lunes, 4 de octubre de 2010

PSOE. El proceso de primarias. Por Agapito Maestre

Ni siquiera esta pelea entre gallitos del PSOE de Madrid me hubiera llamado la atención, en verdad, si no hubiera sido porque sólo tenía un objetivo: buscar un candidato perdedor (sic) para enfrentarse a Esperanza Aguirre.

La versión socialista de las elecciones primarias norteamericanas es ridícula. Nada tiene que ver el sistema de partidos políticos de España con EEUU. Nada de esto mueve el interés de los ciudadanos españoles asqueados del actual Estado de partidos. Tampoco termina con la desafección ciudadana hacia unas instituciones políticas, cada vez más vacías de sentido democrático, como los actuales partidos al servicio de un único jefe. En verdad, pocas veces entusiasma a nadie el conocimiento de la vida interna de los partidos políticos. Al margen de los militantes socialistas, no creo que sean muchas las personas que se interesen por la maraña de luchas internas entre renovadores de la base y socialistas de la nada, entre zapateristas y barones regionales, en fin, Zapateros contra Zapateros.

Si los engaños y trampas entre los conmilitones de todos los partidos son constantes, en el caso del PSOE son la base de su existencia. Trasladar al cuerpo electoral sus miserias ha sido casi siempre otra de sus señas de identidad de su accidentada historia; Julián Besteiro no es el único ejemplo de gran político socialista abandonado y, aún peor, perseguido por sus correligionarios. Pareciera que el resentimiento es la sangre que corre por ese partido. Las mentiras y navajazos son las principales armas entre los compañeros socialistas para conseguir un puesto en la cúpula dirigente. La vida del político profesional socialista es dura y, sobre todo, ingrata; se diría que, después de casi siete años de engaños y mentiras de Zapatero, nadie respeta al político socialista en particular ni por su trabajo ni por su eficacia. Ese desprecio al socialista se extiende al resto de la casta política; más aún, se diría que al político nadie le quiere. Sólo se le teme. Provoca miedo, a veces, por su planteamiento ridículo y ajeno a la realidad.


Por eso, sin duda alguna, no hay en España líderes políticos genuinos. Ni siquiera esta pelea entre gallitos del PSOE de Madrid me hubiera llamado la atención, en verdad, si no hubiera sido porque sólo tenía un objetivo: buscar un candidato perdedor (sic) para enfrentarse a Esperanza Aguirre. No se trata de que las primarias del PSOE de Madrid hayan creado ruido y un alevoso debate democrático, que sin duda alguna lo han ocasionado, sino que están montadas para estigmatizar a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Curioso. Todo un montaje para cuestionar la excelencia, pues que a nadie se le ocurre cuestionar que Aguirre es una las pocas políticas, en España, con capacidad de liderazgo y carisma democrático.

Cosas peores, desde luego, se han visto en la historia del PSOE, pero esta jugada para deslegitimar a una de las políticas más coherentes y sensatas que ha dado España, en las últimas décadas, mueve tanto a la hilaridad como al desprecio de quien ha organizado este aquelarre de primarias, que no es otro que Zapatero. Risa, sí, provoca Zapatero, porque, independientemente del ganador de Madrid, él sale debilitado de este proceso. Se han hecho primarias en Madrid, en efecto, porque Zapatero quiere sacar fuera del tablero político a Aguirre, pero, al final, el principal deslegitimado es el presidente del Gobierno. Que gana Trinidad Jiménez, dirán los de Tomás Gómez, será porque se ha impuesto toda la maquinaria del partido a su servicio; que gana Tomás Gómez, pues que nadie lo dude, Zapatero tendría que poner pronto su cabeza a buen recaudo. ¡Es de risa o no!


Libertad Digital - Opinión

La gran coalición. Por César Alonso de los Ríos

La temible envergadura de la crisis, la cesión de la política económica a las autoridades de la UE, la incapacidad para tomar medidas mínimamente coherentes con el propio programa cuando no abiertamente contradictorias con él —como la congelación de las pensiones— deberían haber llevado a Zapatero a proponerle al PP un gobierno de coalición. Podría haber justificado esta decisión de forma sobrada, ante sus propios votantes, por dos razones: en primer lugar, por tratarse del modo más respetuoso con las definiciones de cada uno de los dos partidos; en segundo lugar, porque la causa que originó la crisis habría sido la explosión de la burbuja inmobiliaria permitida por los dos partidos y originada, a su vez, por la explosión de la burbuja en Norteamérica. Así que, a mi entender el error de Zapatero no consistió únicamente en el tardío reconocimiento de la crisis y de las obligadas previsiones sino en que se negó a reconocer que, en tales circunstancias, el partidismo debe ceder a las exigencias de la sociedad.

Al no ver la necesidad de un gobierno de coalición con el PP, Zapatero ha tenido que tomar medidas inexplicables para sus seguidores, tan repugnantes e innecesarias como la congelación de las pensiones. En realidad justificación de Tomás Gómez a las primarias se ha debido a esta necesidad de responder en nombre de las bases . En definitiva, Zapatero no habría tenido que emplearse en políticas tan contradictorias con los principios del propio partido.

Las causas de la imposibilidad de una «gran coalición» en España hay que encontrarlas en la incapacidad para la reconciliación que siguen manteniendo los españoles, encastillados en la derecha y en la izquierda como en trincheras… Un odio a muerte que Goya quiso representar con la terrible escena de la pareja que se condena a morir a garrotazos al haberse agarrotado previamente las piernas.


ABC - Opinión

Primarias. Ya es oficial: Zapatero se hunde. Por Emilio Campmany

Más seguro, sin embargo, parece que alguien dentro del propio aparato haya animado a Tomás Gómez a resistir garantizándole que, con su respaldo, ganaría. La cuestión es ¿quién?

Al parecer, los socialistas madrileños tienen un sentido de la supervivencia tan acusado como cualquier otra especie. Darle el voto a Tomás Gómez significaba dos cosas, garantizarse la derrota frente a Esperanza Aguirre y abrazarse a la posibilidad de que Zapatero entienda el mensaje y abandone la dirección del partido y la presidencia del Gobierno antes de la debacle de las municipales y autonómicas. Es verdad que lo más probable es que el leonés nacido en Valladolid aguante en la presidencia hasta ese momento y los socialistas tengan que recibir entonces el justo castigo a la perversidad de haberlo elevado a secretario general en aquel Congreso de 2000 de aciaga memoria. Pero fueron ellos los que lo eligieron y le dieron la victoria manipulando el terrible atentado del 11-M y no estaría de más que, antes de que haga más estropicios, fueran los mismos socialistas los que nos hicieran la caridad de quitárnoslo de encima. Los de Madrid ya han puesto su granito de arena haciendo el sacrificio de elegir como candidato para sus autonómicas a un seguro perdedor a ver si entregando lo accesorio logran salvar lo principal. Ya sólo falta que el resto tome ejemplo y, señalándolo con el dedo, griten todos a una "el rey está desnudo".

Esta es la versión bisoña, la que parte de la premisa de que los militantes se han rebelado contra el aparato votando al candidato que valientemente se opuso a él. ¿Es eso creíble? Por qué no. Es improbable, pero no imposible. Más seguro, sin embargo, parece que alguien dentro del propio aparato haya animado a Tomás Gómez a resistir garantizándole que, con su respaldo, ganaría. La cuestión es ¿quién? Pueden adelantarse hipótesis rebuscadas, maquiavélicas y enrevesadas, pero son retorcidas y, por serlo, según la navaja de Ockham, también son improbables.

Atengámonos a los hechos más notables. A Trini Jiménez le ha apoyado el aparato zapateril en el Gobierno, desde Rubalcaba hasta Pedro Castro, pasando por José Blanco. Y a Tomás Gómez quien lo ha hecho es la vieja guardia felipista, desde Eduardo Sotillos hasta Gregorio Peces-Barba, pasando por José Barrionuevo, que quizá no fuera el respaldo más recomendable. ¿Y quién puede ser el tapado de esta vieja guardia? A mí sólo me sale Javier Solana. Y debe de serlo cuando en internet ya han empezado a circular acusaciones que recuerdan que fue el secretario general de la OTAN que ordenó el bombardeo "ilegal" de Kosovo, un planteamiento muy buenista y, por lo tanto, muy zapateril. No es el momento de ponerse a discutir qué fue aquel bombardeo desde el punto de vista jurídico, pero baste decir que aquello no tuvo otra finalidad que proteger a los musulmanes de la región de sus en aquel momento compatriotas serbios empeñados en exterminarlos. Dicho de otro modo, la acusación de lo de Kosovo es una chorrada.

Javier Solana tiene, por otra parte, dos ventajas incontrovertibles, es muy conocido y valorado en el exterior, lo que su llegada a La Moncloa haría que los mercados recuperaran rápidamente la confianza que un día tuvieron en nosotros, y no está mal visto en la derecha. El único inconveniente grave de que lograra apartar a Zapatero de la presidencia de Gobierno para ponerse él lo tiene Rajoy, que se quedaría sin muñeco al que derrotar en 2012. Pero, francamente querida, en estos momentos, eso me importa un bledo.


Libertad Digital - Opinión

La segunda derrota. Por José María Carrascal

La «batalla de Madrid» ha sido la batalla inspirada y dirigida por Zapatero, como lo fue la huelga del 29-S.

ES el segundo golpe que recibe en una semana. El miércoles, sus aliados y cómplices en la deriva que ha impuesto a España le decretaron una huelga general. El domingo, los socialistas madrileños se enzarzaron en una batalla cainita para decidir su candidato en las próximas elecciones autonómicas. Una batalla promovida desde las alturas, entre el secretario general de dicha asociación, su candidato natural, y la ministra de Sanidad, parachutada desde la Moncloa, que ni siquiera pensaba intervenir, pero que no tuvo más remedio que aceptar. ¿Quién dio la orden? Los dedos apuntan a Blanco y a Rubalcaba, quienes, fundados en encuestas reservadas, decidieron que Trinidad Jiménez tenía mayores posibilidades que Tomás Gómez de arrebatar el sillón a Esperanza Aguirre y convencieron a Zapatero de que apoyase su candidatura. Como si no supiéramos como funciona este gabinete, como si no estuviese comprobado que no se mueve ni una pluma en él sin el visto bueno del presidente. Los ministros y ministras de Zapatero no tienen autonomía, se limitan a adivinar cuáles son sus deseos para servírselos en bandeja. Aquellos que llegan con ideas propias o que no coincidan con su esquema mental, son dejados al lado. ¿Por qué se creen ustedes que elige hombres y mujeres de plastilina, sin criterio propio? Porque no aguanta a ningún otro tipo de personas. La «batalla de Madrid» ha sido la batalla inspirada y dirigida por Zapatero, como lo fue la huelga del 29-S. Dos batallas que ha perdido, que incluso tenía perdidas antes de librarse, porque si se imponía Trinidad Jiménez, iba a contender con Esperanza Aguirre marcada como la «candidata de Zapatero», elegida a dedo por el aparato contra las bases del partido. Y si se imponía Tomás Gómez, el hombre que había tenido la osadía de enfrentarse al aparato y a la mismísima Moncloa, el derrotado sería ésta y su inquilino. Se trataba, por tanto, de una derrota anunciada.

Ha terminado imponiéndose Gómez, un desconocido al que Blanco y Rubalcaba han convertido en David con su honda, figura que encanta al pueblo, frente al fantoche ridículo del gigante. ¿Qué ocurrirá ahora? Por lo pronto, hay que alejar lo más posible a Zapatero de la catástrofe. Ni la idea ni el endose eran suyos, pese a ser claros. Luego, se intentará presentarlo como «una muestra de la democracia interna del partido socialista» y se llenará a Gómez de alabanzas. Mientras se prepara el «ya lo decíamos» para cuando pierda frente a Esperanza Aguirre. Porque este hombre no admite ni siquiera la realidad. Es la que nos dice que, tras perder a sus últimos aliados, los sindicatos, ha perdido algo así como la mitad de su propio partido.


ABC - Opinión

Gana Tomás Gómez y gana el PSOE a pesar de Zapatero. Por Antonio Casado

Ganaron el escalafón y la cantera, gracias al apoyo mayoritario de una militancia que estaba desmotivada y despertó al ruido de las urnas. Perdió la estrella invitada y quienes la metieron en el lío. Por la mañana, en Gandía (Valencia), el presidente del Congreso, José Bono, ya había dicho que esto de los nombramientos a dedo no trae más que desgracias. Lo denuncia la memoria de los socialistas escamados con el dedazo de Felipe González sobre Joaquín Almunia. Y lo denunciaron ayer los 18.000 militantes del PSM, que guardan memoria amarga de los paracaidistas: Miguel Sebastián, Fernando Morán, Cristina Almeida, la propia Trinidad Jiménez, amén de los que no quisieron prestarse, como Solana, Bono, Fernández de la Vega y otros.

Una moraleja de estricta aplicación a Rodríguez Zapatero y sus aprendices de brujo, Rubalcaba y Blanco, que ahora solo tienen un burladero: la vieja relación entre la necesidad y la virtud. O mejor, el famoso mal que por bien no venga. Es decir, habérselas arreglado para poner en la rampa de lanzamiento a Tomás Gómez y quedar en deuda con la ministra de Sanidad, que ha sido la víctima de una maniobra palaciega apadrinada por el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE.

Por supuesto que Rodríguez Zapatero sale mal parado en esta comedia de enredos. Hace tres o cuatro días, en vísperas de las primarias madrileñas, insistió en recordarnos que su preferencia era Trinidad Jiménez. Mal hecho. Por un lado, rompía la neutralidad. Y por otro, habida cuenta de que su crédito político está por los suelos, no le hacía ningún favor a su preferida. Tal vez si hubiera apoyado a Gómez, la causa de Jiménez hubiera tenido mejor suerte. No sé si me explico.


ESCRIBE EL RESTO

Así que ahora tendrá que echar mano de su proverbial camuflaje semántico para convertirse, como es su obligación de líder del partido, en el primer fan de un candidato por el que no apostó. Pero no podrá librarse de que todo el mundo le acuse de haberse equivocado, una vez más.

Fracaso personal de Zapatero, pues, que pierde, pero que se enganchará al subidón de la militancia socialista, que gana en motivación y autoestima. En su condición de líder del partido, sólo podrá interpretar estas primarias como la escenificación de dos formas distintas de intentar desalojar a Esperanza Aguirre del poder autonómico. Tanto Gómez como Jiménez se han prodigado durante la campaña en reiteradas muestras de adhesión política y lealtad personal a Zapatero, con expresas declaraciones de apoyo al que resultase ganador, en aras del objetivo común: acabar con el reinado de Aguirre. Y así lo reiteraron anoche, al conocerse los resultados.

Por lo tanto, bien puede decirse que el PSM ha vuelto a dar espectáculo. No ha dejado de hacerlo, desde los tiempos del golpe de Besteiro hasta el sórdido caso de Tamayo y Sáinz, sin olvidar los ásperos enfrentamientos entre renovadores de Leguina y guerristas de Acosta de los años noventa. Pero esta vez para bien. Así que nadie puede negar que, objetivamente, las primarias madrileñas han sido de lo más rentable para el PSOE, que sueña con el día de la recuperación del poder institucional en la Comunidad. Lo del Ayuntamiento, lo siento por Lissavetzky, está mucho más crudo.


El Confidencial - Opinión

Zapatero frente al espejo. Por Félix Madero

Presidente, ¿le pongo al teléfono antes a Tomás o a Trinidad? Mañana, mañana, dice.

ACABA de cumplir 50 años, y cree que cuando amanece en su casa aún es poco. La vida le ha dado lo que pidió siendo niño: sorpresas que nadie creería, aluviones de novedades que los suyos no esperaban. Anduvo siempre rezagado, pero sin perder la mirada del líder; no dejó que le marcaran su ritmo; él, solo él, decidiría el momento. Pensó cada paso como si fuera el fino movimiento del caballo sobre un tablero de ajedrez; vivió y vive lejos de la humildad de un alfil, pero maneja esa apariencia con esmero. Nunca le agobió el engaño porque sabía que tendría un momento para responder, y ese momento solía decir, llega siempre para el que sabe esperar. Aquel hombre, con 50 años cumplidos, y más de seis viviendo en un palacio que termina por desequilibrar a todos sus inquilinos, ha dado a su trabajo la impronta del constructor de catedrales: el tiempo no importa, la obra quedará terminada. Pero esta mañana de lunes comprueba con desesperación que no. Que muy probablemente la catedral quedará a medias, y él ha de ir preparando sus trastos para facilitar que otros continúen o, como él hizo, empezar de nuevo.

Ahora tiene menos dudas que entonces, pero las inquietudes han crecido. Le agobia mirarse al espejo, le molesta ver cómo su pelo cambia y mengua, cómo su cara empieza a parecerse a un familiar fallecido; cada vez soy más el pasado, se dice. Se queda embobado ante el espejo y pasan los minutos antes de meter la cuchilla en su cara. Anoche, cuando supo el resultado de las primarias en Madrid, recordó al pintor Francis Bacon frente al espejo: mira cómo trabaja la muerte en mi cara. ¡Ah, la muerte!, se dijo para sí: no pasa nada, es un cambio de misión, aquí tengo una, allá tendré otra.

Se entretuvo dibujando figuras geométricas en un papel timbrado con el escudo de España y abajo la leyenda de: El Presidente. Terminaba de perfilar la figura de un tetraedro cuando un asistente llamó: ya hay resultado, los socialistas madrileños han elegido, dijo casi en silencio. Le dejó un papel en la mesa y se marchó. Y ahí se quedó, sólo, observando el folio, la tinta y las letras deseando no saber leer.
Pero el ritmo de la lectura era el mismo con que notaba un frío cada vez más intenso en la sangre. Se me va a helar, pensó. Se levantó, encendió el primer cigarrillo rubio del tercer paquete del día. Recordó que había repasado con una de sus hijas un texto de Valle Inclán, ese en el que Max Estrella está en la cárcel y un preso que sabe que va a morir exclama: ¡qué dirá mañana la Prensa canallesca! Lo que le manden, responde el poeta ciego. En esas estaba cuando el asistente vuelve a entrar: presidente, ¿le pongo al teléfono antes a Tomás o a Trinidad? Mañana, mañana, dice. Y se perdió por los pasillos del palacio mientras adivinaba las portadas de los periódicos de este lunes.


ABC - Opinión

Crisis PSOE. José Luis no puede. Por José García Domínguez

Definitivamente, no. Y es que quince puntos de desventaja en los vitriólicos humores del telespectador soberano suponen un certificado de defunción extendido a nombre del sanedrín dirigente del PSOE. Tan simple como eso.

Dicen que hubo un momento en la Historia, cuando los antiguos dioses habían muerto y los nuevos aún estaban por llegar, en el que, apenas durante un instante, los hombres fueron libres. Y aunque en el prosaico cenagal del pequeño politiqueo doméstico, quizá esté ocurriendo algo parecido delante de nuestras muy escépticas narices. Repárese en ese Gómez, el Prometeo de Parla. Sin darnos plena cuenta, acaso asistamos al crepúsculo de la rebelión de los mindundis, feliz hallazgo retórico con el que Florentino Portero inmortalizara para la eternidad la irrupción de Zetapé y sus iguales en la escena pública nacional.

Así, entre inopinadas bambalinas acaba de estallar otro motín de Esquilache en la prensa oficiosa. ¿Cómo interpretar, si no, que en pleno aquelarre electoral madrileño El País le asestase una encuesta por la espalda al Gobierno? Un sondeo demoledor, por lo demás, ése que sentencia que José Luis, a diferencia de Trini, no puede. Ya no. Definitivamente, no. Y es que quince puntos de desventaja en los vitriólicos humores del telespectador soberano suponen un certificado de defunción extendido a nombre del sanedrín dirigente del PSOE. Tan simple como eso. Por cierto, otra prueba, el test demoscópico de Prisa, de la irracionalidad crónica que informa a la llamada opinión pública.


Véase. La izquierda sociológica, en grado sumo refractaria a secundar la insubordinación de los sindicatos contra sus padrinos políticos, rehúsa seguir la huelga general. Errática consecuencia: el apoyo electoral al Gobierno por parte de su base social... se desploma al súbito, fulminante modo. En fin, cuenta Enrique Krauze que en cierta ocasión le espetó Hugh Thomas: "Quien sólo conoce España no conoce España". Tal vez por ello no resulte del todo impertinente traer a colación el Caracazo.

Ya saben, cuando aquel demócrata ejemplar, Carlos Andrés Pérez, ordenó ametrallar a varios miles de paisanos suyos en las calles de Venezuela. Igual que aquí y ahora, allí y entonces el Ejecutivo acababa de emprender un plan de ajuste tan urgente como necesario. Tampoco supieron explicarlo. Y también fue su tumba política. Al respecto, Petkoff, el viejo líder comunista hoy enfrentado a Chávez, suele decir que a los tecnócratas que rodeaban a Pérez les faltaba burdel. Como a Zapatero. El burdel, he ahí su talón de Aquiles.


Libertad Digital - Opinión

El hombre que venció a Zapatero. Por Ignacio Camacho

Tomás Gómez se ha convertido en el primer político español capaz de derrotar a Zapatero.

HAY silogismos tan simples como terminantes más allá de la lógica formal. Por ejemplo éste: Si Zapatero apoyaba a Trinidad Jiménez y Tomás Gómez ha derrotado a Trinidad, Tomás Gómez ha derrotado a Zapatero. Y lo ha derrotado dos veces, la primera negándose a retirar su candidatura y la segunda tumbando a su forzada rival y a todo el aparato federal del Partido Socialista. Esto lo entienden hasta en el parvulario y no vale que el presidente del Gobierno lleve un mes escondiendo su responsabilidad en el proceso que ha desencadenado lo que de hecho es su doble fracaso. Trini no sólo no ha podido, sino que tampoco quería, y la obligó a presentarse quien estaba en condiciones de obligarla. El mismo que no consiguió doblar la resistencia de Gómez; el mismo que consintió que los pesos pesados de su Gabinete —Blanco y Rubalcaba, los verdaderos inductores de la fallida operación «Trini puede»— se involucrasen a fondo en la batalla interna de Madrid para tratar de controlar las consecuencias de esas primarias en el cada vez más previsible debate sobre el postzapaterismo.

Tomás Gómez se ha convertido así en el primer político español capaz de vencer a Zapatero, aunque sea por persona interpuesta. Lo ha logrado a base de un estilo genuinamente zapaterista, como un espejo de la emergencia del actual presidente en el 2000: con un discurso de manos tendidas, fresco, desenvuelto y entusiasta que ha agrandado su figura desde un inicial apocamiento. Oírlo es oír al Zapatero de diez años atrás, pero con más preparación, más experiencia y más estudios; un curioso ejercicio de reencarnación de liderazgo propiciado por la evidente decadencia del líder. Gómez ha aglutinado un polo de descontento heterogéneo que va cuajando en el seno del PSOE ante la perspectiva de perder las elecciones, y que agrupa a supervivientes del guerrismo, tardofelipistas recrecidos por los vaivenes presidenciales, barones territoriales preocupados por su futuro inmediato y dirigentes damnificados por la implacable depuración ejecutada en la década zapaterista. A ellos se han sumado miles de militantes madrileños alarmados ante el desgaste del Gobierno que con su voto desean acelerar el relevo de la candidatura que más les importa: no la de la lista por Madrid a las autonómicas, sino la de las generales.

El postzapaterismo está en marcha de modo irreversible. Blanco y Rubalcaba han quedado seriamente tocados como albaceas por su implicación en la intentona fracasada, y queda por ver si Gómez podrá defender ante la rocosa Esperanza Aguirre el crédito que acaba de ganar entre los suyos. Su victoria ha abierto el melón sucesorio, pero a la tierra prometida casi nunca llegan los que empezaron el camino.


ABC - Opinión

Zapatero pierde en Madrid

El presidente del Gobierno fue el gran perdedor de las primarias socialistas de Madrid. Zapatero ha visto cómo su candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Trinidad Jiménez, fracasaba ante un Tomás Gómez que ha logrado el 51 por ciento de los votos de los afiliados socialistas. La trifulca entre ambos contendientes deja un partido tan dividido internamente como debilitado frente al PP de Esperanza Aguirre. Los ciudadanos continúan sin saber qué ofrecían, los dos candidatos de las primarias, de novedoso en el plano económico o social, de lucha contra la crisis o en favor del empleo, la sanidad o la educación. La pelea en el PSOE madrileño, provocada por el presidente del Gobierno al querer imponer a su candidata, y el consiguiente y sorprendente rechazo de Tomás Gómez a abandonar la pugna, en una clara y desleal postura, ya que fue el propio Zapatero el que le puso en ese cargo, ha traído un baile de navajas en el que se han implicado –con mayor o menor destreza dialéctica– pesos pesados del socialismo nacional. Con la derrota ayer de Jiménez, Zapatero sufre su primer revés como líder del PSOE en un momento de clara debilidad política y con unas encuestas que le son muy desfavorables. Lo sucedido es, también, una muy buena noticia para Rajoy que tiene enfrente a un rival cada vez más debilitado. Para el Partido Socialista se ha evaporado la posibilidad de ganar en Madrid, ya que Jiménez estaba mucho mejor posicionada que Gómez en todas las encuestas realizadas entre los madrileños. El buen trabajo realizado por Esperanza Aguirre durante estos años no se lo pondría fácil a Trinidad Jiménez, pero con Gómez, la posibilidad de ganar en Madrid se aleja sin remedio. Si desde el PSOE siempre se ha insistido en que sin Cataluña o Andalucía el PP no alcanzaría el pleno control de la política española, sin Madrid el PSOE también se encuentra incompleto. Y así sigue. El PSM, a día de hoy, está roto, partido en dos y desilusionado ante la fractura provocada desde arriba. Es el inicio del «postzapaterismo», la batalla de Madrid ha desgastado aún más al partido y lo ha dejado en una posición de mayor debilidad frente a una candidata, como Esperanza Aguirre, que no ha dejado de hacer sus deberes en estos años.

En otro apartado de cosas, el fracaso de Jiménez también ahoga las intenciones del PSOE de alcanzar el Ayuntamiento de la capital. El candidato Jaime Lissavetzky, que ha apoyado a Trinidad en todo este proceso en el que ambos se han vendido como «tándem ganador», se ha quedado solo. En el círculo próximo a Gómez no sentó nada bien que el secretario de Estado para el Deporte expresara su apoyo a la ministra en una rueda de prensa en Callao en la que estaba el propio secretario general tragando saliva. La alegría y las celebraciones del domingo por la noche en el PSOE madrileño llevan a una mañana, como la de hoy, en la que el candidato socialista, a pesar del presidente del Gobierno, puede ver la realidad que se abre ante sus ojos: un trabajo inmenso para volver a cohesionar un partido roto y el desafío, enorme, de medirse a Esperanza Aguirre. La verdadera lucha, comienza ahora.


El Mundo - Editorial

Y ganó Tomás Gómez

El desenlace definitivo se jugará en las elecciones autonómicas; pero Zapatero queda muy tocado.

La victoria de Tomás Gómez en las primarias de los socialistas de Madrid supone un enorme tropiezo del presidente Zapatero, que primero fracasó en su intento de convencer al líder del PSM, Tomás Gómez, de que dejara paso a Trinidad Jiménez como candidata, y luego calculó mal los efectos de un apoyo tan directo a una candidatura alternativa a la del secretario general madrileño en las elecciones internas. Pero será una derrota provisional, hasta las elecciones autonómicas de mayo, en la medida que su apuesta lo era por una candidatura capaz de derrotar a Esperanza Aguirre. Si Gómez no gana el 22 de mayo, tanto Ferraz como La Moncloa podrán alegar que con Jiménez el desenlace habría sido diferente, como advirtieron en su momento.

Pero de momento es una derrota que afecta al liderazgo de Zapatero e interpela también a aquellos en la cúpula socialista que públicamente más apostaron por la ministra de Sanidad. Ganó "el candidato que dijo no a Zapatero". Esa definición, ideada por Alfredo Pérez Rubalcaba con ánimo descalificatorio, ha ido cambiando de significado a medida que avanzaba la campaña de las primarias, en paralelo a un deterioro del Gobierno y su presidente que ayer mismo reflejaba la encuesta de EL PAÍS. Lo más significativo de ella es que solo el 62% de los anteriores votantes del PSOE dicen desear que ese partido gane las elecciones de 2012. Otro dato significativo es que si bien Jiménez sigue siendo uno de los miembros del Gobierno mejor considerados, la valoración de su gestión ha retrocedido 11 puntos en las semanas transcurridas desde que oficializó su candidatura para las primarias. El deterioro de la imagen de Zapatero estaría arrastrando a todo el partido; y si es cierto que solo es una encuesta, los resultados de otra fueron el argumento para invitar a Gómez a hacerse a un lado.


El resultado de ayer confirma lo adelantado por el recuento de avales del pasado fin de semana, que ya favorecía a Gómez por escaso margen (52% frente a 48%). Pero si esa coincidencia confirma cuál es la opinión mayoritaria entre los militantes, eso no significa que sea un reflejo de la dominante en el electorado socialista. Las personas convocadas ayer a votar eran 18.000, y el PSOE obtuvo en las anteriores autonómicas 1,2 millones de votos. Es posible que los electores favorables al PSOE hubieran preferido a Jiménez, cuya buena imagen deriva sobre todo de su disposición al consenso con la oposición. Mientras que Gómez cultivó la imagen contraria.

En todo caso quedan ocho meses para las autonómicas, y pueden pasar muchas cosas. Si Gómez es capaz de compaginar su imagen de candidato que resistió a Zapatero con la de político moderado podría acabar siendo un aspirante verosímil. Con Jiménez se sabía que podía ganar por poco o perder también por poco, mientras que con Gómez puede pasar cualquier cosa. Incluso que aglutine ese descontento múltiple y transversal que recogen las encuestas y le gane a Aguirre.


El País - Editorial

No a Zapatero

Confrontados con dos candidatos que ideológicamente no se diferenciaban en nada, los militantes madrileños han preferido a aquel que no venía avalado por Zapatero y el resto de la nueva guardia socialista: más que por Gómez, han votado contra Zapatero.

Tiene razón Zapatero en que tras las primarias del PSM "ha ganado el partido". Porque tanto Trinidad Jiménez como Tomás Gómez tienen las mismas ideas y los mismos modos que Zapatero: el populismo socialista cuya consistente aplicación está llevando a la ruina a España. En este sentido, ambos defienden inequívocamente el mismo programa: más despilfarro público, mayores impuestos a las clases medias, más endeudamiento para las generaciones venideras, más regulaciones, más complicidad con la aristocracia sindical y, en definitiva, menos libertades.

Un ideario político que en pocos sitios de España podrá observarse con más inquietud y distancia que en Madrid, la región donde justamente han triunfado las políticas de signo contrario a las propugnadas por Zapatero, Jiménez y, también, Gómez. El votante madrileño sigue teniendo tan pocos motivos para apoyar al PSM como los tenía antes de este domingo.


De puertas hacia adentro, sin embargo, el resultado de las primarias sí adquiere una mayor relevancia de la que previsiblemente tendrá para los comicios autonómicos. Trinidad Jiménez, ministra de Sanidad y candidata oficial de Zapatero, Blanco y todo el aparato del PSOE, ha perdido las primarias contra el ex alcalde de Parla. Confrontados con dos candidatos que ideológicamente no se diferenciaban en nada, los militantes madrileños han preferido a aquel que no venía avalado por Zapatero y el resto de la nueva guardia socialista: más que por Gómez, han votado contra Zapatero. Al fin y al cabo ya lo sentenció Rubalcaba: el único mérito del secretario general del PSM ha sido decirle ‘no’ a Zapatero, y sólo eso ya le ha bastado para erigirse vencedor.

No es algo que, por otro lado, debiera extrañarnos: incluso los periódicos más afines al PSOE señalan que un Rajoy sin prácticamente ejercer de oposición está sacándole 14 puntos de ventaja a Zapatero. Contar con su respaldo es un claro demérito, especialmente en la Comunidad de Madrid, donde además de su calamitosa gestión nacional se ha sufrido su particular inquina hacia la región.

Pero si empieza a ser indudable que Zapatero no cuenta ni con el apoyo de los militantes socialistas, ni con el de los ciudadanos madrileños, ni con el del conjunto de los españoles, ¿a qué espera para someterse a similar proceso de reválida al que forzó a someterse a Gómez? Porque lo realmente relevante de las primarias de ayer no fue el haber seleccionado qué cabeza de cartel defendería en Madrid la ideología del socialpopulismo zapateril, sino si el presidente del Gobierno seguía contando con algún ascendiente dentro de su partido. Y no, ni siquiera los suyos confían en él. Todavía falta mucho hasta 2012 como para que un político totalmente deslegitimado entre sus bases y entre la ciudadanía siga ocupando La Moncloa y arruinando a los españoles. Si Tomás Gómez y los militantes socialistas pueden gritar ‘no’ a Zapatero, con más motivo deberíamos de poder hacerlo todos los españoles.


Libertad Digital - Editorial

Zapatero se estrella

Había en disputa dos visiones sobre el corto y medio plazo socialista: con Zapatero y sin Zapatero. Quieran o no asumirlo desde La Moncloa y Ferraz, ha ganado la segunda.

Las primarias en la Federación Socialista Madrileña se han saldado con una victoria, la de Tomás Gómez, el «candidato de la derecha» según algunos de sus compañeros de partido, que puede considerarse una precipitación del debate sobre el poszapaterismo. Es evidente que la derrota de Trinidad Jiménez abre una grieta en la dirección nacional del PSOE, que ni previó la determinación de Gómez ni supo dar a su candidata el discurso necesario para derrotarlo. El desgaste de Jiménez es suficiente para cuestionar incluso su continuidad en el Gobierno, porque agrava y extiende la imagen derrotista que transmite el equipo ministerial de Zapatero. Por eso, al presidente del Gobierno se le plantean dos problemas: como jefe de un Ejecutivo con evidentes síntomas de ruina y como secretario general de un partido cuyas bases madrileñas le han dado la espalda. Lo primero se llama crisis de gobierno, y lo segundo, a este paso, congreso extraordinario. Por supuesto, la derrota de Jiménez es otra más de las derrotas de Zapatero en Madrid, con la diferencia de que hasta ahora se las infligían los candidatos del Partido Popular.

La altísima participación de los militantes de la FSM, que han dado un ejemplo de democracia interna, refuerza el valor de los resultados e inhabilita cualquier intento de rebajarlos. Ha sido un plebiscito interno para dirimir un pulso que tenía más trascendencia para el futuro del PSOE que para el gobierno de la Comunidad de Madrid, sólidamente sostenido por una mayoría de votantes del PP. De hecho, a los militantes socialistas no les han persuadido las milagrosas encuestas de Ferraz con Jiménez de candidata. La cuestión era otra. Había en disputa dos visiones sobre el corto y medio plazo socialista: con Zapatero y sin Zapatero. Quieran o no asumirlo desde La Moncloa y Ferraz, ha ganado la segunda. Por eso, con Zapatero en caída libre en las encuestas, Tomás Gómez puede capitalizar a su favor la hostilidad del aparato nacional y las distancias que ha sabido marcar, con muy buenas maneras, pero muy claramente, frente al presidente del Gobierno. Y puede también animar a otros candidatos a buscar sus votos sin Zapatero.

La victoria de Tomás Gómez sí afecta al presidente del Gobierno. Si su candidato no gana ni en las elecciones internas, muchos pensarán que menos aún en los comicios autonómicos o generales. Tanto le afecta, que la maquinaria de la sucesión puede empezar a funcionar anticipadamente si los núcleos de poder internos ven a Zapatero como el principal obstáculo para mantener el Gobierno en 2012. Y, visto lo que le ha sucedido a Trinidad Jiménez, tienen razones para temerlo.


ABC - Editorial

domingo, 3 de octubre de 2010

Maoísmos. Por Jon Juaristi

La huelga general del 29-S derivó hacia una parodia de revolución cultural típicamente maoísta.

EN su arenga vespertina del miércoles, Cándido Méndez agradeció a las «formaciones de izquierda» el apoyo activo a la huelga general. La vaguedad de la expresión utilizada por el dirigente de UGT resultaba a esas horas del día un poco obscena. Todo el mundo, incluido Candido Méndez, conocía ya los sucesos de Barcelona, y por más que las televisiones públicas y unas cuantas cadenas privadas se empeñaran en separar los desmanes de los antisistema de la protesta sindical, es innegable que aquéllos son una formación de izquierda (o un conjunto de varias formaciones de izquierda). De extrema izquierda, si se quiere matizar, pero de izquierda ante todo, qué duda cabe.

El asunto puede parecer una nimiedad. No lo es. La inclusión de ese colectivo indefinido en el recuento de los protagonistas de la huelga convertía ésta, retrospectivamente, en una huelga política de la izquierda… contra el gobierno de la izquierda, aunque sólo en teoría. Produce un cierto estupor que el líder de la mayor central sindical del país desvirtuase así el carácter presuntamente sindical del acontecimiento en el mismo mitin de clausura. Por otra parte, es evidente que la huelga del pasado día 29 tuvo poco de sindical, en el sentido clásico del término. La última huelga general propiamente sindical fue la de 1988, y no se equivocaron entonces quienes auguraron que no volvería a haber otra huelga general de carácter sindical. El sesgo político de la de 2002, con la participación estelar de todas las formaciones de izquierda, empezando por la que hoy detenta el gobierno, fue inequívoco, pero es que se trataba de un ensayo de movilización de la izquierda contra el gobierno del PP (indispensable para engrasar una estrategia de acoso al mismo desde la calle, que funcionaría ya a la perfección en las campañas del Prestigey de la oposición a la guerra de Irak, incorporando sin escrúpulo alguno a la extrema izquierda).

La incapacidad de los dirigentes sindicales para cambiar el modelo se ha manifestado en la fastuosa confusión del discurso movilizador a lo largo de los tres últimos meses. Nunca quedó claro si se pretendía obligar al gobierno a cambiar su política, castigar a la patronal o machacar a la oposición. Con la excepción de Madrid, por supuesto, donde la huelga se planteó desde el principio y de modo exclusivo como un ariete contra Esperanza Aguirre. De hecho, los piquetes intentaron con particular entusiasmo paralizar el sector público de dicha Comunidad Autónoma -lo consiguieron al cien por cien en Telemadrid, la única televisión que se vio obligada a interrumpir sus emisiones-, y de ahí el contraste entre la indiferencia del Presidente Rodríguez ante lo que pasaba en la calle, a escasos metros del Congreso, y la indignación de la presidenta madrileña, hacia cuya sede de gobierno confluyeron desde la mañana los combativos sindicalistas de toda la capital. En tales condiciones, la huelga sólo podía ser política y ridículamente maoísta: una revolución cultural de sainete, contra el poder y a favor del poder simultáneamente, con los guardias rojos saqueando tiendas en Barcelona y el Gran Timonel mareando la perdiz en la Carrera de San Jerónimo, como si la cosa no fuera con él. Que no iba.


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ABC - Opinión

Sindicatos caducados. Por Julio Pomés

Si los sindicatos no quieren ser vistos como instituciones caducadas deben renovarse completamente e ilusionar de nuevo. Les conviene tener un buen debate interno para recuperar su utilidad en las relaciones laborales en el siglo XXI.

Vergüenza ajena. Eso es lo que seguramente sentirían los sufridos fundadores del movimiento sindical si levantasen la cabeza y contemplaran el desarrollo de la huelga general del 29-S. Seguramente aquellos grandes hombres, que no vivían del sindicalismo sino para el sindicalismo, serían los primeros en reconocer que lo que en el argot político del Gobierno se expresa como paros "desiguales y moderados", se traduce en lenguaje común como fracaso rotundo. UGT y CCOO han utilizado la máxima medida de reivindicación, una huelga general, sabiendo que la reforma laboral era un motivo insuficiente. Si la razón de la huelga era pobre, más injustificable resulta la violencia que han ejercido algunos piquetes ‘informativos’. Muchos somos los que pensamos que sin la existencia de estos grupos de coacción, verbal o física, la huelga habría pasado inadvertida. Más allá de estos hechos, esta huelga ha revelado algunas cuestiones de fondo sobre el papel de los sindicatos en la España de hoy.

De entrada, la protesta que enarbolaba la huelga carece de sentido porque la reforma laboral es una medida ya aprobada, que no puede derogarse por ser imprescindible. Antaño, las huelgas constituían el principal brazo ejecutor de unos sindicatos que sí defendían a sus trabajadores ante los abusos de la Administración y de los empresarios, y lograban mejorar las condiciones de sus afiliados. Hoy, si algo sabemos todos los españoles, es que Zapatero no va a dar marcha atrás en un asunto necesario que viene exigido tanto por la crisis económica como por la Unión Europea. Mucho menos cuando ya ha ‘descontado’ el vendaval que la medida ha generado y tiene resuelta la aprobación de los próximos presupuestos generales. Así pues, conscientes de la ineficacia de los paros del 29-S, parece más bien que los sindicalistas han salido a la calle a ganarse el pan, a que se vea que siguen organizándose y protestando, para que se justifique su existencia y el dinero que cuestan. Después de todo, la docilidad que han demostrado desde que empezó la peor crisis económica desde el crack del 29 empezaba a resultar sospechosa.

Pero es demasiado tarde. Lejos quedan los tiempos en los que los trabajadores percibían a los sindicatos como mejor garante de sus derechos. La gente sabe que está sola a la hora de encontrar empleo y abrirse camino en el terreno laboral, y por eso no sorprende que la única guerra de números que preocupa ya en España sea la de una tasa de paro que crece sin parar. Así pues, convocando esta huelga los sindicatos se han disparado en el pie mostrando la realidad de su ineficacia.

De todas formas, y para consuelo de ellos, no sólo ha contribuido a este descalabro su torpeza. La pérdida de influencia social de los sindicatos en España va en la línea de lo que está ocurriendo en otros países. Una referencia ineludible es el caso de las centrales sindicales en Estados Unidos: su popularidad va en caída libre a pesar de la gravedad de la crisis económica y del un cierto apoyo del presidente Obama.

Si los sindicatos no quieren ser vistos como instituciones caducadas deben renovarse completamente e ilusionar de nuevo. Les conviene tener un buen debate interno para recuperar su utilidad en las relaciones laborales en el siglo XXI. No en vano, la economía es cada vez más terciaria, y ya no se trabaja en grandes fábricas, por lo que no resulta tan fácil que los intereses de muchos den forma a movimientos sindicales como hemos conocido hasta ahora.

Y, a la hora de proponer nuevos modelos, sería justo proponerles que estuvieran más cerca de la sociedad civil y más lejos del estatus de una casposa institución paragubernamental. Los sindicatos debieran darse cuenta que la fuerza de la opinión pública reside cada vez más en el carácter participativo y emular el modo de funcionar de las redes sociales. El 29-S los términos ‘spanish strike’ y ‘strike spain’ estaban entre los más buscados en Google. Hoy el poder de las redes sociales puede ser más eficaz para quebrar una empresa que utilice mano de obra infantil de un país subdesarrollado, que una enorme manifestación callejera que intente impedir las importaciones de esa nación. Tal vez haya llegado el momento de que se le otorgue a la sociedad el protagonismo que se merece, y de que se reconozca su madurez democrática. La legitimidad de los sindicatos está cuestionada y no la tendrán mientras les falta la cualidad esencial para ser valorados: la autonomía que supone dejar de depender de las subvenciones del gobierno de turno.


Libertad Digital - Opinión

Socialismo a la catalana. Por M. Martín Ferrand

La chapuza vive aquí y forma parte de la cultura, de la historia y de la ley, del orden y de los oficios y profesiones.

AL PSC de José Montilla, según su propia confesión, le interesan por igual la justicia social y la defensa de la identidad nacional de Cataluña. Es una extraña manera de ser socialista que lleva la contradicción en su interior y que no solo renuncia a la internacionalidad que marca a las izquierdas de pura cepa, sino al más elemental sentido nacional español en el que se fundamenta(ba) históricamente el PSOE. Un PSOE que, por las circunstancias, dejó de ser obrero hace mucho tiempo, es ya algo más que un partido —tres por lo menos—, poco menos que socialista y resulta español, únicamente, en la medida en que no es portugués o noruego. Lo de la justicia social, ya en el siglo XXI e inmersos en una idea generalizada y no discutida del Estado de Bienestar, parece mostrenco y convierte en fundamental y decisivo el sentido nacional del PSC que, en las próximas autonómicas, se enfrentará básicamente a CiU, otro partido que antepone lo de la identidad catalana a todo lo demás. Triste panorama.

Mariano Rajoy, que pasea por las cuatro provincias del noroeste con Alicia Sánchez-Camacho en un alarde de infundada esperanza electoral, acierta cuando dice que «el problema de Cataluña no es ideológico, sino que está instalado en la chapuza permanente». Eso, además de ser una verdad incontestable, demuestra la tremenda españolidad de Cataluña. La chapuza vive aquí y forma parte de la cultura y el folclore, de la historia y de la ley, del orden y de los oficios y profesiones. Incluso, ante la lamentable delgadez de los valores espirituales en presencia, no solamente los religiosos, la chapuza es una forma de fe y una técnica de esperanza. Niega el futuro, pero hace más llevadero el presente de quienes reclaman derechos sin aceptar obligaciones. La mayoría.

En el orden de la chapuza, y llámelo Zapatero como guste, el relevo de Celestino Corbacho y la posible necesidad de sustituir a Trinidad Jiménez, es la base de una próxima «crisis» de Gobierno. Es una buena oportunidad para tratar de mejorar las hechuras de un equipo de mínimos en el talento y la acción. Cabe sospechar que lo de Corbacho ha de ajustarse a un trámite sindical. No en vano, y tras la mascarada de una huelga general de baja intensidad, UGT y CCOO constituyen, de hecho y con el PNV, el único sostén gubernamental; pero a la legislatura le queda mucho tiempo por delante y, ya que el Presupuesto no augura potencialidad de remedio y solución, serían deseables nombres de refresco para que no sigan creciendo los daños, el déficit y la deuda: las tres «d» que, en campo de gules, marcan la heráldica del de León.


ABC - Opinión

Rajoy y Aguirre, dos formas de gestionar el efecto 29-S. Por Antonio Casado

Era el día después y Mariano Rajoy todavía no había abierto la boca sobre la huelga general. Así que antes de saber que Soraya Sáenz de Santamaría reconoce a Belén Esteban el derecho de sufragio -elegir y ser elegida-, tuve ocasión de conocer de primera mano la valoración del líder del PP sobre el 29-S. “Ha sido un fracaso del Gobierno y de los sindicatos que acabarán pagando todos los españoles”, dijo.

Gobierno, por un lado, y sindicatos, por otro, cargan con sus respectivos fracasos, pero no vale endosarles la misma derrota en el pulso que acaban de librar. En una confrontación entre dos, uno gana y otro pierde. Al guardarse su opinión sobre el que ganó y el que perdió en el choque, Rajoy hace trampas. Incumple sus deberes como alternativa de poder institucional al no pronunciarse sobre el fondo de la cuestión.

La pregunta del día después, desoída por quien personaliza la opción de un recambio en el Palacio de la Moncloa, se encierra en estas dos interrogantes: ¿Debe Zapatero rectificar en la reforma laboral y en su plan de ajustes, como le piden los sindicatos después de autoproclamarse ganadores de la huelga general? ¿O debe ratificarse en la reforma laboral y en su plan de ajustes, como le piden los acreedores internacionales después de haber puesto a la economía nacional al borde del abismo?


Nos quedamos sin saberlo. Rajoy recurre al trazo grueso y a favor del viento. Eso le excusa de entrar en detalles. Es más fácil y menos comprometido sostener que el problema no se arregla con una huelga general sino con elecciones generales porque Zapatero está acabado y le sobra el año de prórroga que le regalan vascos del PNV y canarios de CC. Ese es exactamente el discurso oficial del PP, veinticuatro horas después del pulso librado en la calle entre Gobierno y sindicatos.

Aprovecharse del enfrentamiento

Puede ser un pleito de familia, pero con asuntos de interés general en disputa. Por tanto, el líder de la oposición parlamentaria debería pronunciarse y no lo hace. Al menos podía haber hurgado en la herida que siempre dejan las guerras fraticidas. Y de paso, evitar que otros hurguemos en las guerras fraticidas del PP. Por ejemplo: recordando el inequívoco pronunciamiento de Esperanza Aguirre contra los sindicatos y la constatación de su fracaso. Esa lección, la de aprovecharse del enfrentamiento entre afines, se la sabía mejor la presidenta de la Comunidad de Madrid, que creó las condiciones para lograr que las organizaciones sindicales dieran su peor cara. Algo que en buena parte ha conseguido, al potenciar la imagen de unos sindicatos cuya capacidad de arrastre es tan pequeña que tienen que recurrir a la coacción de los piquetes.

Con la inestimable colaboración de los propios sindicatos, por supuesto, que han hecho todo lo posible por darle la razón a Esperanza Aguirre. No hace falta militar en la derecha política y mediática más desinhibida para compartir el estupor. Parece increíble que en una democracia de derechos consolidados como el de reunión, manifestación o huelga, los ciudadanos hayan tenido tantas dificultades de hecho para ejercer un derecho individual tan básico como el de acudir al puesto de trabajo en una jornada de huelga.


El Confidencial - Opinión

Condescendencia. Por Ignacio Camacho

El gatillazo de la huelga estaba más que previsto pero ninguna de las partes trató de impedir el simulacro.

LOS sindicatos no deberían reflexionar sólo sobre el escaso respaldo de su convocatoria de huelga —«moderado», dicen los más objetivos de sus partidarios—sino también sobre su casi nulo impacto social y sobre la rápida disolución de su eco mediático. La movilización del miércoles apenas era ya tema de portada en los periódicos del viernes, desplazada de la agenda por el asfixiado presupuesto gubernamental, y pronto no será más que un brumoso recuerdo, un ruido lejano en la volátil memoria de la opinión pública. Nunca en esta democracia treintañera había tenido una huelga menos alcance ni unos resultados más previsibles; su carácter de escenificación forzosa, la ausencia de involucración ciudadana y el clima de pasteleo con el Gobierno contra el que supuestamente iba destinada no han hecho sino subrayar su irrelevancia.

La mano tendida por el poder a las centrales, simbolizada en el beso amistoso entre De la Vega y Cándido Méndez, viene a subrayar esa voluntad de entendimiento que deja sin sentido el alboroto de la protesta. Pero los dirigentes sindicales deben entender que los guiños del Gobierno no obedecen a su inquietud ante la débil demostración de fuerza sino a la intención de acudir en rescate de unas organizaciones desacreditadas tras su órdago fallido, y en segunda instancia a los remordimientos que Zapatero pueda sentir por los estragos de su propia política. Al presidente le preocupa el alejamiento de la izquierda social en la medida en que perjudica sus ya bien menguadas expectativas electorales, pero sabe que los sindicatos se han desactivado a sí mismos exhibiendo una capacidad movilizadora muy limitada. Su actitud con ellos es ahora de condescendencia; no le interesa la ruptura pero su malestar no le causa la más mínima alarma.

Por eso la huelga ha sido un enorme ejercicio de hipocresía que sólo ha servido para alterar parcialmente la normalidad productiva. La oferta de negociación sobre el desarrollo de la reforma laboral y sobre el debate de las pensiones podía haberse producido perfectamente antes de la jornada de paro, pero el Gobierno quería permitir a los sindicatos su ritual de queja y éstos necesitaban desentumecer en la calle sus atrofiados músculos de rebeldía. El gatillazo estaba pronosticado en las encuestas que conocían ambas partes, pero ninguna trató de impedir el simulacro. El acercamiento posterior es una componenda ficticia porque nunca ha habido querella real, y la gente lo sabe tan bien como sus protagonistas. De ahí el rápido olvido general de un miércoles sin historia en el que lo único que han sacado los sindicatos es el estupor de la sociedad ante su rancia coacción piquetera, impropia de su teórico papel de pilares de una democracia moderna.


ABC - Opinión

Unos presupuestos sin duda socialistas

Las cuentas públicas que ha pergeñado el Gobierno socialista no sólo no van a contribuir reactivar una economía agonizante, sino que van a intensificar los problemas ya existentes agudizando de paso la desigualdad de los españoles.

El socialismo antepone a la realidad los deseos de su ideología y la técnica presupuestaria no iba a escapar a esta norma que la izquierda viene observando en todo tiempo y lugar. Aceptado ese principio, podemos afirmar que los presupuestos generales del estado diseñados por Zapatero para el año próximo son socialistas de una forma ejemplar.

En efecto, la base sobre la que se han diseñado estos presupuestos públicos es inflar artificialmente la cifra de ingresos, para justificar una coacción institucional cada vez más intensa sobre los individuos gracias al gasto del estado en todo tipo de partidas de contenido ideológico, que son precisamente las que las últimas que los políticos de izquierdas están dispuestos a reducir.

Es difícil creer, como pretende Salgado que hagamos con esta astracanada presupuestaria, que la recaudación fiscal vaya a incrementarse sin haber iniciado con intensidad una etapa de crecimiento económico. Es imposible también que nuestro déficit público se reduzca en esa tesitura –gastando más que ingresamos–, con el agravante de la existencia de una deuda que consume ya la quinta parte de los recursos totales de ese presupuesto y unas cargas sociales consecuencia del desempleo galopante, que no dejan de crecer mientras otros conceptos de gasto de contenido sectario permanecen inalterables con la contumacia habitual de ZP.


En realidad, la aplicación de estos presupuestos generales va a provocar el efecto contrario al pretendido por el Gobierno, es decir, un incremento del déficit, un aumento de la deuda pública para financiarlo y el retraso indefinido de la salida de la crisis, característica esta última que distingue especialmente a la España de Zapatero de otros países gestionados con más criterio. Todo ello dará la excusa perfecta al Gobierno para incrementar la presión fiscal, otro efecto habitual, junto con el incremento necesario de las prestaciones del desempleo, de toda política socialista.

Y como el sectarismo ideológico de Zapatero no tiene límites conocidos, estos presupuestos consuman además el agravio de unas comunidades autónomas respecto a otras, al privilegiar financieramente a aquellas en que el PSOE tiene su particular granero de votos.

Las cuentas públicas que ha pergeñado el Gobierno socialista no sólo no van a contribuir reactivar una economía agonizante, sino que van a intensificar los problemas ya existentes agudizando de paso la desigualdad de los españoles dependiendo de su lugar de residencia. En todo caso, y desde que Zapatero anda por la Moncloa, nada nuevo bajo el sol.



Libertad Digital - Editorial

Las primarias de Zapatero

Es imposible que lo que pase hoy en Madrid no sea relevante para la imagen de Zapatero, ya que es evidente el movimiento de preocupación que existe entre los barones del PSOE y otros que no lo son.

LOS militantes del PSOE en Madrid resolverán hoy el primer capítulo de uno de los mayores problemas internos que se le han planteado a este partido desde la crisis abierta tras la derrota electoral en 1996. Pese a todo lo que pudiera separarlos, a Tomás Gómez y Trinidad Jiménez les une la certeza de que, sea quien sea el elegido, les espera el mismo futuro: caer probablemente derrotados ante Esperanza Aguirre en las elecciones autonómicas madrileñas. La aspiración del PSOE en estos comicios es elegir al candidato que pierda por menos votos y, a renglón seguido, esperar la carambola de una subida de Izquierda Unida en grado suficiente para reintentar una coalición de izquierdas, como la que se frustró en 2003. Por tanto, el PSOE tendrá dos candidatos en liza frente a Esperanza a Aguirre: el propio y el de Izquierda Unida. Es un dato a tener en cuenta para exigir de los socialistas su verdadero programa de gobierno para la Comunidad de Madrid, que será el que estén dispuestos a pactar con la extrema izquierda. Los socialistas eluden temerariamente en esta planificación la relevancia que pueda tener Unión, Progreso y Democracia.

Con este planteamiento —cuál es el mejor candidato para lograr que Aguirre gane sin mayoría absoluta—, los socialistas se dividen entre Jiménez y Gómez. El aparato nacional del PSOE, con Zapatero a la cabeza, apuesta por la ministra de Sanidad, apoyándose en unas encuestas de consumo interno. La campaña contra Gómez ha sido cualquier cosa menos sutil, hasta llegar a calificarlo como «el candidato de la derecha». Puede que el aparato de Ferraz tenga sus datos para defender esta estrategia —de la que ocultan que Aguirre ganaría por mayoría a cualquiera—, pero probablemente yerren en mostrarse tan seguros de que, en este momento, una candidata apadrinada directamente por Zapatero sea la mejor opción ante el electorado madrileño. Podría suceder que la imagen de cierta disidencia que está transmitiendo Tomás Gómez frente a La Moncloa, junto a su evidente gesto de firmeza a la hora mantener su candidatura, resulte más atractiva para el elector de izquierdas desencantado con Zapatero que una candidata «oficialista», en cuyo currículum ya contabiliza una derrota por goleada frente a Ruiz-Gallardón con posterior abandono a los electores madrileños. Es imposible que lo que pase hoy en Madrid no sea relevante para la imagen de Zapatero, cuando ya es evidente el movimiento de preocupación que existe entre los barones del PSOE, y otros que no lo son, por el declive político irreversible del presidente del Gobierno.

ABC - Editorial

sábado, 2 de octubre de 2010

Toros. Sinde no es la solución. Por Maite Nolla

Entiendo que el sector no quiera hacer de esto una cuestión de izquierdas o derechas, pero en algún momento tendrán que tomar una decisión y conseguir un compromiso político serio.

Yo de toros no entiendo nada, para qué engañarles. Estoy en fase de aprendizaje. Si quieren que de toros les hablen con propiedad, sintonicen el programa que dirige en esta casa Elia Rodríguez. Además, en esRadio tenemos a Andrés Amorós. A mí, la afición a ir a los toros –aprecien el matiz– me viene de mi suegro, hasta hace poco vicepresidente de la peña taurina de Lérida. Sí, sí taurina y en Lérida. El caso es que uno de los actos de mayor relevancia que organiza la peña es una comida con previa suelta de vaquillas en una bonita plaza de toros, coqueta, diría yo, que hay en Tortosa. Luego, tengo que reconocerles que lo que más me gusta es el ambientillo, a falta de conocimientos sobre la lidia. Es mi primer artículo sobre la polémica taurina, con lo cual supongo que debo manifestar previamente que respeto mucho a los que no les gustan nada los toros. Entiendo a los que piensan que los toros no son un símbolo nacional y me fastidia que en otras cuestiones desde Madrid no se haya movido ni uno de los muchos dedos que han movido con los toros. Pero también considero que si los nacionalistas no creyeran que pueden vender la prohibición de los toros como la eliminación de un símbolo español en Cataluña, no lo hubieran hecho. Y para muestra, un correbous.

Hechas las presentaciones, creo que el grupo de toreros que acudió a entrevistarse con la ministra se equivoca. Que los toros pasen a ser competencia del ministerio de Cultura no soluciona el problema. La cuestión no es si la tauromaquia debe regularse en uno u otro ministerio, sino quién es el titular de la competencia: el Estado o las comunidades autónomas. Las competencias del Ministerio de Cultura son casi tan residuales como las del de Vivienda, y el grueso de las competencias sobre cultura lo gestionan las comunidades autónomas. Es decir, si la cuestión deja de estar regulada en Interior y pasa a Cultura, en Cataluña el parlamento podría tomar la misma decisión y volver a prohibir los toros. Lo importante es que el que tenga la competencia, dentro de cultura o en materia de orden público, sea el Estado, como con otras muchas cosas. Y eso no se resuelve con soluciones "administrativamente posibles", como ha dicho la ministra, sino con voluntad política de que el Estado retome por la vía legal esas competencias. Porque eso sí es jurídicamente posible, aunque sólo fuera derogando el decreto de traspasos. Igual que el Estado cedió la competencia, la recupera. Bastante más sencillo que lo otro.

Entiendo que el sector no quiera hacer de esto una cuestión de izquierdas o derechas, pero en algún momento tendrán que tomar una decisión y conseguir un compromiso político serio. Digo serio porque invitando a los toros a algunos políticos no se soluciona el problema. Ni consiguiendo que digan que sólo pactarán en Cataluña con los que revoquen la prohibición. Y es que a la señora Camacho le hemos oído decir de todo, pero condicionar un futuro pacto de gobierno en Cataluña a la cuestión taurina, supera la barrera del sonido, que diría Cándido. Máxime cuando no consta un llamamiento a llenar la Monumental por parte del PP, ni por parte de ningún otro partido.

No soy yo muy de loas –el halago debilita–, pero mucho mejor es la idea de la Defensora del Pueblo, la autentica revelación de la temporada, de interponer un recurso, pese a que del Constitucional nos podamos esperar lo peor. Desde luego, mejor que Sinde, que no es la solución.


Libertad Digital - Opinión