lunes, 4 de octubre de 2010

La segunda derrota. Por José María Carrascal

La «batalla de Madrid» ha sido la batalla inspirada y dirigida por Zapatero, como lo fue la huelga del 29-S.

ES el segundo golpe que recibe en una semana. El miércoles, sus aliados y cómplices en la deriva que ha impuesto a España le decretaron una huelga general. El domingo, los socialistas madrileños se enzarzaron en una batalla cainita para decidir su candidato en las próximas elecciones autonómicas. Una batalla promovida desde las alturas, entre el secretario general de dicha asociación, su candidato natural, y la ministra de Sanidad, parachutada desde la Moncloa, que ni siquiera pensaba intervenir, pero que no tuvo más remedio que aceptar. ¿Quién dio la orden? Los dedos apuntan a Blanco y a Rubalcaba, quienes, fundados en encuestas reservadas, decidieron que Trinidad Jiménez tenía mayores posibilidades que Tomás Gómez de arrebatar el sillón a Esperanza Aguirre y convencieron a Zapatero de que apoyase su candidatura. Como si no supiéramos como funciona este gabinete, como si no estuviese comprobado que no se mueve ni una pluma en él sin el visto bueno del presidente. Los ministros y ministras de Zapatero no tienen autonomía, se limitan a adivinar cuáles son sus deseos para servírselos en bandeja. Aquellos que llegan con ideas propias o que no coincidan con su esquema mental, son dejados al lado. ¿Por qué se creen ustedes que elige hombres y mujeres de plastilina, sin criterio propio? Porque no aguanta a ningún otro tipo de personas. La «batalla de Madrid» ha sido la batalla inspirada y dirigida por Zapatero, como lo fue la huelga del 29-S. Dos batallas que ha perdido, que incluso tenía perdidas antes de librarse, porque si se imponía Trinidad Jiménez, iba a contender con Esperanza Aguirre marcada como la «candidata de Zapatero», elegida a dedo por el aparato contra las bases del partido. Y si se imponía Tomás Gómez, el hombre que había tenido la osadía de enfrentarse al aparato y a la mismísima Moncloa, el derrotado sería ésta y su inquilino. Se trataba, por tanto, de una derrota anunciada.

Ha terminado imponiéndose Gómez, un desconocido al que Blanco y Rubalcaba han convertido en David con su honda, figura que encanta al pueblo, frente al fantoche ridículo del gigante. ¿Qué ocurrirá ahora? Por lo pronto, hay que alejar lo más posible a Zapatero de la catástrofe. Ni la idea ni el endose eran suyos, pese a ser claros. Luego, se intentará presentarlo como «una muestra de la democracia interna del partido socialista» y se llenará a Gómez de alabanzas. Mientras se prepara el «ya lo decíamos» para cuando pierda frente a Esperanza Aguirre. Porque este hombre no admite ni siquiera la realidad. Es la que nos dice que, tras perder a sus últimos aliados, los sindicatos, ha perdido algo así como la mitad de su propio partido.


ABC - Opinión

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