El presidente Rodríguez es un muerto que, sin embargo, todavía puede parecer un poco vivo. Cierto que para ello necesita de la respiración asistida que le ofrece el PNV, pero si consigue salvar los presupuestos con los votos del nacionalismo vasco, Rodríguez habrá conseguido una prórroga a su agonía y a la nuestra. Que el presidente es un cadáver, eso ya prácticamente no lo discute nadie, y lo único que a los españoles nos queda por saber es cuanto va a durar esta agonía que amenaza con llevarse por delante lo poco que queda ya de la España que heredamos de la Transición. Esto es un caos: Rodríguez ha puesto en la puerta de La Moncloa el cartel de “se vende al mejor postor”, sin importarle nada. La venta alcanza hasta sus propios calzoncillos en aras de su supervivencia política, pero hasta llegar a su ropa interior va a ir deshaciéndose del ropaje de las pocas competencias que ya le quedan al Estado y, lo que es peor, de la única caja que a modo de fondo de armario compartíamos todos, la de la Seguridad Social. Es el derrumbe del Estado de Derecho, su aniquilación definitiva a manos de un descerebrado, y ahora por fin parece que en su propio partido empiezan a darse cuenta del alcance de esta bomba atómica en la que se ha convertido el presidente.
Pero la disciplina interna manda, Y el miedo también. Fíjense en como desde las baronías socialistas se apuntan algunos síntomas de rebelión que, sin embargo, suelen quedarse en poca cosa, por no decir ninguna. El malestar existe, es innegable, entre otras cosas porque los que tienen cerca un próximo compromiso electoral están viendo como el poder se les escapa de las manos por culpa del prócer que nos gobierna. Hay, sin embargo, un hecho futuro, pero próximo, que puede dar un vuelco a esta situación: las primarias de Madrid el próximo 3 de octubre. Eso si es que llegan a celebrarse, porque ya hay quienes hacen apuestas sobre cual va a ser el momento en el que Trini va a abandonar la carrera porque no puede ni con Tomás Gómez ni con las huestes del socialismo madrileño que le han hecho frente a Rodríguez. Y he ahí la clave del asunto y la razón por la que desde el oficialismo zapateril se acusa a Gómez de ser el candidato de la derecha –que lo es, como bien decía ayer Zarzalejos, por simpatía hacia su rebelión interna- para evitar lo inevitable: su victoria en las primarias. Una victoria que, visto desde la otra órbita, supone una derrota en toda regla, no de Trini –que de esta no se levanta ni con muletas-, sino del propio Rodríguez.
Pero si la derecha, es verdad, puede estar esperando esa derrota, no es menos cierto que también la está esperando buena parte de la izquierda y del Partido Socialista, y he ahí la cuestión: los ‘barones’ que hasta ahora mantenían un prudente silencio no fuera a ser que también a ellos les montaran unas repentinas primarias, están esperando a la derrota de Trini para saltar sobre el cuello de un Rodríguez que quedaría tan tocado que ya no tendría fuerzas para provocar nuevos enfrentamientos y tensiones con sus ‘barones’, los cuales hoy por hoy, empezando por Patxi López, se identifican al cien por cien con Tomás Gómez. Ya nadie quiere a Rodríguez, ni siquiera en su propio partido, y se hacen apuestas sobre cual a va ser su siguiente derrota. El problema es que de derrota en derrota hasta el cataclismo final, nos estamos dejando jirones que afectan gravemente a la continuidad del Estado de Derecho y de la democracia española tal cual la concebimos en 1978. Pero claro, eso a los nacionalistas les importa un rábano, y no será esa la razón por la que le dejen caer definitivamente, sino porque ya no puedan exprimirle más.
Pero si la derecha, es verdad, puede estar esperando esa derrota, no es menos cierto que también la está esperando buena parte de la izquierda y del Partido Socialista, y he ahí la cuestión: los ‘barones’ que hasta ahora mantenían un prudente silencio no fuera a ser que también a ellos les montaran unas repentinas primarias, están esperando a la derrota de Trini para saltar sobre el cuello de un Rodríguez que quedaría tan tocado que ya no tendría fuerzas para provocar nuevos enfrentamientos y tensiones con sus ‘barones’, los cuales hoy por hoy, empezando por Patxi López, se identifican al cien por cien con Tomás Gómez. Ya nadie quiere a Rodríguez, ni siquiera en su propio partido, y se hacen apuestas sobre cual a va ser su siguiente derrota. El problema es que de derrota en derrota hasta el cataclismo final, nos estamos dejando jirones que afectan gravemente a la continuidad del Estado de Derecho y de la democracia española tal cual la concebimos en 1978. Pero claro, eso a los nacionalistas les importa un rábano, y no será esa la razón por la que le dejen caer definitivamente, sino porque ya no puedan exprimirle más.
El Confidencial - Opinión
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