jueves, 2 de septiembre de 2010

Seguridad para Israel

Los terroristas palestinos repitieron su estrategia habitual para dinamitar cualquier posibilidad de paz en Oriente Medio. El asesinato de cuatro judíos en Hebrón en la víspera de que ambas partes reanudaran una negociación directa por primera vez en veinte meses retrata de forma trágica la nula disposición a un entendimiento con el Estado hebreo de una parte importante del pueblo palestino. Es verdad que las posibilidades creadas por la Cumbre de Washington están fundamentadas en algunas realidades. La cita, al más alto nivel, con presencia del primer ministro israelí, Benjamin Netanhayu, y del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, y auspiciada por el anfitrión Barack Obama, es la consecuencia de un complejo proceso curtido a lo largo de siete rondas de diálogo indirecto. La sola recuperación del cara a cara es un paso que conviene valorar en un escenario inmóvil. Y muy especialmente también la voluntad de las delegaciones de no ceder ante la provocación terrorista, especialmente con la determinación del Gobierno israelí de sentarse a la mesa después de que cuatro de sus compatriotas fueran víctimas de Hamas, que controla buena parte de Palestina.

Pese a esos signos positivos, las posibilidades de éxito del encuentro no son ni más ni menos que las de otros similares en estos 19 años de cumbres desde la de Madrid. El escepticismo está más que justificado cuando en una parte se sienta una democracia, y en la otra un gobierno que ha dejado gran parte de su territorio bajo control terrorista. Para quienes depositan la esperanza en el factor Obama, los hechos y las decisiones de su política exterior son decepcionantes. La capacidad del presidente norteamericano para inhibirse de las crisis internacionales y abandonar los escenarios conflictivos comienza a ser escalofriante. José María Aznar, que participó en Jerusalén en la asamblea anual del Congreso Mundial Judío, abundó en esa reflexión cuando dijo que Obama parece «escapar de los problemas del mundo» y criticó su acercamiento al mundo musulmán en detrimento de Israel. Bajo esos parámetros, el pesimismo de Aznar sobre las conversaciones de Washington nos parece justificado.

La realidad es que el concepto de dos naciones, dos estados, puede estar asumido por las partes. Incluso se pueden contemplar progresos en aspectos cruciales del conflicto como la delimitación de las fronteras del Estado palestino, los refugiados, el agua, los asentamientos y lo que para muchos expertos supone el nudo gordiano de la disputa: la capitalidad, con la voluntad israelí, anunciada por el ministro de Defensa, de que Jerusalén Este sea la capital del Estado palestino. Pero nada de ello tendrá valor mientras persista la flagrante carencia de unas garantías de seguridad para Israel. Sin ellas el camino hacia un acuerdo es y debe ser inaccesible para una democracia acosada y rodeada por países enemigos, que se debe a sus ciudadanos por encima de todo. Si los palestinos quieren la paz, deben demostrarlo con hechos, y ésos sólo pueden partir de un combate sin tregua contra los terroristas. Lo que hoy parece una quimera.


La Razón - Editorial

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