jueves, 15 de julio de 2010

En el vacío político. Por Valentí Puig

Un rasgo del zapaterismo es comportarse en el Gobierno como si todavía estuviera en la oposición.

LO más previsible del debate de ayer era que el presidente Zapatero ostentase ese medallero extenso con el que se autoacredita como estadista que cambió estructuralmente de rumbo político, sacrificándose por la nación. En cuanto a las mediciones profundas de la opinión pública, lo imprevisible es la credibilidad que tenga la tesis del medallero. Ciertamente, es ilimitada la naturalidad con que Zapatero dice hoy todo lo contrario de lo que decía ayer. Podríamos hablar en concreto de un dialecto Zapatero, una fragmentación lingüística en la que la relación entre la palabra y su significado varía de modo constante y aleatorio. Pudo constatarse ayer en el hemiciclo del Congreso de los Diputados.

Un rasgo permanente del zapaterismo es comportarse en el Gobierno como si todavía estuviera en la oposición. No es un rasgo original. Consiste en gobernar —según la vieja fórmula— no «para» algo, sino «contra» algo. No fue otra la estrategia de Zapatero desde que obtuvo la mayoría en las elecciones después del atentado del 11-M. Entonces se puso a gobernar «contra» el PP, del mismo modo que había visto la formación del tripartito catalán y su reivindicación estatutaria como un dique frente a las aguas del centro-derecha.


Entre otros motivos, seguramente fue por eso que luego no quiso asumir la dimensión de la crisis económica, o que incluso tardó en captarla. Eso ha llevado al Gobierno a un cierto vacío político. Desde luego, ni las bancadas del PP son un jardín de la infancia ni deja de haber contradicciones en sus tareas de oposición, pero no solo es que quien gobierna sea el PSOE, sino que le ha negado a la oposición política y a la opinión crítica el marco de aquella totalidad compleja en la que —por definición— somos plurales. Ese es un efecto del vacío político, del acordonamiento fijo de espacios.

Viene de ese vacío político que Zapatero haya asumido tarde y mal la recesión, incluso cuando era un dato clamoroso, y solo hasta que le indicaron las pautas el FMI, el Banco Central Europeo y los mercados de deuda. Ahí, de modo tan tardío, aparece el Zapatero que ayer describía el estado de la nación con la ortodoxia de la terminología del FMI y de la Comisión Europea. Está ya un poco pasado de rosca acordarse de la Alianza de las Civilizaciones, pero es inevitable para contrastar el lenguaje zapaterista de los inicios y el de ayer. Fue como si pasásemos del «Viva Zapata» a las fórmulas de la tecnocracia. Era un salto inverosímil para un público al que ya le cuesta creer y confiar en según que cosas.

Mantenerse en el vacío político durante un año y largos meses es una gesta con la que Zapatero va a intentar asirse de unos primeros indicios de recuperación económica —crecimiento y creación de puestos de trabajo— que hoy por hoy pocos ven con certeza. Es una apuesta por la incertidumbre. Mientras tanto, intentará rehacer complicidades parlamentarias pero el vacío político absorbe y ensimisma. Puede ser un espectáculo poco gratificante para quienes desearían ver ahora mismo un retorno del potencial regenerador de España. Vamos a tener que escuchar muchos monólogos en el dialecto Zapatero.


ABC - Opinión

Traidores por doquier. Por Hermann Tertsch

Zapatero no se va. Se defenderá clamando contra todos los «traidores» que no le ayudan y no le creen.

RESIGNÉMONOS, españoles, no hay nada que hacer. El debate sobre el estado de la Nación en el Congreso de los Diputados nunca ha sido un debate de especial gran nivel. Pero todo es susceptible de empeorar en la triunfal era de Rodríguez Zapatero. La economía se hunde, los socios europeos nos huyen y temen, nadie se fía de nosotros, nuestras instituciones se combaten entre sí y afloran las hostilidades por doquier. ¿Por qué iba a mejorar precisamente este año el nivel del debate anual, el estado de la Nación? Por eso ayer tuvimos a un Zapatero que se fue fiel en todo momento. Pudimos ver a un jefe de la oposición más inspirado y contundente que de costumbre. Debe de haber llegado incluso a Génova el rumor de que la gente en la calle no solo está angustiada. Está enfadada y asustada. También está harta de ver cómo este espectáculo de palabrería no conduce a nada que repercuta para bien en su situación, en su ánimo y su economía doméstica. La oposición hace bien en tomarse en serio el riesgo de que la palabrería de la Cámara nos deje tan exhaustos a los españoles que acabemos confundiendo las distintas palabras que se cruzan en el hemiciclo. Y que el hastío que producen ya las letanías vacías del presidente del Gobierno acaben afectando también a una oposición a la que su líder ha impuesto un ritmo quizá muy gallego, pero que impacienta a sus posibles votantes.

Que Rajoy fue ayer superior en poder de convicción, credibilidad y presencia es cierto. Pero tal constatación no supone que pueda ponerse a tirar cohetes. Porque la sociedad española está hoy igual que ayer por la mañana. Que el líder de la oposición nos recuerde que el presidente del Gobierno es un incompetente y mentiroso compulsivo, para quien la palabra no tiene valor alguno, es algo que ya no es original —por cierto que sea—. Sí dio el jefe de la oposición en el clave en el pasaje de su primera intervención en la que, escuetamente, compara la situación de hoy con la existente hace un año, cuando se celebrada el anterior debate. En esos datos pueden condensarse todos los fracasos, las falacias y la impotencia de este Gobierno, dirigido por quien parece un adolescente turbado y expulsado de su espejado mundo de juguete. Se ha descompuesto Zapatero con las intervenciones de su rival y, al subir a la tribuna a responder a Rajoy, era un hombre desencajado. Cuando más tarde ha querido recurrir al humor ha resultado más patético aún. Zapatero debiera saber que una cosa es que se hagan chistes de él y otra, ser chistoso. Resumiendo, Zapatero no se va. Agotará la legislatura, nadie sabe para qué. Se defenderá clamando contra todos los «traidores» que no le ayudan y no le creen. Y como los traidores somos cada vez más, veremos qué instrumentos se le ocurren al Timonel y a Ferraz para convencernos.

ABC - Opinión

Rajoy lleva al Parlamento el grito de la calle: Zapatero, vete ya. Por Federico Quevedo

Con otras palabras, si quieren más educadas, propias de un parlamentario de su categoría, pero ayer el líder del Partido Popular le dijo a Rodríguez Zapatero en el debate del Estado de la Nación tres cosas: la primera que es un inútil, la segunda que no es creíble y la tercera que lo mejor que puede hacer es irse por el bien de España, de esta España que ha recuperado su dignidad -o parte de ella- gracias a su selección de fútbol, que manda eso… Rajoy no le podía repetir a Rodríguez aquello que ya le dijo Aznar a González -“¡váyase, señor González, váyase!”-, porque la frase tiene copyright, pero se lo vino a decir con otras palabras, si quieren menos efectistas, pero igual de contundentes: “Usted no está en condiciones de gobernar. Por lo tanto, el mejor servicio que puede hacer al país para cortar este calvario es disolver el Parlamento y convocar elecciones”. Y fue en ese terreno, el de visualizar el Estado de la Nación, el del relato sobre cómo hemos llegado hasta aquí, y el de la única salida que nos queda, donde Mariano Rajoy le ganó el debate a un Rodríguez Zapatero que en su primera intervención directamente no estuvo, y en la réplica al líder del PP sólo supo buscar el cuerpo a cuerpo mediante la descalificación, el insulto y la provocación.

Partamos de una base: el debate del estado de la nación está pensado para que lo gane siempre el presidente del Gobierno. Tiene tiempo ilimitado, siempre cierra el debate, y además su primera intervención la hace él solo por la mañana lo que supuestamente le permite ganar la primera batalla de los medios con su discurso inicial. Por el contrario, los portavoces de la oposición hablan con tiempo tasado -treinta minutos para la primera intervención y diez para la réplica- y en un debate seguido. Ayer, sin embargo, Rodríguez no aprovechó su primera oportunidad y por la mañana nos ofreció un discurso tan vacío de contenido y de propuestas que se lo podía haber ahorrado. Fue por la tarde, en respuesta a la intervención de Rajoy, respuesta que ya llevaba escrita de antemano, cuando Rodríguez sacó su artillería y buscó provocar a Rajoy reprochándole la actitud del PP sobre el Estatuto catalán. Probablemente era la única alternativa que le quedaba a Rodríguez, pero le salió mal porque Rajoy no entró al trapo y después de haberle recordado en su primera intervención que todo lo que está ocurriendo con el Estatuto es culpa suya desde que dijo aquello de que aprobaría lo que surgiera del Parlamento catalán y como luego fue engañando a tirios y a troyanos, no volvió a referirse a este asunto por más que Rodríguez le buscó.

Y lo cierto, lo que quedó en evidencia ayer tras la primera intervención del presidente, es que el asunto del Estatuto catalán, lejos de haberse arreglado con la sentencia del TC, se ha envilecido aún más y ha envilecido la política, y amenaza seriamente con descomponer el modelo de Estado constitucional, porque Rodríguez está dispuesto a cometer la mayor de todas las barbaridades, es decir, saltarse a la torera la sentencia y desarrollar el Estatuto por la vía de la leyes orgánicas. Mal asunto, como casi todo lo que en estos momentos está en manos del presidente, y eso fue lo que ayer evidenció con acierto Mariano Rajoy. “Su tiempo está agotado, y usted lo sabe”, le dijo el líder del PP. No sé si Rodríguez lo sabe, pero lo cierto es que esté país ya no aguanta más esta situación, y en el actual escenario de crisis económica una nueva escalada de tensión territorial, lejos de contribuir a serenar los ánimos, lo que hacer es perjudicar aún más a España y a su imagen de marca. Y eso es algo que, precisamente ahora, después de este ‘subidón’ de orgullo patrio que nos ha traído la selección, se va a hacer mucho más patente para la inmensa mayoría de la gente, para esa inmensa mayoría de izquierdas, de derechas y medio pensionistas que estos días gritaba “yo soy español, español, español” sin complejo alguno por decirlo y por acompañarlo de la presencia externa de los símbolos que lo demuestran.

Rodríguez ayer estaba solo en el Congreso, a pesar de los aplausos de los suyos. Era como un fantasma al que, por cierto, se le había ido la mano en la exposición a los rayos uva para tapar su mala cara y las ojeras que le produce la tensión de ver como conduce al país al abismo irremediable. Y Rajoy se irguió sobre la tribuna como el matador dispuesto a darle la estocada: “No es usted creíble, no se puede confiar en usted, nos ha engañado a todos”, le vino a decir. “Tiene usted poder, pero no tiene autoridad porque no inspira confianza”, fue probablemente una de las frases más contundentes y más acertadas de las que he escuchado en boca de Rajoy dirigidas a Rodríguez. Y es que es así: Rodríguez es un gobernante atrapado en la espiral de sus propias mentiras y de sus engaños, y la única salida que le queda a este país para, en efecto, superar este calvario es que él mismo hiciera honor a su promesa de actuar en bien de España y no en interés particular y convocara elecciones de inmediato.


El Confidencial - Opinión

Debate. Por qué Zapatero es el problema. Por Emilio J. González

Lo peor de todo fue la sensación que dejó Zapatero de que no piensa rectificar y de que va a seguir con su línea y en el cargo le cueste lo que le cueste.

En sus intervenciones durante el Debate sobre el Estado de la Nación, el presidente del Gobierno ha dado una nueva prueba de que el principal problema para la economía española no es la crisis inmobiliaria, ni la del sector financiero, sino el propio ZP.

Zapatero se presentó en la tribuna de oradores con un discurso como cabía esperar de él: con una intervención llena de generalidades –¿cuáles son las reformas estructurales a las que se refirió?–, sin concreciones y en la que dibujaba una España muy distinta de la real en la que, gracias a él y a todo el catálogo de medidas que está desplegando el Gobierno –que, por supuesto, enumeró de forma exhaustiva–, estamos empezando a superar la crisis. El problema es que todo ese optimismo que ZP derrochó a raudales no lo comparten más que sus incondicionales, porque los analistas hablan de vuelta a la recesión en la segunda mitad del año y de muy serios problemas con el sector financiero a partir de este otoño. Mientras tanto, las empresas no es que ya no consigan crédito, es que ya ni su banco de toda la vida les admite a descuento un simple pagaré, entre otras razones porque el poco dinero del que disponen tienen que dedicarlo a comprar la ingente cantidad de deuda pública que emite el Gobierno para evitar la quiebra del Estado.


Por supuesto, Zapatero no se cortó un pelo a la hora de colgarse un montón de medallas sin, por supuesto, merecer ninguna de ellas. Según el presidente del Gobierno, todo lo que ha hecho el Ejecutivo ha sido porque la crisis internacional ha obligado a nuestro país a adelantar los planes de ajuste y porque su Gabinete apuesta por una España moderna y competitiva, para lo cual ha aprobado las reformas estructurales que dice haber aprobado. Pero lo cierto es, sin embargo, que todo esto no ha sido fruto de la voluntad del Gobierno ni, mucho menos, de su presidente, sino que nos ha venido impuesto por el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea a cambio de no dejar caer a España. Vamos, que nos han intervenido con todas las de la ley, pero de forma sutil, y ZP pretendiendo vendernos las burras: la de que todo es fruto de su preocupación por España y los españoles, la de que ha aplicado un verdadero plan de saneamiento presupuestario y la de que ha puesto en marcha reformas estructurales que distan mucho de ser tales. De la misma forma que las pocas e insuficientes medidas que se han tomado hasta ahora son el fruto del miedo que los mercados le metieron a Zapatero en el cuerpo; miedo que, una vez superado, le ha permitido al presidente del Gobierno volver a las andadas. Él no tiene una verdadera voluntad de hacer nada para arreglar las cosas; sólo responde a la presión externa cuando ésta alcanza límites casi insoportables, lo cual ha minado por completo la confianza en la economía española y su sistema financiero.

Tres cuartos de lo mismo cabe decir en relación con las medidas adoptadas por la Unión Europea para afrontar la crisis, en especial la que puede ocasionar la suspensión de pagos de España. Según la versión de ZP, todo eso del fondo de rescate se debe a él y a su participación en la política comunitaria como presidente de turno de la UE, cuando lo cierto es que las decisiones se han tomado entre Berlín y París, ninguneando a Zapatero y dejándolo al margen puesto que, al fin y al cabo, el problema real era y es la España de ZP, cuya situación puede ser una bomba de relojería para el sistema financiero de la UE. Pero, por supuesto, un ZP muy pagado de sí mismo en su discurso: no se cortó un pelo a la hora de atribuirse al respecto méritos que no le corresponden.

Lo peor de todo, sin embargo, fue la sensación que dejó Zapatero de que no piensa rectificar y de que va a seguir con su línea y en el cargo le cueste lo que le cueste. Dijo que el Estado va a recortar otros 20.000 millones de euros de gasto público en 2011 aplicando la tijera a los gastos corrientes y a las transferencias a las empresas públicas, cuando los primeros no dan para mucho y cuando resulta que, en materia de empresas públicas, el Gobierno no ha aplicado a Renfe la rebaja del 5% que ha impuesto a los funcionarios. En cambio, donde debe dejar de gastar, esto es, en las partidas ideológicas, no va a aplicar la tijera y lo ha dejado bien claro. Él sigue a lo suyo y no piensa marcharse, como contestó a la petición de elecciones efectuada por Rajoy. Es más, tal y como se expresó con eso de que si el presidente del PP quiere que ZP se marche le presente una moción de censura, dejó entrever que, incluso si el PSOE llegara a perder una votación de importancia, digamos, por ejemplo, sobre los presupuestos, el Gobierno seguiría en su lugar. Es decir, que él está dispuesto a seguir en el cargo contra viento y marea, pase lo que pase, mientras no le echen del mismo, y a seguir haciendo lo que ha venido haciendo desde que llegó al poder en 2004. Zapatero, por ello, es el verdadero problema de la economía española. El Debate sobre el Estado de la Nación lo ha dejado muy claro.


Libertad Digital - Opinión

El (mal) estado de la nación. Por M. Martín Ferrand

Zapatero presume, en alarde de autocomplacencia, de haber hecho lo debido en cada circunstancia.

SI España fuese una democracia sólida y verdadera, no paródica, el debate parlamentario más importante del año sería aquel en que se discute y aprueba el Presupuesto; pero nos demuestra la experiencia que, especialmente en lo que llevamos de zapaterismo, el Presupuesto es un género literario, algo que se formula con la convicción previa de no cumplirlo y cuya única función concreta es la de su publicación en el BOE. En consecuencia, el debate estelar de la legislatura es el que ayer comenzó en el Congreso de los Diputados, el del estado de la Nación. Dada la proximidad y trascendencia de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y a la vista de la reacción montaraz y díscola con que la ha acogido el presidente de la Generalitat y notable militante socialista, José Montilla, hubiera sido deseable —¿exigible?— que el discurso de José Luis Rodríguez Zapatero hubiera sido menos falaz al respecto y, a mayor abundamiento, no hubiese anunciado su disposición de «recuperar», en componenda con la franquicia socialista catalana, aspectos estatutarios anulados por el TC.

Como de consuno, Zapatero y Rajoy, con más dignidad el segundo que el primero, sobrevolaron la cuestión catalana. El socialista, por autor del problema; el popular, por no enfrentarse al coste electoral que su necesario recurso de inconstitucionalidad pueda tener en las autonómicas del próximo otoño. Hubiera bastado con que el jefe de la oposición le hubiera formulado al del Gobierno una sola pregunta: ¿España es una Nación y no hay más Nación que España en todo el territorio? Una pregunta envenenada para quien, como Zapatero, sostiene que el concepto de España como Nación es «discutido y discutible»?

En los aspectos sociales y económicos del debate, los dos protagonistas principales repitieron lo acostumbrado. Zapatero, que no parece tener conciencia de la gravedad de la situación en la que estamos, presume, en alarde de autocomplacencia, de haber hecho lo debido en cada circunstancia, de haber cumplido con su deber. Parece incapaz de entender y asumir que, además de en lo referente a Cataluña, él es el problema. Ni supo ver venir la crisis ni, muchos menos y acompañado por un equipo mediocre, es capaz de enfrentarse a ella. Además, como hombre mejor dotado para la oposición que para el Gobierno, trata de trasladar a su oponente la responsabilidad de lo que nos ocurre, como si el líder de la oposición, en un sistema que tiende a «presidencialista», tuviera muchas más posibilidades que la crítica de las acciones y el señalamiento de las omisiones del titular del Ejecutivo.


ABC - Opinión

Y el visionario acabó convertido en caradura. Por Jesús Cacho

Alguien dijo que una característica común a todos los líderes populistas que en el mundo han sido es que mienten con tanto descaro que incluso es falso lo contrario de lo que dicen. Confieso que contemplar a Rodríguez Zapatero desgranando desde la tribuna del Congreso los desequilibrios macroeconómicos que han terminado poniendo en la calle a 5 millones de españoles como si la cosa no fuera con él, confiado y campanudo, afectadamente solemne, como si no hubiera tenido nada que ver con el desastre a pesar de estar gobernando desde marzo de 2004, me produce una impresión cercana al aturdimiento. Con más cara que espalda. Con todo el morro. Como un profesor de Historia de un colegio de secundaria narraría la invasión de España por las tropas de Napoleón o la batalla de Lepanto.

Lo de ayer fue un déjà vu en la ceremonia de la confusión que acompaña al Gobierno de España desde marzo de 2004. Una nueva estación en el vía crucis de un país condenado a vivir su calvario hasta purgar, de grado o por fuerza, los excesos cometidos por mucha gente -promotores inmobiliarios, banqueros codiciosos, políticos corruptos-, pero fundamentalmente por un Gobierno de tan alta ideologización como bajo nivel de capacitación técnica, presidido por un peligroso visionario que se cree sus propias fantasías. La novedad es que el visionario ha terminado convirtiéndose en un caradura.


Si el 3 de julio de 2007 -último debate sobre el estado de la Nación de su primera legislatura-, el aludido realizó un balance triunfalista de sus tres años en el poder que culminó con el anuncio-guinda de la canastilla de 2.500 euros para cada nuevo hijo, además de la promesa del “pleno empleo” si resultaba reelegido en 2008, en el debate del año pasado (12 de mayo de 2009), el prestidigitador sorprendió a todos con una catarata de planes y paquetes y ayudas, al menos supuestas, que dejaron noqueado a un Mariano Rajoy que no se esperaba tal aluvión. Gasto público a mogollón. Regalos a todos aquellos grupos de interés con alguna capacidad de presión o influencia electoral.

Entre ambas fechas, en esos casi dos años que van de julio de 2007 a mayo de 2009, el señor presidente se había dedicado a negar la crisis y a calificar de antipatriota a quien afirmara lo contrario. En pleno 2008 se refería a ella calificándola de “periodo de desaceleración del crecimiento”. Cuando resultó evidente, a cuenta del desplome de la actividad con su correlato de paro, que debía cambiar de registro, trató de enmascararla en la situación financiera internacional, intentando ocultar, mintiendo siempre, que España tenía su propia y demoledora crisis, personal e intransferible, tan distinta, tan cruel como atestiguan esas tasas de paro que no conocen parangón en el mundo civilizado.
«Lo de ayer fue un déjà vu en la ceremonia de la confusión que acompaña al Gobierno de España desde marzo de 2004.»
En mayo de 2009, sin embargo, el inquilino de Moncloa creía haber encontrado el antídoto perfecto para acabar con la pesadilla: el gasto público. Los economistas en nómina le habían convencido de que el ratio deuda pública/PIB español, entonces en el entorno del 36% frente a una media del 59% en la UE, le permitía gastar con liberalidad en las cosas más variopintas, por improductivas que fueren. El déficit público así generado se vio engrosado por el aumento de los gastos del seguro de desempleo y el derrumbe de los ingresos fiscales, consecuencia todo ello de la aparatosa caída del PIB. Con el agravante de que como se podía gastar sin ton ni son, porque el Tesoro público era un pozo sin fondo, no era necesario adoptar reformas estructurales de ningún tipo. El corolario del desmadre descrito es que, entre diciembre de 2007 y el mismo mes de 2009, las cuentas públicas pasaron de un superávit del 2% a un déficit del 11,4%. Más de 13 puntos de PIB desaparecidos en solo dos años por el sumidero de las “políticas sociales” de Zapatero.

Miedo a la suspensión de pagos de España

El castillo de naipes se vino abajo con la crisis del euro ocurrida en mayo pasado, una crisis en buena medida causada por las sospechas de los mercados sobre la capacidad de España para pagar sus deudas. Y, de pronto, Zapatero se asustó. Se asustó tanto que de un día para otro, tras la dramática noche del 9 al 10 de mayo vivida en Bruselas por la ministra Salgado (“me dicen que eso no es suficiente, José Luis, que quieren más…”) ante sus pares, la UE y el BCE acordaron crear un fondo de hasta 750.000 millones para “proteger a la divisa europea de los ataques especulativos”, aunque la verdadera razón estaba -está- en dar seguridad a los mercados de que España no suspenderá pagos.

El resultado fue un radical volantazo a la derecha, con replanteamiento de la política económica del aprendiz Zapatero. No iba a tocar el gasto social, ni el sueldo de los funcionarios, ni las pensiones, ni, por supuesto, el mercado de trabajo sin el acuerdo de patronal y sindicatos… Rajoy tuvo ayer la humorada de leer una página del diario de sesiones del citado 12 de mayo de 2009. Cita textual del genio de León: “Yo he dicho, señor Rajoy, que no hay que hacer una reforma laboral. Usted es el que afirma tal cosa. He mantenido y mantendré que no se producirá ninguna reforma laboral que debilite los derechos de los trabajadores o facilite, abaratándolo, el despido. Lo mantengo y lo mantendré”.

Pues, con un par, ha terminado haciendo la reforma -reformita- y por Decreto. ¿Alguien vio ayer en Zapatero alguna sombra de duda, algún gesto de vergüenza ante semejante ejercicio de travestismo, algún ligero temblor facial? ¿Oyó alguien algo parecido a una disculpa ante los funcionarios, los pensionistas o los trabajadores españoles en general? Muy al contrario, alardea, alardeó ayer, del ajuste emprendido -más bien ajustito para las verdaderas necesidades de nuestra Economía- como el que presume de haber ganado el Nobel. Y con la fe del converso, se compromete a “culminar con ambición todas las reformas que hemos puesto en marcha”, mientras descubre el Mediterráneo de que “hay que crecer sin incrementar el gasto público…”. A buenas horas, mangas verdes.

Es lo que tiene el personaje: que aprende tarde, mal y nunca; que lleva tres años de retraso en casi todo, en reconocer la crisis y en adoptar decisiones mínimamente coherentes que la situación reclamaba. Tres años perdidos y muchos más de sufrimiento, en términos de paro y pérdida de nivel de vida, colectivo. Y esto es así no solo en el terreno económico, sino también en el político e institucional. Un botón de muestra: el presidente del Gobierno que juró guardar y hacer guardar la Constitución se dispone a desguazarla con la ayuda de su cuate Montilla, para resolver los problemas que enfrentan a PSOE y PSC. Lo nunca visto en el mundo de las democracias occidentales. Vale el viejo doliente lamento: ¿Qué hemos hecho los españoles para merecer esto…?


El Confidencial - Opinión

Cataluña. ¿Más café para todos?. Por José García Domínguez

El intelectual de cabecera del tripartito, Xavier Rubert de Ventós, después de buscar y rebuscar únicamente ha dado con un ejemplo empírico de ese federalismo descangallado y fané: el subcomandante Marcos.

Hay que ignorarlo todo sobre la naturaleza del nacionalismo catalán para incurrir en una promesa como la que acaba de asumir Zapatero en el Debate; a saber, el compromiso de vadear la sentencia con tal de "desarrollar" los contenidos del Estatut viciados de inconstitucionalidad. Igual que tantas veces, el presidente parece hablar a humo de pajas, pero lo grave es que en esta ocasión desconoce con quién lo hace. Pues cuanto más se esforzase el hombre por resucitar esos cadáveres, tanto más afrentaría a los catalanistas. De tal guisa, cada paso adelante en la evaporación del Estado sería percibido como un paso atrás en la construcción nacional de Cataluña. Tragicómica paradoja que en última instancia remite a un malentendido puramente semántico.

Y es que nada se compadece menos con la verdad que el sambenito federalista que la izquierda sigue empeñándose en atribuir al catalanismo; como nada resulta más ajeno al afán segregador de los nietos de Prat de la Riba que el espíritu igualitario de los federales. A fin de cuentas, el intento de salvar los muebles del Estatut, leyes orgánicas mediante, implicaría equiparar a los aborígenes de Albacete y Betanzos con los payeses de Gurb o Vic, suprema, imperdonable afrenta de lesa catalanidad. Más café para todos, un anatema en las antípodas de la falacia también dicha federal que apadrina el PSC. Esto es, un Estado plurinacional donde la autonomía de Cataluña se fundamenta en la soberanía compartida con España, razón última de que las competencias de la Generalidad hayan de ser distintas y distantes de las de las otras comunidades.

Su reino, como se ve, no es de este mundo. Así, el intelectual de cabecera del tripartito, Xavier Rubert de Ventós, después de buscar y rebuscar únicamente ha dado con un ejemplo empírico de ese federalismo descangallado y fané: el subcomandante Marcos. Sí, Marcos, el clon del pasamontañas. Por lo visto, el Estado Libre Zapatista de Chiapas, fantasía que sólo existe en la imaginación del ex vendedor del Corte Inglés, asegura poseer el derecho a intervenir –y en su caso vetar– en cualquier legislación mexicana que afecte a su territorio. Más allá de ese chiste, no hay ninguna otra plasmación del federalismo amontillado en el todo planeta Tierra. Ni una. Cero. ¿Lo sabrá el Adolescente?


Libertad Digital - Opinión

La foto fija de un estanque. Por Ignacio Camacho

Tras la catarsis mundialista tenemos mejor autoestima, pero seguimos tan mal gobernados como antes.

ZAPATERO es un gobernante desastroso, incompetente y errático, pero como parlamentario maneja bien el arte de la propaganda, que es la versión posmoderna de la retórica. Es buen encajador, porque sus escasos principios son muy elásticos, y pega con una contundencia demagógica. Por eso se siente a gusto en los debates, en los que acostumbra a emplear un lenguaje mitinero trufado de consignas y se acolcha ante las críticas con una pasividad impermeable. Se mueve con animada soltura en el toma y daca y fracasa en el turno de exposiciones, cuando le toca ejercer la responsabilidad del liderazgo. En ese trance se vuelve espeso, narcótico, difuso; endilga discursos anestésicos en los que dibuja entre vapores de irrealidad los contornos de un sueño autocomplaciente. Está cómodo en la confrontación pero no sabe —o no puede— defender un proyecto.

Ayer no tenía otra estrategia que la de trabarse con Rajoy en un cuerpo a cuerpo. Fue un espectáculo patético: el presidente del Gobierno esforzándose en desgastar al jefe de la oposición. Fracasado en todos sus objetivos, falto de chispa y confianza, ni siquiera se molestó en justificarse. La quiebra financiera le ha privado incluso de las clásicas ocurrencias con que suele apoderarse de los titulares: no tiene nada que ofrecer salvo resignación para compartir su propio naufragio. Trató de hacerse la víctima y presentó la crisis como un accidente meteorológico; habla del déficit como si en vez de provocarlo él le hubiese llovido en una tormenta. Inmune a sus contradicciones desprecia la autocrítica; errado en todos sus pronósticos presenta como una virtud sus rectificaciones y cambios de criterio. En el discurso de más bajo perfil de su mandato, lleno de coartadas y pretextos, se pintó a sí mismo como un inocente bienintencionado al que su malvado oponente se niega, hambriento de poder, a echar una mano.

Ni Rajoy ni los demás portavoces tuvieron piedad; le sacudieron a granel, como estaba previsto, y no encontró comprensión en los nacionalistas porque hay un horizonte de elecciones y además en estos debates no está en juego nada sustantivo. Desde el punto de vista práctico la sesión fue un dèja vu inservible. Todo el mundo sabe que la escena pública está embarrancada en un duelo estático, atrapada en la foto fija de un estanque: el discurso zapaterista está agotado y el PP no va a suministrar oxígeno a su asfixia. Tampoco CiU, al menos hasta que gobierne en Cataluña. Esta dialéctica cansina quedó ayer, para alivio gubernamental, balsamizada por el estiaje y la euforia del éxito mundialista. Todo sigue igual; tras la catarsis futbolera tenemos mejor autoestima y más orgullo, pero seguimos tan mal gobernados como antes. La selección es lo más parecido que vamos a tener a un gobierno de coalición.


ABC - Opinión

Zapatero y Rajoy, más de lo mismo en el debate de ayer. Por Antonio Casado

El tiempo dirá si Mariano Rajoy acertó en su arriesgada apuesta en el debate sobre el estado de la Nación. A la confrontación por la confrontación. Palo sin zanahoria cuando todavía queda tanto partido por jugar. Se le puede volver en contra si se comparan sus intervenciones con las de otros portavoces. Durán i Lleida, por ejemplo, cuyo cruce con el presidente del Gobierno fue un modelo de esgrima parlamentaria.

En su particular cuerpo a cuerpo con Rodríguez Zapatero, el líder del PP optó por la bronca y renunció a los contenidos. Se limitó a machacar el mismo clavo de siempre: Zapatero es un perfecto inútil, que improvisa, miente y no inspira confianza a nadie. Así que lo mejor que puede hacer es convocar ya elecciones anticipadas. Porque “su tiempo se ha agotado” y porque “conviene al país y no al PP”.

Tampoco el presidente del Gobierno fue muy original en su réplica. Con su discurso inicial, a mediodía, había tratado de explicar con mejor o peor fortuna su gestión y, en particular, el por qué de sus decisiones en materia económica. Cierto, pero por la tarde, en su cruce con el líder del principal partido de la oposición, no fue mucho más allá de su recurrente crítica al empeño del PP en capitalizar los males del país sin presentar una alternativa. La misma pedrada de siempre: Rajoy no mira por los intereses de España sino por los de su partido.


Hubo que esperar el posterior cruce de Zapatero con el portavoz de Convergencia i Unió (CiU), Duran i Lleida, para comparar argumentos, bien fundamentados, a favor o en contra de las medidas que el Gobierno toma o que deja de tomar en relación con la crisis económica. Durísimo en el fondo pero sosegado en las formas. A diferencia de lo ocurrido minutos antes con Rajoy, que había sido intenso, por la agresividad desplegada, pero plano desde el punto de vista argumental.

Zapatero aprovechó su debate con Durán para hacer una declaración de amor a Cataluña y expresar eterno agradecimiento a Josu Erkoreka (PNV) por haber salvado los Presupuestos Generales del Estado de este año. Se esperaban guiños a CiU (10 escaños) y al PNV (6 escaños), como eventuales costaleros parlamentarios del Gobierno para el último tramo de la Legislatura. Pero lo que vimos y escuchamos ayer fueron verdaderos ritos de apareamiento. Desde poner a los nacionalistas como ejemplos de “patriotas”, por su sentido de la responsabilidad (han salvado a Zapatero en votaciones decisivas), hasta declararse admirador de la identidad catalana: “Seré sensible a sus demandas”, dijo. O comprometerse a apoyar su voluntad de autogobierno.

Y tanto. Como que insistió en su propósito de concertar con la Generalitat una revisión de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Sabedor de que esa actitud proyecta la sospecha del desacato en algunos sectores de la opinión pública, se comprometió a acatar, cumplir y hacer cumplir la sentencia. Pero perdió la ocasión de desautorizar a su compañero de partido y presidente de la Generalitat, José Montilla, que ha hecho explícita su insumisión al declarar, entre otras cosas, que no tiene por qué legislar en sintonía con la mencionada sentencia.


El Confidencial - Opinión

Mundial. La no España perdió. Por Cristina Losada

Las multitudes que celebraron la victoria de la selección española no dieron vivas a las "realidades nacionales" ni corearon "yo soy del Estado español". Tampoco estaban compuestas por ancianos con bigotillo.

El progre español vive en la no-España. Ese no-lugar es un poco diferente de la anti-España del secesionista, pero tan similar que ambos se entienden mejor entre ellos de lo que se entienden con los que viven en España. Para nuestro progre de manual, que suele ser un advenedizo, que alguien viva en la nación española, ¡y que llegue a darle vivas!, resulta no sólo incomprensible, sino impensable. En su mitología, España es una unidad impuesta a sangre y fuego a unos pueblos, que en su diversidad, eran muy felices, y que más que ninguna otra cosa desean recuperar su identidad nacional, oprimida durante tanto tiempo. Cálculos de poder al margen, ese tópico de baratillo es la clave del imaginario que guía a Zapatero.

Convencidos de su superioridad respecto del común de los mortales, pero seguros de representar al pueblo como nadie, esos progres de salón, que son los que gobiernan, deberían sentirse confundidos y, en todo caso, atribulados. Durante unos días, al calor de un triunfo deportivo, el pueblo, pues de un fenómeno popular hablamos, ha dejado claro que vive en España. Y harían bien en sospechar que siempre ha vivido allí, al contrario de lo que creen ellos. Daban por sentado que en España sólo moraban los nostálgicos del franquismo, los nacionalcatólicos, los vejetes inasequibles a la sutileza relativista. Y que si España era algo, sería una entidad administrativa, una especie de coordinadora de las auténticas naciones, las "identidades fuertes", con culturas, lenguas e historias diferentes.

El pueblo, sin embargo, tiende a la incorrección política y se resiste a trasladar su residencia a la no-España que pintan tan plurinacional y bonita. Las multitudes que celebraron la victoria de la selección española no dieron vivas a las "realidades nacionales" ni corearon "yo soy del Estado español". Tampoco estaban compuestas por ancianos con bigotillo. Y, lo que es peor, sacaron la bandera de España sin ningún sentimiento de culpa. No sé cómo llevarán los progres que nos gobiernan un divorcio tan patente entre sus clichés y la realidad. Pero la afloración de "una realidad patriótica" (Gustavo Bueno dixit), los coloca ante un dilema de difícil solución. O hay millones de fachas en España o lo que hay son españoles. Resulta que la gente vive con naturalidad en España y ellos, no.


Libertad Digital - Opinión

Un mandato expirado. Por José María Carrascal

La «era Zapatero» viene jalonada por tres frases rotundas, que han resultado tres rotundos reveses: «Otegui es un hombre de paz», «Pascual, os daré lo que me pidáis» y «la crisis económica no afectará a España». La consecuencia ha sido que, hoy, Zapatero se ve obligado a hacer cosas que nunca había pensado hacer.

¿Estamos gobernados por un cadáver político y no nos damos cuenta? ¿Ha completado Zapatero su ciclo como gobernante y sigue en La Moncloa por pura inercia, una de las constantes de nuestra historia? Si examinamos su trayectoria durante los últimos meses, percibimos que no domina los acontecimientos, los acontecimientos le dominan a él, que se limita a navegar sobre ellos como un surfista sobre las olas, con trompazos cada vez más frecuentes, preludio del descalabro definitivo. La «era Zapatero» viene jalonada por tres frases rotundas, que han resultado tres rotundos reveses: «Otegui es un hombre de paz», que marcó el inicio de las negociaciones con ETA; «Pascual, os daré lo que me pidáis», origen de un estatuto que no ha satisfecho a nadie; y «la crisis no afectará a España,» que no necesita explicación. La consecuencia ha sido que, hoy, la economía española la marcan Bruselas y los mercados, obligando a Zapatero a hacer cosas que nunca había pensado hacer, mientras en política pende y depende de los nacionalistas, que le apoyan solo si les conviene, siempre a un alto precio. El momento de la verdad llegará con los próximos presupuestos, sobre los que se acumulan todo tipo de tormentas políticas y económicas. La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estatuto catalán ha empeorado hasta tal punto sus relaciones con CiU que empieza a verse difícil le salve. Tendría entonces que recurrir al PNV, que le pediría tanto o más: traicionar a Patxi López. Y aunque Zapatero es experto en traiciones, va a serle difícil completar una dentro del propio partido.

Por no hablar ya de la prueba que le espera con los sindicatos, con los que venía gobernando a bases de un pacto asimétrico: concederles lo que le pidieran en el terreno laboral a cambio de paz en el sector. Pero los sindicatos se encuentran en un apuro tan grande o mayor que el suyo: Zapatero se ha visto obligado a romper el arcaico statu-quoreinante en el mundo laboral por imposición extranjera, dejando a los mandamases sindicales con el trasero al aire. Ante lo que no han tenido más remedio que convocar movilizaciones, La fecha es finales de septiembre, vísperas de las elecciones catalanas y del debate presupuestario. Si el verano es tórrido, el otoño se presenta infernal. Porque a Zapatero ya no le queda escapatoria: o satisface a los leones interiores o a los exteriores. A todos al mismo tiempo, como ha venido trampeando, imposible, porque todos exigen la misma carne, que no es la suya, sino la del pueblo español. La situación es particularmente grave porque el pueblo español no está acostumbrado a vivir sin gobierno, pese a la fama de ingobernable que tiene. La realidad es que, a diferencia de los italianos, que han aprendido a vivir sin gobierno y les va estupendamente, los españoles necesitamos no ya un gobierno, sino varios, el municipal, el regional, el nacional, a los que pedir favores, encargar de nuestros asuntos y echar la culpa si las cosas salen mal. La facilidad con que caemos en el anarquismo más estrepitoso cuando deja de haber una autoridad sobre nosotros es la primera consecuencia de nuestra incapacidad de autogobernarnos. Otra, nuestra renuencia a cambiar, incluso cuando las cosas se tuercen, plasmada en el dicho «más vale mal conocido que bien por conocer». Preferimos, no sé si por desidia o fatalismo, que la situación se pudra por si sola a las pejigueras que trae el cambio. De ahí que no haya puesto más ingrato que el de jefe de la oposición en España, ni más cómodo que el de jefe de Gobierno, hasta el punto de poder decirse
que, en nuestro país, la oposición no gana nunca las elecciones. Son los gobiernos los que las pierden, por descomposición interna, corrupción generalizada o incapacidad apabullante, pues la pequeña o mediana se toleran.

Como los errores. El mejor ejemplo lo tenemos en Zapatero, que se ha equivocado en todas las decisiones importantes que ha tomado. Solo una de las tres antes apuntadas hubiese bastado para acabar con una carrera de gobernante en cualquier país democrático. Él, sin embargo, ha sido reelegido y continúa yendo en las encuestas por delante de Rajoy, pese a que la «conjunción planetaria» que iba a representar su presidencia europea ha sido un fiasco total. Pero ahí le tienen, convirtiendo las derrotas en victorias y confiando en que lo peor haya pasado. Hace tiempo escribí en esta misma página el secreto de su política o, mejor dicho, la fórmula de su permanencia pese a su política: gobierna apoyándose en los defectos españoles, no en nuestras virtudes. Y aunque todos los pueblos sienten debilidad por sus defectos, los que eligen gobernantes que se apoyan en ellos desaprovechan todas sus ocasiones históricas. José Luis Rodríguez Zapatero gusta más del ayer que del mañana, como la inmensa mayoría de los españoles, pese a que dicen por ahí que «mañana» es nuestra palabra favorita. Su ideal es librar batallas del pasado, en vez de las del futuro. Su deporte favorito es alancear muertos, en vez de dejarlos en paz. Le aterran las novedades y sólo se siente cómodo entre los latiguillos más trillados. Recluta sus aliados entre los dirigentes más anacrónicos y elige como consejeros gentes ancladas en la revolución cultural del 68, que hoy es ya prehistoria. Le asusta el exterior y le encantan los encuentros con los trabajadores en lo más interior del país, como Rodiezmo, una reliquia del pasado. Su progresismo es un disfraz, como en la mayoría de los españoles, anclados en las tradiciones de su particular ideología.

F ascinado por el ayer, hizo de la memoria histórica el eje de su programa de gobierno. No sabemos si, al hacerlo, se daba cuenta de que regresaba a las dos Españas, cuando creíamos haberlas superado. Dos Españas, una buena, otra mala; una moral, otra inmoral; una progresista, otra retrógrada. Un planteamiento que obligaba ineludiblemente a eliminar la mala, la inmoral, la retrógrada. Con buena conciencia, además, pues así se purgaban la nación y el Estado de los elementos perniciosos que les habían impedido funcionar y desarrollarse normalmente. Para lograr tan formidable misión, Zapatero no dudó en aliarse con quienes históricamente no se han considerado españoles, con quienes abogan abiertamente por la independencia e incluso con quienes han declarado la guerra a España. La negociación con ETA, el pacto del Tinell y el nuevo estatuto catalán formaban parte de esa estrategia para dar ese vuelco copernicano al país, excluir de su escenario a la «otra» España y completar lo que la Transición no se había atrevido a hacer.

Volcado en tan hercúleo proceso, Zapatero se olvidó de gobernar. Algunos dicen que, realmente, no sabía. El caso es que los grandes, los verdaderos problemas de España, la educación, la innovación, la productividad, el diferencial con los países punteros, no han hecho más que agrandarse durante su mandato, y al llegar la crisis ni siquiera la reconoció. Cuando no tuvo más remedio que reconocerla, tomó las medidas falsas, y cuando el desplome español amenazaba Europa esta se ha visto obligada a intervenirnos. Hoy, Zapatero habla y gesticula según le dictan desde fuera y desde dentro los mercados y los nacionalistas, respaldado por un partido que ve amenazadas las sinecuras de que goza. Son fuerzas poderosas, que le permiten resistir más allá de lo normal. Pero políticamente está acabado. De sus rivales no puede esperar piedad, como él no la tuvo con ellos. De sus seguidores, la obediencia del que no tiene otra salida. De los nacionalistas, apoyo solo a cambio de traicionar a España, es decir, traicionar su cargo, pues engañar no podrá volver a engañarles. Dije al principio que era un cadáver político. Peor que eso: es un cadáver que anda. Basta verle rodeado de banderas rojigualdas en vez de republicanas, con un balón de fútbol siendo de baloncesto.


ABC - Opinión

Razones para ir a las urnas

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ESCRIBE AQUÍ EL ENCABEZAMIENTO

José Luis Rodríguez Zapatero llegó al Congreso para afrontar el Debate del Estado de la Nación en su momento político más crítico. El insólito aplauso de los diputados socialistas que le acompañó en el recorrido desde su escaño a la tribuna de oradores evidenció ese estado de ánimo sombrío. La primera conclusión del Pleno de política general es que si el presidente lo tomó como una suerte de tabla de salvación, un trampolín para recuperar el aliento y acabar la Legislatura, no lo consiguió. Zapatero, que ha demostrado en estos años su falta de capacidad para afrontar la crisis y su facilidad para malgastar los recursos públicos hasta disparar la deuda y el déficit y poner en riesgo el crédito, demostró que su proyecto está exhausto y desfondado. Llegó al debate con una soledad política contundente y salió del mismo embarcado en la agonía de una huida hacia adelante, censurado por izquierda y derecha y crispado y agresivo. Su cara a cara con Mariano Rajoy fue la repetición de todos los latiguillos y tópicos contra el PP que han marcado la historia de estas sesiones, pero ni dio cuentas de su gestión ni detalló cómo piensa sacarnos de la crisis. Nada nuevo propuso más allá de justificar el mayor recorte del Estado de Bienestar que se recuerda, y anunciar otro ajuste en los Presupuestos. Ni un atisbo de autocrítica y sí grandes dosis de autocomplacencia antes de pedir un «esfuerzo colectivo» para afrontar más sacrificios. Incluso, recurrió a unos cuantos índices económicos, incluido el probable crecimiento de la economía en el segundo trimestre, para jactarse de que España va bien. Duran Lleida definió mejor que nadie la actitud del presidente: «Está en otra galaxia».

Mariano Rajoy estuvo brillante y contundente, y puso el acento en lo que, al final, impide la recuperación económica y la creación de empleo: la falta de confianza en el presidente. El líder de la oposición situó a Zapatero ante el espejo de sus incontables contradicciones y cambios de rumbo y le recordó que había incumplido su programa electoral y sus compromisos de investidura, así como acuerdos como el Pacto de Toledo. «¿Cómo se puede confiar en usted si va de engaño en engaño?», se preguntó. Sin confianza, cree Rajoy con toda razón, las posibilidades de recuperación se reducen hasta agotarse. En esa situación de soledad, descrédito, sobrepasado por las circunstancias e incapaz de generar un compromiso y un consenso nacionales para afrontar los sacrificios que la situación y Europa nos exigen, la alternativa de las elecciones generales, como reclamó Rajoy por primera vez, es la más responsable y la más honesta. Duran Lleida, solvente y atinado, incidió en esa idea: «La legislatura está agotada; es un problema de desconfianza». Hemos defendido antes que nadie que el adelanto electoral respondía mejor que otras alternativas al interés general, dado el agotamiento del proyecto socialista. Y cada día la urgencia es mayor. Pero el Gobierno está decidido a desoír el clamor social y a persistir en una política tan dañina como la que llevará al presidente a sortear la sentencia del Estatut por la puerta de atrás con unas cuantas leyes para salvar la cara en Cataluña frente a un Rajoy que recordó ayer su acatamiento y el respeto al fallo.

La Razón - Opinión

Más Zapatero, le "cueste lo que le cueste" a España

Zapatero se ha vuelto a mostrar incapaz de ofrecer nada: ni siquiera esos conejos que se sacaba de la chistera en los tiempos en los que no tenía ningún escrúpulo en dejar en evidencia que para él gobernar es gastar.

No hacía falta esperar a que él nos lo dijera para saber que Zapatero pretende continuar aferrado al poder "cueste lo que cueste". Tampoco hacía falta que Rajoy nos lo dijera para saber que "el mejor servicio que puede hacer al país" el presidente del Gobierno "es convocar de manera inmediata elecciones anticipadas". Estas afirmaciones del presidente y del líder de la oposición resumen, sin embargo, el duro enfrentamiento que ambos han protagonizado durante el Debate sobre el Estado de la Nación. Y bien está que Rajoy, aunque sea tarde, haya pedido por primera vez de forma explícita esa convocatoria anticipada de elecciones, pues es evidente que el principal obstáculo para la recuperación de nuestro país lo constituye quien está al frente de su Gobierno.

Zapatero ha demostrado que por no servir ya ni siquiera sirve para maquillar la trágica situación por la que atraviesa nuestro país, tanto institucional como política y económicamente. Así, y con el objetivo de justificar el plan de rescate de la UE y el tijeretazo del gasto que ésta nos impuso, ha llegado a reconocer la quiebra –él ha dicho "catástrofe" y "déficit insostenible"– al que estábamos abocados hace tan sólo dos meses. Lo peor es que en el resto de su intervención no ha ofrecido nada para garantizar que ese riesgo se haya despejado de forma definitiva. Por el contrario, Zapatero ha dedicado el resto de su intervención al terrible estado, no de la nación, sino del principal partido de la oposición.

El problema es que España está en crisis, no sólo desde el punto de vista económico, sino también como nación y como estado de derecho, tal y como deja en evidencia el escasisímamente recortado estatuto catalán, que para colmo no ha servido más que para que sus impulsores amenacen con el desacato y con la rebelión institucional. Si, respecto a la economía, Zapatero ha acusado al PP de "no arrimar el hombro" y de "aprovecharse electoralmente" de la crisis, respecto al Estatuto también ha culpado al PP de que la sentencia no lo declare del todo constitucional. Vamos, como si el responsable de una dasastrosa gestión económica o de la inconstitucionalidad escasamente reconocida, no fuera el que la perpetra sino el que la denuncia (aunque en este último caso, sólo cabe lamentar una vez más que el PP de Rajoy haya renunciado a defender la Constitución frente al Estatut en esta nueva etapa de sumisión de los populares ante el nacionalismo catalán).

Ante esa doble crisis por la que atraviesa España, Zapatero se ha vuelto a mostrar incapaz de ofrecer nada: ni siquiera esos conejos que se sacaba de la chistera en los tiempos en los que no tenía ningún escrúpulo en dejar en evidencia que para él gobernar es gastar. Y respecto a la rebelión que protagonizan los nacionalistas y su propio partido en Cataluña, no hay más que ver la suave y condescendiente réplica que le ha dirigido a un Durán i Lleida ante las amenazas separatistas para saber que con este Gobierno la sentencia del Estatut va a quedar en papel tan mojado como ha quedado la Constitución.


Libertad Digital - Editorial

Zapatero, tiempo perdido

El problema de Zapatero no es otro que el balance de su gestión, y el antídoto ante la opinión pública no reside en volverse contra Rajoy con argumentos políticamente inútiles.

EN el Debate sobre el estado de la Nación que comenzó ayer en el Congreso de los Diputados, correspondía al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y no al líder de la oposición, rendir cuentas de su gestión ante la crisis y defenderla ante los grupos parlamentarios. La exigencia de alternativas a una oposición que no tiene mayoría para una moción de censura y es despreciada cuando se ofrece para alcanzar acuerdos se ha convertido en una coartada para que el Ejecutivo eluda sus responsabilidades y neutralice al principal grupo opositor con una especie de corresponsabilidad inefable. Este planteamiento de tratar a la oposición como si fuera Gobierno, y al Gobierno como si fuera víctima, altera los papeles que corresponden al Ejecutivo y a la oposición en una democracia parlamentaria.

Aun así, uno de los momentos particularmente brillantes del discurso del presidente del PP, Mariano Rajoy, fue la relación exhaustiva de todos los apoyos y propuestas que el Partido Popular había brindado al Gobierno en el último año, lo que desmontó la impenitente acusación socialista de que los populares «no arriman el hombro». La conclusión de Rajoy realmente centró el problema político de Rodríguez Zapatero, que no es otro que su responsabilidad directa y personal en el agravamiento de la crisis en la economía española, y este fue el argumento central del discurso del líder popular, pese a los intentos del presidente del Gobierno de desviar el contenido del debate para no responder a las duras acusaciones que estaba recibiendo.

El cruce de intervenciones entre Zapatero y Rajoy respondió, por tanto, a las previsiones de un enfrentamiento sin concesiones, totalmente ajustado al fin de ciclo que cada cual expuso con distinto enfoque. Mariano Rajoy dio por cerrada la legislatura y pidió, por vez primera, la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones, lo que Rodríguez Zapatero rechazó «cueste lo que le cueste», refugiándose en un discurso defensivo y enrocado en inverosímiles reivindicaciones de su política social. Eso sí, los datos son tan tozudos que Zapatero no pudo apelar a la coherencia programática, ni a los principios ideológicos, porque es consciente de que una y otros los ha perdido en una carrera de contradicciones y rectificaciones en su política económica de los últimos meses, durante los cuales el presidente del Gobierno ha defendido modelos y soluciones antagónicas. Especialmente, con la congelación de pensiones o el abaratamiento del despido, medidas que Zapatero rechazó solemnemente hace un año como un compromiso personal. Así es difícil que un político recabe confianza y muy improbable que pueda volver a generar credibilidad en un proyecto que, a la vista de su falta de propuestas, parece ya caducado cuando aún quedan dos años de legislatura.

Por eso, ayer no fue un día afortunado para Rodríguez Zapatero. Las intervenciones del presidente del Gobierno fueron superficial la primera y crispada la segunda. Buscó el cuerpo a cuerpo con Rajoy para devolver al líder de la oposición su abrumadora réplica. Pero esta estrategia no rindió beneficio alguno a Zapatero porque es poco realista pensar que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña sea reprochable al PP o que a este partido puede hacerle daño hoy el recuerdo de decisiones que los gobiernos de José María Aznar tomaron hace más de seis años. El problema de Rodríguez Zapatero no es otro que el balance de su gestión, y el antídoto ante la opinión pública no reside en volverse contra Rajoy con argumentos retrospectivos, políticamente inútiles. Sin embargo, las intensas alabanzas que dedicó al Estatuto de Cataluña, incluso al nacionalismo catalán por su apoyo al recorte social, sí demostraron su preocupación política por el fallo del TC y acreditaron que Zapatero también está echando cuentas —expresión que utilizó para criticar a Rajoy— para las próximas elecciones catalanas, ante la probabilidad de que CiU puede gobernar Cataluña a partir del próximo otoño. Para haber sido una «derrota en toda regla» del PP, parece que es el Gobierno el que está más afectado por el alcance de la sentencia constitucional.

No hubo más historia en el debate de ayer por parte de Rodríguez Zapatero, aunque lo lógico habría sido confiar en que el presidente de Gobierno de un país en crisis aprovechara la ocasión para articular un mensaje de optimismo y confianza. En su lugar, solo ofreció la resignación de un Gobierno superado que, efectivamente, está dispuesto a aguantar «cueste lo que cueste».


ABC - Editorial