El presidente colombiano cede el poder tras una gran victoria sobre la guerrilla.
No todos los mandatarios, aunque dispongan de dos periodos consecutivos pueden presumir de que dejan un legado. Álvaro Uribe, sin embargo, sí es uno de ellos. La Colombia que ayer entregó a su sucesor, Juan Manuel Santos, no solo no es la de 2002, sino un país infinitamente mejor en muchos aspectos, seguro de sí mismo, y sólidamente instalado entre las naciones de Occidente. Pero no todo ha sido un éxito. Hay luces, pero también sombras.
Uribe prometió hacer la guerra para asegurar la paz. Se negó a admitir que hubiera negociación política posible con las FARC y, granjeándose el apoyo material de Estados Unidos, le devolvió la capacidad de combate y especialmente el arma de la inteligencia al Ejército nacional. La guerrilla aún es capaz de provocar graves atentados terroristas, pero debe refugiarse en el matorral cuando hace una década asediaba ciudades y ocupaba pueblos. El Estado es de nuevo soberano en su propio país. Un segundo mérito es la desmovilización de 30.000 paramilitares, tan asesinos como los anteriores, pero supuestamente auxiliares en la lucha antiguerrillera. Y aunque su licenciamiento fue algo positivo, también hay que atribuirle el repunte de la violencia por la reconversión de millares de reinsertados en facinerosos de guayabera y no uniforme.
Uribe prometió hacer la guerra para asegurar la paz. Se negó a admitir que hubiera negociación política posible con las FARC y, granjeándose el apoyo material de Estados Unidos, le devolvió la capacidad de combate y especialmente el arma de la inteligencia al Ejército nacional. La guerrilla aún es capaz de provocar graves atentados terroristas, pero debe refugiarse en el matorral cuando hace una década asediaba ciudades y ocupaba pueblos. El Estado es de nuevo soberano en su propio país. Un segundo mérito es la desmovilización de 30.000 paramilitares, tan asesinos como los anteriores, pero supuestamente auxiliares en la lucha antiguerrillera. Y aunque su licenciamiento fue algo positivo, también hay que atribuirle el repunte de la violencia por la reconversión de millares de reinsertados en facinerosos de guayabera y no uniforme.
Esa Colombia renovada ha crecido macroeconómicamente, gracias a una intensa captación de inversión exterior, pero sigue estando entre los países de mayor desigualdad de América Latina. Lo verdaderamente grave ha sido la serie de escándalos que han jalonado la presidencia. La lista incluye enfrentamientos con el poder judicial, docenas de legisladores uribistas encausados y una treintena en la cárcel, y, especialmente, los falsos positivos: dos millares de campesinos asesinados por militares que, haciéndolos pasar por guerrilleros, obtenían recompensas y ascensos. Uribe tampoco ha conseguido la paz con sus vecinos. Su último acto fue demandar al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ante la Corte Penal Internacional por la presunta ayuda venezolana a las FARC.
Un presidente que ha buscado, insaciable, un tercer mandato, de estilo autoritario y populista, que no siempre ha favorecido la institucionalidad con su pasión por hablar a la opinión por encima de los partidos y cuerpos de la sociedad, ha desbaratado un sistema político, hoy en urgente necesidad de recomposición. Pero, con sus claroscuros, marca un camino a seguir.
Un presidente que ha buscado, insaciable, un tercer mandato, de estilo autoritario y populista, que no siempre ha favorecido la institucionalidad con su pasión por hablar a la opinión por encima de los partidos y cuerpos de la sociedad, ha desbaratado un sistema político, hoy en urgente necesidad de recomposición. Pero, con sus claroscuros, marca un camino a seguir.
El País - Editorial
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