martes, 7 de septiembre de 2010

La ofrenda de Rajoy al Apóstol no limpia al PP de pecadillos. Por Federico Quevedo

Desconozco si en anteriores ocasiones, en otras ediciones del Xacobeo, el Partido Popular ha ido a Santiago a ofrendar al Apóstol. Lo hizo ayer el Comité Ejecutivo Nacional de este partido, con Mariano Rajoy a la cabeza, quien dedicó al patrón de esta España que se duele por los cuatros costados palabras emotivas y un compromiso de defensa de esos valores y principios por los que tanto se ha luchado en este país. Hizo bien Rajoy en huir de lo íntimamente religioso, para centrarse en esa idea de proyecto común cimentado en la cultura Xacobea, que no es otra que el humanismo cristiano, la luz que ha dado vida a la civilización occidental y que ahora desde algunas instancias políticas y sociales se pone en entredicho. Es verdad que esta España se duele, como lo es que la misma Europa cuyos caminos conducen a Santiago se encuentra sumida en una encrucijada existencial que amenaza con cuestionar todos los valores que nos han permitido sobrevivir a las peores amenazas, a las guerras más crueles, a las invasiones más sangrientas y a los más perversos dictadores. Fíjense en lo que les digo, pero dudo mucho que esta Europa de hoy, a pesar de estar unida en ese proyecto común llamado UE, tuviera la suficiente fortaleza moral como para enfrentarse de nuevo al peligro de un fundamentalismo tan peligroso como el que condujo al mundo a la Gran Guerra. Creo, por el contrario, que conducida por zapateros de turno que profesan un penoso relativismo acabaría sucumbiendo –acabará sucumbiendo si no ponemos remedio- a la tentación de la complicidad para evitar la destrucción.

Pero no era de esto, exactamente, de lo que quería hablarles, aunque tiene algo que ver. En el final de su ofrenda al Apóstol, Rajoy le pide al Santo ayuda para no desfallecer en su proyecto, en el proyecto del PP, y en el compromiso de hacer de la política una tarea noble al servicio del bien común. Yo creo, en general, que la política es una tarea noble y la mayoría de los políticos que conozco son gente honrada que está ahí por afán de servicio. De alguno de ellos les daré noticia pronto, porque merecen un artículo aparte, pero lo cierto es que en ese empeño por hacer del Partido Popular un referente de principios básicos y elementales, de valores más allá de lo moral y que tienen mucho que ver con la ética pública, no puede decirse que el partido de Rajoy sea siempre un ejemplo. Los demás lo son menos, obviamente, y en el caso del PSOE ni les cuento: son muy pocos los políticos de ese partido, y lo digo consciente de la afirmación que hago, de los que pueda hacerse gala de su honradez personal y política. Pero ya sabemos que la izquierda es así, alejada de cualquier compromiso ético que no sea el de su propio enriquecimiento político o económico. Pero no es ese el caso de la derecha liberal, cuyos valores descansan sobre la fe en el individuo y su libertad, con todo lo que eso conlleva de comportamiento ético y transparente.

Por eso sorprende que al mismo tiempo que Rajoy hace esa promesa de buscar la nobleza en el ejercicio de la política, lo cual le honra, no termine de combatir en sus propias filas algunos comportamientos que, claramente, se alejan de esa imagen de político intachable. Y es verdad que en muchos casos puede llegar a ser injusta esta apreciación, pero si hay una profesión donde se evidencia a rajatabla aquello de la honradez y la mujer del César es en la política, y por eso no puede haber la más mínima duda, la más ligera impresión, por pequeña que sea, de que un cargo público haya podido aprovecharse de su situación, aunque lo que se ponga en duda sea algo tan banal como unos trajes y la posible percepción de algo tan etéreo como un cohecho impropio. Saben ustedes que yo no tengo nada contra Camps, más bien al contrario sigo creyendo en él como un político honrado y decente, pero eso no es lo que parece a los ojos de la opinión pública y de la mayoría de los ciudadanos que solo le conocen por los medios de comunicación, y en definitiva eso es lo que importa, no lo que pensemos quienes le conocemos y sabemos de su honestidad. Por eso ayer a la ofrenda le faltaba algo para que el PP logre ese jubileo definitivo que supondría para este partido la victoria en las elecciones: el reconocimiento de los pecados, el acto de contrición y cumplir la penitencia.

Y vuelvo, si me lo permiten, al inicio de estas líneas: precisamente porque nos encontramos en el momento en el que nos encontramos, precisamente porque debido a esta pérdida de valores fundamentales referidos a la ética del comportamiento hace falta más que nunca un referente que sirva de faro-guía a la sociedad, es por lo que un partido que conserva la esencia del humanismo y del liberalismo debe dar la talla y demostrar que en la consecución del bien común no puede haber ni una sola contemplación, ni una sola derrota, por pequeña que esta sea, ante quienes anteponen el interés particular. Al contrario, lo que en este momento la sociedad le exige al Partido Popular es un comportamiento intachable, y una firme apuesta por la regeneración ética y democrática de la política, para dotarla de esa nobleza que el líder del PP reclama al Apóstol y deje de ser una profesión denostada que lejos de acercarse al ciudadano provoca en éste una profunda desafección. Los demás no lo van a hacer, y mucho menos el partido que nos gobierna. Por eso la pelota está en el tejado del PP y ha sido Mariano Rajoy, ayer, en Santiago de Compostela, el que la ha puesto ahí.


El Confidencial - Opinión

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