domingo, 3 de octubre de 2010

Rajoy y Aguirre, dos formas de gestionar el efecto 29-S. Por Antonio Casado

Era el día después y Mariano Rajoy todavía no había abierto la boca sobre la huelga general. Así que antes de saber que Soraya Sáenz de Santamaría reconoce a Belén Esteban el derecho de sufragio -elegir y ser elegida-, tuve ocasión de conocer de primera mano la valoración del líder del PP sobre el 29-S. “Ha sido un fracaso del Gobierno y de los sindicatos que acabarán pagando todos los españoles”, dijo.

Gobierno, por un lado, y sindicatos, por otro, cargan con sus respectivos fracasos, pero no vale endosarles la misma derrota en el pulso que acaban de librar. En una confrontación entre dos, uno gana y otro pierde. Al guardarse su opinión sobre el que ganó y el que perdió en el choque, Rajoy hace trampas. Incumple sus deberes como alternativa de poder institucional al no pronunciarse sobre el fondo de la cuestión.

La pregunta del día después, desoída por quien personaliza la opción de un recambio en el Palacio de la Moncloa, se encierra en estas dos interrogantes: ¿Debe Zapatero rectificar en la reforma laboral y en su plan de ajustes, como le piden los sindicatos después de autoproclamarse ganadores de la huelga general? ¿O debe ratificarse en la reforma laboral y en su plan de ajustes, como le piden los acreedores internacionales después de haber puesto a la economía nacional al borde del abismo?


Nos quedamos sin saberlo. Rajoy recurre al trazo grueso y a favor del viento. Eso le excusa de entrar en detalles. Es más fácil y menos comprometido sostener que el problema no se arregla con una huelga general sino con elecciones generales porque Zapatero está acabado y le sobra el año de prórroga que le regalan vascos del PNV y canarios de CC. Ese es exactamente el discurso oficial del PP, veinticuatro horas después del pulso librado en la calle entre Gobierno y sindicatos.

Aprovecharse del enfrentamiento

Puede ser un pleito de familia, pero con asuntos de interés general en disputa. Por tanto, el líder de la oposición parlamentaria debería pronunciarse y no lo hace. Al menos podía haber hurgado en la herida que siempre dejan las guerras fraticidas. Y de paso, evitar que otros hurguemos en las guerras fraticidas del PP. Por ejemplo: recordando el inequívoco pronunciamiento de Esperanza Aguirre contra los sindicatos y la constatación de su fracaso. Esa lección, la de aprovecharse del enfrentamiento entre afines, se la sabía mejor la presidenta de la Comunidad de Madrid, que creó las condiciones para lograr que las organizaciones sindicales dieran su peor cara. Algo que en buena parte ha conseguido, al potenciar la imagen de unos sindicatos cuya capacidad de arrastre es tan pequeña que tienen que recurrir a la coacción de los piquetes.

Con la inestimable colaboración de los propios sindicatos, por supuesto, que han hecho todo lo posible por darle la razón a Esperanza Aguirre. No hace falta militar en la derecha política y mediática más desinhibida para compartir el estupor. Parece increíble que en una democracia de derechos consolidados como el de reunión, manifestación o huelga, los ciudadanos hayan tenido tantas dificultades de hecho para ejercer un derecho individual tan básico como el de acudir al puesto de trabajo en una jornada de huelga.


El Confidencial - Opinión

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