El desorden interno de Madrid, Valencia y Cataluña demuestra que no se han preparado los liderazgos territoriales para contener el voto de castigo que sufrirán en los próximos meses.
LAS grietas abiertas en el partido del Gobierno por las crecientes dudas sobre el liderazgo de Rodríguez Zapatero se abren cada día un poco más. Los socialistas hacen de la necesidad virtud al presentar las primarias en Madrid como un ejercicio de funcionamiento democrático que, incluso, se atreven a proponer al PP.
Pero si los socialistas madrileños van a tener que elegir entre Tomás Gómez y Trinidad Jiménez es porque ha fallado la campaña de la dirección nacional de imponer por decreto a la todavía ministra de Sanidad. Las primarias socialistas madrileñas no son, precisamente, ejemplo de democracia interna sino de falta de cohesión y, además, con el pobre objetivo no ya de ganar sino de evitar la tercera mayoría absoluta de Esperanza Aguirre; por no mencionar que la implicación de Zapatero, torpemente gestionada por su equipo y peor ejecutada ante la opinión pública, lo compromete con la decisión que tomen los militantes madrileños. Esta situación de desorden interno se reproduce de forma similar en la Comunidad Valenciana, donde los socialistas aún no han designado a su cabeza de lista para competir con Francisco Camps, cuyas expectativas electorales son inmejorables. La serie de espectaculares derrotas de los socialistas, tanto en elecciones generales, como autonómicas y locales, ha puesto al PSOE valenciano en un estado de atonía política, muy afectado por divisiones internas en las que se proyectan —como en Madrid— las diferencias de criterio entre José Blanco y Leire Pajín. Tampoco Cataluña escapa a los problemas de los socialistas, donde encaran las elecciones autonómicas de octubre con el portazo del consejero de Economía, Antoni Castells, y la desafección de Montilla con los ministros catalanes del Gobierno de Zapatero, Carme Chacón y Celestino Corbacho. Resulta paradójico que allí donde los socialistas más necesitan fortaleza interna y candidatos de unidad, estén dedicados a conflictos de familia —incluso en el sentido literal del término— o a preparar ajustes de cuentas para el día después de la derrota.
Pero si los socialistas madrileños van a tener que elegir entre Tomás Gómez y Trinidad Jiménez es porque ha fallado la campaña de la dirección nacional de imponer por decreto a la todavía ministra de Sanidad. Las primarias socialistas madrileñas no son, precisamente, ejemplo de democracia interna sino de falta de cohesión y, además, con el pobre objetivo no ya de ganar sino de evitar la tercera mayoría absoluta de Esperanza Aguirre; por no mencionar que la implicación de Zapatero, torpemente gestionada por su equipo y peor ejecutada ante la opinión pública, lo compromete con la decisión que tomen los militantes madrileños. Esta situación de desorden interno se reproduce de forma similar en la Comunidad Valenciana, donde los socialistas aún no han designado a su cabeza de lista para competir con Francisco Camps, cuyas expectativas electorales son inmejorables. La serie de espectaculares derrotas de los socialistas, tanto en elecciones generales, como autonómicas y locales, ha puesto al PSOE valenciano en un estado de atonía política, muy afectado por divisiones internas en las que se proyectan —como en Madrid— las diferencias de criterio entre José Blanco y Leire Pajín. Tampoco Cataluña escapa a los problemas de los socialistas, donde encaran las elecciones autonómicas de octubre con el portazo del consejero de Economía, Antoni Castells, y la desafección de Montilla con los ministros catalanes del Gobierno de Zapatero, Carme Chacón y Celestino Corbacho. Resulta paradójico que allí donde los socialistas más necesitan fortaleza interna y candidatos de unidad, estén dedicados a conflictos de familia —incluso en el sentido literal del término— o a preparar ajustes de cuentas para el día después de la derrota.
Este cuadro general, más el que se presenta en otras comunidades, demuestra que el PSOE no ha preparado con antelación suficiente los liderazgos territoriales que deberían contener el probable voto de castigo que sufrirán en los próximos meses. En lugar de aplicarse a esta tarea de contención, se está entreteniendo en disputas intestinas, síntoma del peor mal que puede aquejar a un partido en el Gobierno, que es la desconfianza en su dirección nacional.
ABC - Editorial
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