martes, 7 de septiembre de 2010

La gran confusión. Por M. Martín Ferrand

La confusión entre jugo y salsa que exhiben los socialistas más conspicuos del momento es nueva.

DISTINGUIR el jugo de la salsa es algo tan importante en la cocina como en la política. Tomás Gómez, por ejemplo, es puro jugo y Trinidad Jiménez la salsa que se deriva del laboratorio en que José Luis Rodríguez Zapatero, al modo en que los viejos alquimistas trataban de convertir el plomo en oro, pretende transformar el poder gubernamental en votos democráticos. Gómez es el fruto aritmético de la voluntad militante socialista madrileña y Jiménez, como tantos otros errores que anidan en las cumbres partitocráticas, la consecuencia de una encuesta. El jugo es natural y la salsa, por buena que resulte, es un artificio. El problema del socialismo español, tras el espasmódico zarandeo al que le tiene sometido su máximo líder, es que se ha instalado en la confusión y son pocos, si queda alguno, los capaces de distinguir entre un vaso de zumo de naranja y una salsera repleta de mayonesa.

Desde la confusión se entiende, en lo posible, que una vieja gloria socialista, tal que Alfonso Guerra, acuda a Rodiezmo y le haga la competencia a los monologuistas sandungueros que ocupan todos los resquicios que dejan libres las televisiones. Se entiende que el presidente de la Fundación Pablo Iglesias avala con su presencia una Huelga General tan inoportuna como la que convocan los sindicatos para cuando, en pleno veranillo de San Miguel, suban los termómetros. Ya sabíamos que Zapatero tiene dificultades para distinguir entre peso y volumen; pero la confusión entre jugo y salsa que exhiben los socialistas más conspicuos del momento es nueva. Celestino Corbacho, por ejemplo, ¿es un descarte gubernamental o un envite electoral en Cataluña?

El comunicado con el que los asesinos etarras, este fin de semana, han anunciado que no harán lo que ya no hacen hay que procesarlo también desde la hipótesis de la generalizada confusión con la que el Gobierno nos confunde a golpes de propaganda, medias verdades, pases demoscópicos y silencios desconcertantes. Si se piensa en el paradero de Josu Ternera o de Iñaki de Juana Chaos, en la mudanza de Arnaldo Otegui o en la modificada situación penitenciaria de otros cuantos acreditados integrantes de la banda asesina y se conecta el caso con las próximas elecciones autonómicas y locales que no quiere perderse la izquierda abertzale vasca, el comunicado de los enmascarados con capuchas de satén pasa a tener algún sentido, especialmente para el titular de Interior. Siempre, todo, dentro de ese halo misterioso, lejano del sentido clásico de la transparencia —¡luz y taquígrafos!—, exigible en una democracia parlamentaria y representativa. Como las del extranjero.


ABC - Opinión

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