El instinto de conservación en el cargo es la espoleta que provoca una explosión de disparates en los líderes.
LOS pedantes le dicen disritmia circadiana a lo que la mayoría conocemos, con bárbaro nombre, como jet lag. Es un trastorno frecuente entre quienes viajan en avión a largas distancias y suele manifestarse con problemas digestivos, cansancio, apatía, falta de memoria y, frecuentemente, se hace acompañar con dificultades expresivas. Algo de eso debe haberle ocurrido a José Luis Rodríguez Zapatero en el transcurso de su viaje a China y Japón porque ayer, en el equivalente nipón a nuestra Asociación de la Prensa, el presidente del Gobierno, sin inmutarse, comparó las economías de Japón y España y afirmó que «son dos historias de éxito». Si no se trata del efecto pasajero y común que producen los viajes, podría concluirse que el de León tiene serias dificultades para la percepción de la realidad. Eso explicaría algunas rarezas presidenciales que impulsan extravagancias y dislates en nuestro acontecer político.
Sin necesidad de salir de casa y después de la rotunda negativa de CiU a sus propuestas, con el único fin de conseguir el apoyo del PNV para la aprobación de los Presupuestos de 2011 —que los tiene en el alero—, Zapatero está negociando posibles nuevas transferencias al País Vasco con el principal grupo de la oposición en el Parlamento Vasco y no, como mandan los supuestos de la salud democrática y de la decencia, con el titular del Gobierno de Vitoria que, a mayor abundamiento, es Patxi López, un socialista de pro que, con la inteligente colaboración de Antonio Basagoiti, del PP, está haciendo un magnífico trabajo político con benéficos efectos sociales y económicos.
Sin necesidad de salir de casa y después de la rotunda negativa de CiU a sus propuestas, con el único fin de conseguir el apoyo del PNV para la aprobación de los Presupuestos de 2011 —que los tiene en el alero—, Zapatero está negociando posibles nuevas transferencias al País Vasco con el principal grupo de la oposición en el Parlamento Vasco y no, como mandan los supuestos de la salud democrática y de la decencia, con el titular del Gobierno de Vitoria que, a mayor abundamiento, es Patxi López, un socialista de pro que, con la inteligente colaboración de Antonio Basagoiti, del PP, está haciendo un magnífico trabajo político con benéficos efectos sociales y económicos.
El instinto de conservación en el cargo es, muchas veces, la espoleta que provoca una explosión de disparates en los líderes que, como náufragos solitarios, navegan sin mayorías y sin horizontes claros; pero, en el caso vasco, el despropósito va más allá de la mínima decencia exigible a un gobernante. Antepone unos intereses estrictamente personales a los de su propio partido y, además, con daño a los intereses generales del Estado y de sus políticas sociales unitarias. Eso no le cuadra a quien gobierna un país «equivalente» a Japón y presume de un sentido nacional tan grande y generoso que ha querido convertirlo en retrospectivo y con efectos anteriores a la Guerra Civil. Si todavía guardan ustedes en sus casas el ejemplar del ABC de ayer, ábranlo por la página 6 y contemplen la fotografía de Associated Press en la que, frente al primer ministro chino, Wen Jiabao, traductor y adorno floral por medio, se observa a Zapatero como un remedo gráfico de Forrest Gump, pero con los calcetines caídos.
ABC - Opinión
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