domingo, 8 de agosto de 2010

El primo y la prima. Por M. Martín Ferrand

Gallardón es uno de los muchos nombres que, si el PP decidiera pasar a la acción, podría ganar batallas.

ALBERTO Ruiz-Gallardón es uno de los titanes de la derecha española. Le sobran complejos frente a la izquierda y le falta la audacia que sirve de pedestal a los grandes líderes; pero, visto el patio de la política nacional, es un gigante. Ahora, entregado a la prudencia para no desentonar de su jefe de fila, Mariano Rajoy, sestea al frente del municipio más endeudado de España y es uno de los muchos nombres que, si el PP decidiera pasar a la acción, podría ganar batallas. A Gallardón le sobran fuerzas y malas compañías y, para compensar, anda cortito del garbo que requieren los madriles, una difícil asignatura social y urbana que convierte a la capital de España en algo de difícil inteligencia para quienes proceden, bien sea de Pontevedra o de León, de otros lugares del país.

Cuando el poder del Estado, con riesgos para la Nación, lo ocupa un partido en el que es número uno José Luis Rodríguez Zapatero; número dos, José Blanco y número tres, Leire Pajín —¡tres currículos livianos!— , no deja de constituir despilfarro que un personaje como Gallardón sea poco menos que un estorbo en el partido alternativo; pero eso son los efectos, colaterales y malignos, de una democracia con listas cerradas y bloqueadas que no se perfecciona con la práctica real de la democracia interna en los partidos en presencia. Quizá por eso, entumecido de tanto permanecer agachado, Gallardón nos sorprende de vez en cuando con salidas y gestos que toman razón del Pepito Grillo de Walt Disney y del Repelente niño Vicente de Rafael Azcona.


Ahora, cuando su prima y, tiempo atrás, competidora en la lucha por el Ayuntamiento de Madrid, Trinidad Jiménez, tiene, como La Lirio de Rafael de León, las sienes moraítas de martirio, va el alcalde y rompe un largo silencio para pedirle a los suyos que no ataquen ni ofendan a la ministra de Sanidad que, para bien o para mal, Zapatero quiere quitarse de encima en perjuicio de Tomás Gómez y de las apariencias democráticas del socialismo madrileño.

Del mismo modo que nuestra gran política carece de programas, la pequeña política de lo cotidiano carece de elegancia. Todo en ella son gestos para perjudicar a alguien en función de razones que pocas veces alcanzamos los ciudadanos. ¿Por qué, cuando el PSOE vive uno de sus alborotos familiares, Gallardón rompe su bolígrafo —algo más que una lanza— para proteger a la prima que no quiso seguir frente a él en los plenos municipales? Podría ser que se tratara de darle un pellizco monjil a Esperanza Aguirre; pero eso es poco retorcido, muy elemental, para una cabeza tan compleja como la de Gallardón.


ABC - Opinión

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Gallardón......¿El candidato del PSOE por Madrid?