domingo, 15 de agosto de 2010

Jiménez, Gómez... y Rodríguez. Por Ignacio Camacho

Con su proclividad al enredo, Zapatero ha convertido las primarias en un plebiscito sobre su propio liderazgo.

NI siquiera con seis años de experiencia en el poder ha logrado Rodríguez Zapatero modificar su tendencia compulsiva a convertir cualquier solución en un nuevo problema. No parece haber lío que le disguste ni sencillez que no pueda complicar. Este hombre gobierna a base de enredos, de los que luego acaba saliendo a trompicones que dejan el paisaje sembrado de conflictos colaterales, como sucedió —a escala paroxística— con el Estatuto de Cataluña. El (pen)último embrollo lo acaba de montar con las primarias de Madrid: ha transformado un sencillo expediente interno, uno de los aspectos en que el PSOE puede exhibir con orgullo su superioridad respecto a los demás partidos, en un plebiscito sobre su propio liderazgo.

Al fracasar en la presión sobre Tomás Gómez para que retirase su candidatura y apostar de manera inequívoca por Trinidad Jiménez —«buenísima» frente a «bueno» a secas—, el presidente se ha involucrado de tal modo en las primarias madrileñas que las ha convertido en un duelo que ya sólo puede ganar si no quiere resultar cuestionado por los suyos a la vista de toda España. Sin esa implicación personal y directa, que ha incluido el aterrizaje forzoso de la ministra de Sanidad en una pugna que no le apetecía en absoluto, una eventual victoria de Gómez serviría para reforzar su cuestionado perfil de candidato frente a Esperanza Aguirre. Ahora eso ya es una cuestión menor: lo que está en juego es la autoridad y el crédito de Zapatero como líder del Partido Socialista frente a un dirigente regional de escasa relevancia. Y todo lo que no sea aplastarlo va a quedar ante la opinión pública como una derrota zapateril a manos de su propia militancia y en un momento especialmente crítico.


La proclamada neutralidad de la dirección del PSOE llega tarde, después de las visibles maniobras para descarrilar al aspirante legítimo de la FSM. Zapatero ha perdido una primera batalla al tener que plegarse a unas primarias que no deseaba —¿por qué, si él mismo llegó a la cúpula socialista en una elección reñida y abierta?—, y ahora se expone a un revés inapelable. Si vence Gómez no sólo habrá surgido un inesperado referente alternativo, sino que las voces críticas de algunos barones autonómicos, que ya se escuchan en voz baja ante la alarma de las encuestas preelectorales, no tardarán un minuto en hacerse oír para cuestionar el liderazgo nacional del partido. Para Zapatero, la salida más airosa sería la retirada del dirigente de Parla antes de la votación; un simple escrutinio apretado ya constituiría un desgaste manifiesto de su prestigio. Todo ese lío se lo ha buscado él solo por no dar cauce natural a un procedimiento de rutina. Pero no puede evitar la complicación. En un escenario tan simbólico como la capital del Estado, se las ha apañado para que entre Jiménez y Gómez todo el mundo vea sólo la mano de Rodríguez.

ABC - Opinión

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