Pronto se sabrá si Obama está pensando solo en llegar a las elecciones de noviembre con cierto aliento en política exterior o si tiene una estrategia genuina para Oriente Próximo.
BARACK Obama está tratando de intervenir simultáneamente en tres de los escenarios más conflictivos del mundo: Palestina, Irak e Irán —por no mencionar a Afganistán—, con el aparente objetivo de crear una dinámica nueva contra la espiral destructiva en la que toda la región de Oriente Próximo lleva décadas sumida. La apuesta es extremadamente arriesgada, porque en los tres focos de tensión existen componentes impredecibles y nada garantiza que el avance en cualquiera de ellos, por ejemplo en las negociaciones entre israelíes y palestinos, signifique que vaya a tener efectos beneficiosos correspondientes para detener el proceso de nuclearización del régimen iraní, o el cese de la inestabilidad en Irak después de la retirada de las tropas estadounidenses. Desde hace décadas, todos los presidentes norteamericanos han intentado poner en marcha un proceso de paz en Oriente Próximo pensando que la convivencia entre israelíes y palestinos tendría un efecto benéfico para toda la región, pero ninguno se había atrevido a poner como Obama a todos los elementos sobre la mesa al mismo tiempo.
Es posible que los analistas de la Casa Blanca tengan la certeza de que se dan algunas circunstancias propicias para volver a reunir a los representantes israelíes y de la Autoridad Nacional Palestina, aunque es difícil apreciar cuáles pueden ser esos elementos nuevos que pudieran ofrecer expectativas de avance. El asesinato de cuatro israelíes por parte del brazo armado de los terroristas de Hamás —realizado con el objetivo expreso de boicotear las negociaciones— ilustra la dificultad de cualquier acuerdo. Teniendo en cuenta que una parte de los palestinos desprecia las negociaciones, no es fácil ser optimista respecto a las posibilidades de que cualquier avance diplomático pudiera tener su reflejo sobre el terreno, sin contribuir a profundizar las divisiones entre los propios palestinos. Tampoco han cambiado las cosas significativamente del lado israelí. El primer ministro Netanyahu no es el más ferviente partidario de hacer concesiones en materia estratégica y, en todo caso, para que éste aceptase ceder a las presiones de Obama sería necesario que Estados Unidos le diera un tipo de garantías contra la creciente amenaza nuclear iraní que el actual inquilino de la Casa Blanca está lejos de tener entre sus planes. La cuestión de saber si Obama está pensando solamente en llegar a las elecciones de noviembre con cierto aliento en su política exterior o si tiene una estrategia genuina para Oriente Próximo no tardará en despejarse.
ABC - Editorial
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