lunes, 4 de octubre de 2010

Zapatero frente al espejo. Por Félix Madero

Presidente, ¿le pongo al teléfono antes a Tomás o a Trinidad? Mañana, mañana, dice.

ACABA de cumplir 50 años, y cree que cuando amanece en su casa aún es poco. La vida le ha dado lo que pidió siendo niño: sorpresas que nadie creería, aluviones de novedades que los suyos no esperaban. Anduvo siempre rezagado, pero sin perder la mirada del líder; no dejó que le marcaran su ritmo; él, solo él, decidiría el momento. Pensó cada paso como si fuera el fino movimiento del caballo sobre un tablero de ajedrez; vivió y vive lejos de la humildad de un alfil, pero maneja esa apariencia con esmero. Nunca le agobió el engaño porque sabía que tendría un momento para responder, y ese momento solía decir, llega siempre para el que sabe esperar. Aquel hombre, con 50 años cumplidos, y más de seis viviendo en un palacio que termina por desequilibrar a todos sus inquilinos, ha dado a su trabajo la impronta del constructor de catedrales: el tiempo no importa, la obra quedará terminada. Pero esta mañana de lunes comprueba con desesperación que no. Que muy probablemente la catedral quedará a medias, y él ha de ir preparando sus trastos para facilitar que otros continúen o, como él hizo, empezar de nuevo.

Ahora tiene menos dudas que entonces, pero las inquietudes han crecido. Le agobia mirarse al espejo, le molesta ver cómo su pelo cambia y mengua, cómo su cara empieza a parecerse a un familiar fallecido; cada vez soy más el pasado, se dice. Se queda embobado ante el espejo y pasan los minutos antes de meter la cuchilla en su cara. Anoche, cuando supo el resultado de las primarias en Madrid, recordó al pintor Francis Bacon frente al espejo: mira cómo trabaja la muerte en mi cara. ¡Ah, la muerte!, se dijo para sí: no pasa nada, es un cambio de misión, aquí tengo una, allá tendré otra.

Se entretuvo dibujando figuras geométricas en un papel timbrado con el escudo de España y abajo la leyenda de: El Presidente. Terminaba de perfilar la figura de un tetraedro cuando un asistente llamó: ya hay resultado, los socialistas madrileños han elegido, dijo casi en silencio. Le dejó un papel en la mesa y se marchó. Y ahí se quedó, sólo, observando el folio, la tinta y las letras deseando no saber leer.
Pero el ritmo de la lectura era el mismo con que notaba un frío cada vez más intenso en la sangre. Se me va a helar, pensó. Se levantó, encendió el primer cigarrillo rubio del tercer paquete del día. Recordó que había repasado con una de sus hijas un texto de Valle Inclán, ese en el que Max Estrella está en la cárcel y un preso que sabe que va a morir exclama: ¡qué dirá mañana la Prensa canallesca! Lo que le manden, responde el poeta ciego. En esas estaba cuando el asistente vuelve a entrar: presidente, ¿le pongo al teléfono antes a Tomás o a Trinidad? Mañana, mañana, dice. Y se perdió por los pasillos del palacio mientras adivinaba las portadas de los periódicos de este lunes.


ABC - Opinión

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