jueves, 3 de junio de 2010

Zapatero y la crisis nos saturan. Por Vatentí Puig

HA sido muy desalentador ver como la crisis económica iba impregnando una sociedad española que no reaccionaba y en la que la política de Gobierno consistía metódicamente en que esa crisis no fuese advertida ni anunciada.

Por las apariencias, ahora estamos en otra fase: consiste en que esa absorción inane de la crisis ha ido transformándose en una extensa inquietud que va calando en toda la sociedad, estrato por estrato y generación por generación. Por eso la crisis política ha desvencijado incluso las formas institucionales del Gobierno, de la dialéctica Gobierno-oposición y, lógicamente, la arquitectura interior del partido que gobierna.

Es como si la sociedad española, después de unos años de crecimiento acelerado y de endeudamiento desquiciado, hubiese tenido que despertarse finalmente por los topetazos que los mercados estaban atizándole a los fundamentos de su sistema económico. Son topetazos que nadie sabe predecir cuando cesarán. Es casi como si ya pertenecieran de modo sistémico a una actualidad político-económica que por sus graves circunstancias difícilmente puede tener una percepción panorámica propia. En lo hondo de un estado depresivo, el paciente raramente ve la posibilidad de una mejoría.


Quién sabe dónde está el límite de la saturación a partir del cual las sociedades responden con descontento público a la indefensión que sienten ante una crisis a la que su gobierno no solo no ha reaccionado con tiempo sino que la ha reconocido a destiempo. El nuevo estado de la opinión pública se constata en datos demoscópicos que son devastadores para Zapatero y el PSOE. Los sindicatos solo aportan descrédito, sin control algunos sobre unas dinámicas sociales a las que tan defectuosamente representan.

Afortunadamente, los duros embates de la recesión no han penetrado de tal forma que alterasen la estabilidad del convivir cotidiano. Ayer, «The Wall Street Journal» aventuraba la posibilidad de que, habiendo tanto paro, las escasas movilizaciones en España se deban en parte a un efecto-colchón de la economía sumergida. Es decir: tanto en España como en Portugal, la economía sumergida actúa como un amortiguador contra la convulsión social y a modo de esperanza de solución. Pudiera ser la clave secreta, algo vergonzante, de cómo una tasa de paro que dobla la media europea no ha generado reacciones sociales. Es a su vez una marca del desgobierno.

Más tangible es la resistencia de la familia a desampararse ante la crisis. Esa familia tan denostada y considerada como algo arcaico por los ideólogos del zapaterismo de nuevo vuelve a convertirse en el fusible último de la vida social española y del paro. Si ese fusible llegara a saltar, las consecuencias son imprevisibles. Ahí está el límite de la saturación. Nada protege mejor al individuo de la precariedad. Sobre todo cuando el Gobierno hace dejación de las responsabilidades de Estado. Especialmente cuando la política se hace ajena al bien común. Ahora mismo gobernar consiste en aplicar lo mejor posible las medidas de rigor y disciplina que han dictado el FMI y la eurozona. Oponerse debidamente al Gobierno también tiene que ver con eso. ¿Protectorado? Digamos que todo ocurre en virtud de un proceso de co-soberanía europea, en el que deberes y derechos tanto como decisiones están mancomunadas. Como socio europeo, España es parte de tales decisiones para lo bueno como para lo malo. Sabremos en qué queda la política más al final, cuando cesen claramente los topetazos aunque todavía no esté claro si ganan los apaches o el Quinto de Caballería.


ABC - Opinión

1 comentarios:

ZP dijo...

Obama nos sacara de la crisis.

Ya fui a misa a rezar con él, hace poco.