en los que no surja alguno de esos odiadores que tanto le necesitan.

CARLOS Herrera ha institucionalizado en su programa una figura que cunde mucho y suele superar con creces en interés, y desde luego en efecto radiofónico, a los críticos morigerados o pedantes, a los aduladores y a los fósforos que es como llama el periodista a sus hinchas incondicionales. Se trata del odiador. Los odiadores, está comprobado, invierten mucho más interés y esfuerzo en una intervención que cualquier otro participante que se esfuerza por llamar al programa. Su motivación es extrema. Pena es que Herrera no tenga demasiados odiadores y que, especialmente sus odiadoras —¡qué entusiasmo; qué fidelidad!— acaben repitiéndose. Quien no tiene problema de escasez de odiadores es el ex presidente, José María Aznar. Por supuesto que en gran parte es mérito suyo. Probablemente haya sido el presidente del Gobierno más antipático de Europa desde la jubilación de Helmut Schmidt. Y le pasa mucho lo que a Duque de Edimburgo. Que como no es simpático ni lo pretende, cuando se le ocurre ser gracioso la arma. Todo ello ha facilitado la generación de toda una tropa de odiadores profesionales de Aznar, obsesionados con él, y dedicados en cuerpo y alma a demonizar al ex presidente. Pasará aún algún tiempo antes de que se pueda estudiar en profundidad y con detalle esa capacidad de Aznar para generar odio. Sus éxitos políticos indudables, su reconocimiento en el exterior, el hecho de que sus enemigos —que no adversarios, digamos las cosas claras— jamás pudieran derrotarle en las urnas, son sin duda factores contribuyentes. Pero no explican toda esa animadversión que despierta, incluso entre quienes han sido sus votantes y comparten su terreno ideológico. Hace bastante más de seis años que Aznar dejó el poder pero pocos días hay en los que no surja alguno de esos odiadores que tanto le necesitan. A veces parece que Aznar se apiada de ellos y les da algo de carnaza. Eso sí, ignorándolos siempre. Y ellos saltan felices. Estremecedor fue el entusiasmo de estos odiadores cuando Aznar decidió ir a Melilla a mostrar su solidaridad con esta ciudad acosada por Marruecos e ignorada por nuestro Gobierno. Ahora muestran su odio de grandes ocasiones porque Aznar interviene ante el Congreso Mundial Judío en Jerusalén. Y porque defiende a Israel como parte imprescindible de nuestro mundo occidental hoy amenazado. Y porque expresa serias dudas sobre una política norteamericana marcada por el diletantismo y la falta de lealtad. Toda una fiesta para los odiadores que pueden volcar sobre Aznar también su odio a Israel y su antisemitismo semicrudo. Algunos, sin embargo, estamos muy contentos de que Aznar prosiga desde su retiro en la batalla de las ideas, eso que los administrativos y vendedores de camisas que tenemos por políticos no se atreven a librar. Recuerdan aquello de «cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro». Pues eso, cuanto más conoce uno a la clase política española actual más necesario parece que Aznar entretenga a sus odiadores.

ABC - Opinión

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