jueves, 15 de julio de 2010

En el vacío político. Por Valentí Puig

Un rasgo del zapaterismo es comportarse en el Gobierno como si todavía estuviera en la oposición.

LO más previsible del debate de ayer era que el presidente Zapatero ostentase ese medallero extenso con el que se autoacredita como estadista que cambió estructuralmente de rumbo político, sacrificándose por la nación. En cuanto a las mediciones profundas de la opinión pública, lo imprevisible es la credibilidad que tenga la tesis del medallero. Ciertamente, es ilimitada la naturalidad con que Zapatero dice hoy todo lo contrario de lo que decía ayer. Podríamos hablar en concreto de un dialecto Zapatero, una fragmentación lingüística en la que la relación entre la palabra y su significado varía de modo constante y aleatorio. Pudo constatarse ayer en el hemiciclo del Congreso de los Diputados.

Un rasgo permanente del zapaterismo es comportarse en el Gobierno como si todavía estuviera en la oposición. No es un rasgo original. Consiste en gobernar —según la vieja fórmula— no «para» algo, sino «contra» algo. No fue otra la estrategia de Zapatero desde que obtuvo la mayoría en las elecciones después del atentado del 11-M. Entonces se puso a gobernar «contra» el PP, del mismo modo que había visto la formación del tripartito catalán y su reivindicación estatutaria como un dique frente a las aguas del centro-derecha.


Entre otros motivos, seguramente fue por eso que luego no quiso asumir la dimensión de la crisis económica, o que incluso tardó en captarla. Eso ha llevado al Gobierno a un cierto vacío político. Desde luego, ni las bancadas del PP son un jardín de la infancia ni deja de haber contradicciones en sus tareas de oposición, pero no solo es que quien gobierna sea el PSOE, sino que le ha negado a la oposición política y a la opinión crítica el marco de aquella totalidad compleja en la que —por definición— somos plurales. Ese es un efecto del vacío político, del acordonamiento fijo de espacios.

Viene de ese vacío político que Zapatero haya asumido tarde y mal la recesión, incluso cuando era un dato clamoroso, y solo hasta que le indicaron las pautas el FMI, el Banco Central Europeo y los mercados de deuda. Ahí, de modo tan tardío, aparece el Zapatero que ayer describía el estado de la nación con la ortodoxia de la terminología del FMI y de la Comisión Europea. Está ya un poco pasado de rosca acordarse de la Alianza de las Civilizaciones, pero es inevitable para contrastar el lenguaje zapaterista de los inicios y el de ayer. Fue como si pasásemos del «Viva Zapata» a las fórmulas de la tecnocracia. Era un salto inverosímil para un público al que ya le cuesta creer y confiar en según que cosas.

Mantenerse en el vacío político durante un año y largos meses es una gesta con la que Zapatero va a intentar asirse de unos primeros indicios de recuperación económica —crecimiento y creación de puestos de trabajo— que hoy por hoy pocos ven con certeza. Es una apuesta por la incertidumbre. Mientras tanto, intentará rehacer complicidades parlamentarias pero el vacío político absorbe y ensimisma. Puede ser un espectáculo poco gratificante para quienes desearían ver ahora mismo un retorno del potencial regenerador de España. Vamos a tener que escuchar muchos monólogos en el dialecto Zapatero.


ABC - Opinión

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