domingo, 3 de diciembre de 2006

Carmen Iglesias, Académica de la Historia y de la Lengua / «Algunas reivindicaciones nacionalistas son totalitarias»

Nació en Madrid.Estudió Historia en la Universidad Complutense. Profesora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense; ganó la cátedra de Historia de las Ideas y las Formas Políticas en 1984 y la ocupó hasta 2000, cuando se trasladó a la Universidad Rey Juan Carlos.

Académica de la Historia y de la Lengua, fue tutora de la infanta Cristina durante sus estudios y preceptora del Príncipe. También ha dirigido el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Obras: Destacan 'El pensamiento de Montesquieu', 'Individualismo noble e individualismo burgués', 'Nobleza y sociedad en la España moderna' e 'Imágenes del poder'. Acaba de reeditar 'Razón, sentimiento y utopía' (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores).

Premios: Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, Premio Internacional Montesquieu, Nacional de Historia y Valores Humanos del Grupo Correo, entre otros.

Carmen Iglesias, académica de la Historia y de la Lengua y una de las intelectuales más respetadas del país, defiende los valores de la Ilustración como base de la democracia, la convivencia y el progreso. Por eso, es muy crítica con todo lo que suponga relegar los derechos de las personas en beneficio de reclamaciones de los pueblos, algo que entiende como una vuelta atrás. La catedrática madrileña, que acaba de publicar una reedición con materiales nuevos de 'Razón, sentimiento y utopía' (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) advierte también de que hoy el debate en el mundo occidental no es el de monarquía-república, sino democracia-dictadura. Por eso, entiende que sería un error que la reforma constitucional para terminar con la preferencia de los varones en el acceso al trono se convirtiera en un plebiscito sobre la monarquía. De todo ello habla en una entrevista concedida a este periódico.

-¿Están siendo sustituidos los valores de la Ilustración por otros vinculados a la religión?

-Los valores ilustrados han sido efectivos en Europa y América, pero en el resto del mundo lo que ha influido ha sido lo derivado de esos valores: la democracia y las libertades individuales, además del bienestar material que se genera con todo ello. Una cosa que falta en el mundo islámico es haber pasado por una Ilustración, que fue la culminación de un proceso que venía desde la baja Edad Media y se caracteriza por la secularización de la sociedad. Los ilustrados no iban contra la fe, pero sí contra el fanatismo, que ahora se concentra en religiones e ideologías.

-Montesquieu, como usted escribe, sugería que para ejercer la libertad es necesaria la seguridad. Pero, ¿dónde se pone el límite para que la defensa de la seguridad no dañe la libertad?

-Es un equilibrio inestable que tiene que ser valorado en cada momento por los ciudadanos. Desde luego, ninguna libertad puede ser ejercida si no es en el Estado de Derecho. En Europa hemos hecho un largo aprendizaje de la disciplina de la libertad, en el marco de leyes que protegen los derechos individuales y la igualdad ante la ley. Montesquieu decía que hasta la virtud necesita límites. Hoy hablaríamos de los peligros de las pulsiones totalitarias de los gobernantes. En el otro extremo, Rousseau propugnaba buscar un régimen político perfecto. La experiencia concreta del siglo XX nos dice que la búsqueda de esa utopía puede terminar en el terror.

-¿La libertad se garantiza mejor con mucho Estado o con poco?

-La felicidad es algo que debe buscar el individuo, y el Estado ha de garantizar un marco en el que pueda actuar y estar protegido. Eso requiere un margen suficientemente amplio, pero no tan poco Estado que conduzca a la ley de la selva, donde siempre triunfa el más fuerte, el más osado o el más tramposo.

Traspasar límites

-¿Un proceso de descentralización como el que ha sufrido España cambia el concepto de Estado o lo pone en crisis?

-La descentralización está muy bien, y no hay más que ver los resultados positivos que ha tenido el modelo autonómico en numerosos aspectos. Ahora bien, cuando se traspasan ciertos límites suceden cosas muy negativas, y yo creo que esos límites se han traspasado hace mucho en el País Vasco y quizá también en Cataluña. Los nacionalismos llevados al extremo proponen volver a la tribu, donde ya no prima el mérito de las personas por encima de otras consideraciones, sino el lugar de nacimiento. Es ni más ni menos que el regreso a lo peor del Antiguo Régimen. Me parece que detrás de todo eso hay mucho de lucha por el poder de algunos grupos, que en ámbitos más pequeños tienen menos competencia para alcanzarlo y por eso les interesan planteamientos como esos.

-Las aspiraciones de mayor competencia o incluso de independencia de algunos partidos para ciertas zonas de España, al margen de que sean legítimas, ¿tienen base histórica?

-Desde luego son legítimas, siempre que no se usen para su defensa medidas violentas, y no hablo sólo del asesinato, la expresión más brutal, sino también de la coacción en todas sus formas, que son muy variadas. Pero no tienen base histórica. Una prueba: cuando se produce la invasión napoleónica, se da en España un vacío de poder y entonces nadie se acuerda de los decretos de nueva planta. Se organizan las juntas regionales sin ningún sentido de secesión. Realmente, hasta después de 1898 no se dan en España reclamaciones de ese tipo. La Historia es algo más complejo que una batalla de buenos contra malos y victimismos. .

-¿Qué opina del debate identitario que vuelve de nuevo a ponerse sobre la mesa en España? ¿Conviven bien diferentes identidades en el mismo Estado?

-Está sobre la mesa en España y en otros lugares, aunque en algunos en sentido contrario. Mire lo que está sucediendo en Alemania, donde se está volviendo a una mayor coordinación entre administraciones. Aquí cada autonomía compite, y en parte eso es bueno, pero en algunos casos es un derroche y llevada hasta el extremo esa competencia conduce a matar la nación de ciudadanos que nace en la Constitución de 1812. Como le decía antes, cuando la identidad se centra en el grupo se vuelve hacia atrás. Las personas podemos exigir lealtad; el grupo exige sumisión. Y ahí están las medidas para presionar a sus miembros: la obligación de hablar una lengua, el 'carnet por puntos' para que los inmigrantes demuestren su catalanidad...

Meterse en las conciencias

-¿Los derechos son de las personas o de los pueblos?

-Que me expliquen qué es el pueblo. El avance de la modernidad es que el pueblo son ciudadanos que se expresan y votan, no algo abstracto y emocional. A todos nos gusta pertenecer a un grupo, nos da abrigo, pero cuando las reivindicaciones identitarias de los nacionalistas se llevan a un punto como el que han alcanzado en el País Vasco y Cataluña son totalitarias, porque quieren meterse incluso en las conciencias, determinando hasta lo que tiene que pensar la gente. Eso sin hablar del clientelismo que se ha generado, que ha hecho que se creen grupos que son los caciques del siglo XXI.

-¿El respeto a las tradiciones, las propias y las de quienes han llegado de fuera, debe condicionar la legislación de un país?

-Europa se ha distinguido por su diversidad, y de ahí la separación que se ha dado entre religión y política, por ejemplo. La diversidad demuestra que cuando las personas tienen margen para desarrollar su forma de vida, todos ganamos. Dicho esto, hay tradiciones que chocan con los derechos básicos de los individuos. Montesquieu decía que el grado de civilización se mide por el grado de libertad de las mujeres. Hay tradiciones que son lesivas para los derechos de los individuos y no se pueden permitir. La conquista de la libertad individual nos ha costado muchísimo sufrimiento y no se puede renunciar a ella de ninguna forma.

-¿Usted cree que hoy está amenazada la división de poderes enunciada por Montesquieu como base de la democracia?

-Es un ideal que nunca se cumple porque los poderes no están tajantemente separados. Se trata, de nuevo, de un equilibrio inestable. Eso sí, es fundamental que el poder judicial sea independiente. Luego, si una ley debe ser cambiada porque la sociedad no está de acuerdo, se hace mediante un pacto entre la mayoría de los representantes de esa sociedad, y ya está.

-¿Hasta qué punto, en un mundo globalizado como el que vivimos, el poder supremo no es el capital?

-El capital tiene cada vez más poder, es cierto. Pero yo confío en lo que se definió como sociedad civil. Y no pienso que los poderes sean omnipotentes. No tenemos que dejarnos arrastrar por el determinismo de que como el capital lo puede todo no hay nada que hacer. La ventaja de las sociedades abiertas es que siempre hay nichos en los que refugiarse y denunciar. Los poderosos tienen ventaja, pero podemos defendernos. Es la diferencia con los totalitarismos, que como lo controlan todo no dejan margen a esa denuncia.

-¿Es la monarquía un modelo válido para el siglo XXI o es un anacronismo que puede funcionar pero anacronismo al fin y al cabo?

-El juego entre tradición y modernidad es muy sutil. Las monarquías europeas han evolucionado de forma impresionante. Hay países europeos a la cabeza de la democracia y el bienestar que son monarquías. Estas ofrecen una estabilidad que no la da renovar al jefe del Estado cada cuatro o seis años. Hace mucho que el debate dejó de ser república-monarquía, y ahora es democracia-dictadura. Hoy tenemos muchos problemas políticos, como por ejemplo el de las listas cerradas de los partidos, que favorece los clientelismos y que es un lastre para la democracia. También lo es el sistema electoral, que se estableció pensando en repartir el poder con ciertos nacionalismos, que luego han demostrado ser insaciables y desleales constitucionalmente. Pues bien, esos sí que son problemas políticos de primera, por encima de si monarquía o república.

Antimonárquicos

-Las encuestas hablan de la simpatía mayoritaria de los españoles por el Rey, pero quizá ese sentimiento no sea extensivo en esa medida hacia su heredero. ¿Le parece un riesgo para la monarquía?

-Nadie daba un duro por el Rey en 1975 y ya ve cómo han cambiado las cosas. Espero que en el momento de la sucesión pase algo parecido. España es un país de gran tradición monárquica: fue uno de los pocos en los que la pérdida de las colonias no arrastró consigo al Rey. Yo sí puedo asegurar que el heredero de la Corona está muy preparado e imbuido de la idea del Estado, de sus obligaciones y su papel, y de lo que es la monarquía en un Estado moderno.

-¿Teme que el referendum para cambiar la preferencia sucesoria de los varones en la Constitución se convierta en un plebiscito sobre la monarquía?

-Me parecería poco serio que en un país con los problemas que tiene este (los derivados de la inmigración o del funcionamiento de los partidos del que le hablaba) se focalizaran las cosas hacia ese debate. Y le diré algo más: no sé hasta qué punto detrás de todo este debate no se ocultan ambiciones concretas de algunas personas. Sería curioso hacer la lista de personas que ambicionarían ser jefe de Estado.

-En los últimos tiempos están apareciendo voces muy críticas con la monarquía en la derecha. ¿Es más peligroso para el sistema el republicanismo de izquierdas o el de derechas?

-No sé muy bien lo que hay detrás de ese fenómeno del que me habla. Puede que se trate de resentimientos personales o del hecho de que una sociedad abierta resta poder a muchos grupos que antes lo tuvieron. Pero no sé si las críticas hacia la monarquía significan que se es antimonárquico. En esta entrevista yo he sido crítica con los partidos, pero la ausencia de partidos sería peor. Y lo mismo con el sistema electoral, pero sería catastrófico que no hubiera ninguno. Por eso no estoy segura de que detrás de todas las críticas haya antimonárquicos en sentido estricto.


César Coca (El Diario Montañés) (03/XII/06)

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