Las relaciones entre España y Marruecos siempre han sido muy complejas. No es algo reciente, sino que hunde sus raíces en unos conflictos que tuvieron su eclosión en los años del Protectorado. España es la puerta de entrada a Europa. Lo fue de forma violenta hace siglos, y lo sigue siendo ahora pacíficamente con los importantes flujos migratorios y comerciales que atraviesan el Estrecho permanentemente. Una parte importante de la población marroquí trabaja en países de la UE, fundamentalmente en España y Francia, y las remesas de dinero que recibe son fundamentales para el desarrollo de su economía. Como lo son, también, las importantes inversiones que recibe anualmente y que han permitido que sea un relevante centro manufacturero que nutre a sus vecinos europeos gracias a la relación privilegiada que tiene con la UE. No hay que olvidar que el rey de Marruecos, al igual que su padre y su abuelo, es un fiel aliado de Occidente. Durante décadas se ha tolerado la sistemática vulneración de los derechos humanos a cambio de la estabilidad marroquí como bastión frente a cualquier riesgo de radicalización islamista. El enorme poder ejecutivo que goza el monarca le ha permitido gobernar el país con mano firme y bajo la apariencia de una democracia que, por supuesto, no es equiparable a las que existen en la UE. Mientras que las relaciones entre España y Marruecos son complicadas, no sucede lo mismo con Francia, la otra antigua potencia colonial. Mohamed VI mantiene la tradicional reivindicación sobre las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, que forman parte de nuestra unidad nacional desde hace más de quinientos años y que, por supuesto, son algo previo a la existencia del propio Marruecos o la llegada a ese territorio de la dinastía alauí. El otro conflicto está en el lamentable proceso de descolonización del Sahara Occidental, que fue ilegalmente ocupado por nuestros vecinos. Mohamed, al igual que su padre, maneja los conflictos con España en clave, sobre todo, interna. Aunque sabe que Ceuta y Melilla son españolas y no dejarán de serlo, en el caso del Sahara lo ocupa militarmente y considera que el tiempo juega a su favor. Nunca cederá. En los últimos días se han producido varios incidentes menores, pero que han servido para que el Gobierno marroquí tense la cuerda con España. Al igual que sucedió con los gobiernos de Aznar, González o Suárez, es un «juego» para que ver qué puede obtener. Lo que no se atrevería a hacer con Francia lo hace habitualmente con España. No es nuevo, sino que forma parte de esa estrategia que le permitió avanzar a su padre en la dirección que más le convenía. Unas veces era con la vista puesta en las aguas territoriales y los tratados de pesca, otras por la inmigración o las relaciones con la UE, pero en casi todas existía una clave de estabilidad interna para ofrecer patriotismo a la población. Nada más eficaz que esgrimir un enemigo externo y unas reivindicaciones inalcanzables para hacer que los marroquíes olviden la corrupción del régimen o ignoren las tentaciones del islamismo radical. La única respuesta posible del Gobierno de España es la firmeza de sus antecesores.
La Razón - Editorial
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