jueves, 15 de julio de 2010

El (mal) estado de la nación. Por M. Martín Ferrand

Zapatero presume, en alarde de autocomplacencia, de haber hecho lo debido en cada circunstancia.

SI España fuese una democracia sólida y verdadera, no paródica, el debate parlamentario más importante del año sería aquel en que se discute y aprueba el Presupuesto; pero nos demuestra la experiencia que, especialmente en lo que llevamos de zapaterismo, el Presupuesto es un género literario, algo que se formula con la convicción previa de no cumplirlo y cuya única función concreta es la de su publicación en el BOE. En consecuencia, el debate estelar de la legislatura es el que ayer comenzó en el Congreso de los Diputados, el del estado de la Nación. Dada la proximidad y trascendencia de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y a la vista de la reacción montaraz y díscola con que la ha acogido el presidente de la Generalitat y notable militante socialista, José Montilla, hubiera sido deseable —¿exigible?— que el discurso de José Luis Rodríguez Zapatero hubiera sido menos falaz al respecto y, a mayor abundamiento, no hubiese anunciado su disposición de «recuperar», en componenda con la franquicia socialista catalana, aspectos estatutarios anulados por el TC.

Como de consuno, Zapatero y Rajoy, con más dignidad el segundo que el primero, sobrevolaron la cuestión catalana. El socialista, por autor del problema; el popular, por no enfrentarse al coste electoral que su necesario recurso de inconstitucionalidad pueda tener en las autonómicas del próximo otoño. Hubiera bastado con que el jefe de la oposición le hubiera formulado al del Gobierno una sola pregunta: ¿España es una Nación y no hay más Nación que España en todo el territorio? Una pregunta envenenada para quien, como Zapatero, sostiene que el concepto de España como Nación es «discutido y discutible»?

En los aspectos sociales y económicos del debate, los dos protagonistas principales repitieron lo acostumbrado. Zapatero, que no parece tener conciencia de la gravedad de la situación en la que estamos, presume, en alarde de autocomplacencia, de haber hecho lo debido en cada circunstancia, de haber cumplido con su deber. Parece incapaz de entender y asumir que, además de en lo referente a Cataluña, él es el problema. Ni supo ver venir la crisis ni, muchos menos y acompañado por un equipo mediocre, es capaz de enfrentarse a ella. Además, como hombre mejor dotado para la oposición que para el Gobierno, trata de trasladar a su oponente la responsabilidad de lo que nos ocurre, como si el líder de la oposición, en un sistema que tiende a «presidencialista», tuviera muchas más posibilidades que la crítica de las acciones y el señalamiento de las omisiones del titular del Ejecutivo.


ABC - Opinión

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