miércoles, 21 de julio de 2010

Cena para tres. Por Ignacio Camacho

De postre podían elegir la cabeza del presidente, pero tenían más apetito de poder que de elecciones anticipadas.

LOS líderes del nacionalismo vasco y catalán, Urkullu, Mas y Duran Lleida, se fueron a cenar el lunes en Madrid para discutir la duración de la legislatura. De aperitivo les sirvieron un Gobierno abierto en canal, asado vuelta y vuelta en la parrilla de la minoría parlamentaria, y de postre podían elegir la cabeza del presidente, pero tenían más apetito de poder que de elecciones anticipadas. Al final se sintieron generosos y en vez de pedir sorbete de Zapatero se sirvieron una ración doble de soberanismo a la carta y, según su inveterada costumbre, ordenaron que enviasen la cuenta al Palacio de la Moncloa, donde siempre hay alguien de guardia dispuesto a hacerse cargo de la factura. Sobre todo si viene acompañada de una botella de oxígeno político para brindar por la buena voluntad de los comensales.

Como democristianos que al fin y al cabo son, los dirigentes del PNV y CiU aprietan pero no ahogan. Utilizan los debates para construir severas y altisonantes críticas retóricas y luego encuentran una casuística muy alambicada para escabullir las consecuencias de sus reproches. Exprimen la debilidad del Gobierno en su beneficio y administran con tacto de expertos el banco de los favores. Pasan por responsables y actúan como ventajistas. Son maestros de la ambigüedad evangélica: su mano derecha finge no saber lo que hace la izquierda.

Para ejercitar ese doble juego del que lleva décadas sacando tajada, el nacionalismo ha convertido la política española en un mercado negro. Con González y con Aznar se tasaba de antemano el importe en especie y en metálico del trato y luego las partes se limitaban a cumplir lo convenido con mayor o menor honorabilidad; con Zapatero, sin embargo, han visto la rentable posibilidad de especular sobre la marcha con precios que suben según la ley de la oferta y la demanda. La crisis económica, el pacto vasco y el lío del Estatuto catalán han elevado la prima de riesgo que debe sufragar el Gobierno: su estabilidad relativa cotiza con tasas de bono alemán y las emisiones no son renovables. Como el Estado anda corto de fondos va a tener que hipotecarse con concesiones políticas.

Pocas oportunidades van a tener los especuladores de encontrar un gobernante tan dispuesto a pagar sobreprecio por su supervivencia. El mismo Zapatero declaró su desesperación de acreedor en apuros decidido a pignorar el poder a interés abusivo: «Cueste lo que cueste». Y vaya si le va a costar. En cada debate parlamentario, en cada ley, en cada reforma, en cada presupuesto, le van a obligar a pasar por caja con un montón de prebendas, favores y concesiones de autogobierno. Sólo que esta vez ni siquiera podrá comprar apoyos; se tendrá que limitar a alquilarlos por el tiempo que decidan sus arrendatarios. Y cada vez que éstos se reúnan a cenar juntos sabrá que en el menú está escrito el final de su mandato.


ABC - Opinión

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