En Rodiezmo se escenificaba el epílogo de una antigualla que ha ido cambiando de manos y que ahora no es de nadie.
LA suposición de que un líder sindicalista era el mejor ministro de Trabajo fue uno de los mitos de un mundo ideológico en el que los sindicatos se creían, para bien o para mal, una fuerza transformadora. En España, el mito inició su retrogresión al chocar el PSOE con la UGT en la época felipista. Mucho antes, los pros y contras de colaborar con la dictadura de Primo de Rivera llevaron a PSOE y UGT a tensiones internas destructivas. En aquel caso, no pocos sectores de la UGT consideraron que era el precio a pagar para oponerse a la vasta implantación del anarcosindicalismo. Así llegó Largo Caballero al Consejo de Estado, por lo que Indalecio Prieto dimitió de la Ejecutiva socialista.
El anunciado regreso municipal de Celestino Corbacho a los feudos del PSC no solamente explicita las herrumbres en el engranaje del pacto del PSOE con el socialismo catalanista: también es el final de una entelequia cuya figuración, a modo de la pintura de grandes escenas de la Historia, ha consistido hasta ahora en identificar al sindicalismo con los pobres, el hambre de justicia, los descamisados y las mujeres por emancipar frente a las fuerzas de la reacción. En fin, ya nadie se cree que el socialismo represente a los más desfavorecidos ni que el sindicalismo esté compenetrado con una idea de la clase obrera que se evaporó en el mundo postindustrial, con las nuevas formas de trabajo y con un anquilosamiento agudo de la concepción sindicalista.
El anunciado regreso municipal de Celestino Corbacho a los feudos del PSC no solamente explicita las herrumbres en el engranaje del pacto del PSOE con el socialismo catalanista: también es el final de una entelequia cuya figuración, a modo de la pintura de grandes escenas de la Historia, ha consistido hasta ahora en identificar al sindicalismo con los pobres, el hambre de justicia, los descamisados y las mujeres por emancipar frente a las fuerzas de la reacción. En fin, ya nadie se cree que el socialismo represente a los más desfavorecidos ni que el sindicalismo esté compenetrado con una idea de la clase obrera que se evaporó en el mundo postindustrial, con las nuevas formas de trabajo y con un anquilosamiento agudo de la concepción sindicalista.
Ha sido fácil comprobarlo al establecerse un nexo de continuidad entre felipismo y zapaterismo. Ese nexo es el paro. El hecho de que las previsiones sobre la huelga convocada por los sindicatos sean de escasa asistencia no mengua la espectacularidad de la entrega de Zapatero y su política económica a los sindicatos precisamente para evitar una huelga, para no perder esa anacrónica identificación entre socialismo y política social justa. El trailer fue filmado en Rodiezmo, sin muchos comparsas, hasta el extremo de convertirse todo el episodio en el resumen de la larga confusión que ha representado la respuesta tardía y todavía indefinida del Gobierno a la recesión. Aquellos pañuelos rojos de Rodiezmo seguramente eran «made in China» y habían sido subvencionados por la Europa social que afortunadamente tutela el Banco Centro Europeo.
El mejor ministro de Trabajo, si debiera haberlo, no es socialista ni sindicalista, sino el que esté articulado racionalmente en un gobierno con políticas efectivas de crecimiento. En Rodiezmo tan solo se escenificaba el epílogo de una antigualla que ha ido cambiando de manos y que ahora no es de nadie. Entre otras cosas, ya no existe. La ausencia de Zapatero generó una decepción más nostálgica que operativa. Era el ausente, presente en el Japón del estancamiento paradigmático en busca de inversiones para sostener una economía en la que se trabajará hasta los 67 años. Es leve el equipaje del ministro Corbacho. Así van y vienen los ministros del PSC. Respecto a la reforma laboral, ni bien ni mal. Hasta ahora es una sombra imprecisa, con un perfil cambiante entre el vacío de Rodiezmo, la huelga fantasma y la estatua ecuestre de Zapatero.
El mejor ministro de Trabajo, si debiera haberlo, no es socialista ni sindicalista, sino el que esté articulado racionalmente en un gobierno con políticas efectivas de crecimiento. En Rodiezmo tan solo se escenificaba el epílogo de una antigualla que ha ido cambiando de manos y que ahora no es de nadie. Entre otras cosas, ya no existe. La ausencia de Zapatero generó una decepción más nostálgica que operativa. Era el ausente, presente en el Japón del estancamiento paradigmático en busca de inversiones para sostener una economía en la que se trabajará hasta los 67 años. Es leve el equipaje del ministro Corbacho. Así van y vienen los ministros del PSC. Respecto a la reforma laboral, ni bien ni mal. Hasta ahora es una sombra imprecisa, con un perfil cambiante entre el vacío de Rodiezmo, la huelga fantasma y la estatua ecuestre de Zapatero.
ABC - Opinión
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