miércoles, 18 de agosto de 2010

Desamparo emocional. Por Ignacio Camacho

Ceutíes y melillenses ven en la tibieza de los dirigentes políticos el reflejo de una sociedad desentendida.

HACE tiempo que entre la población de Ceuta y de Melilla existe un sentimiento de desamparo casi tan intenso como el de su españolidad, y acaso no resulte aventurado decir que en cierto modo el primero es consecuencia del segundo. Los habitantes de esas ciudades temen que su acendrado sentido de pertenencia se haya convertido en una extravagancia en la España del pensamiento débil y la nación de naciones, y se ven a sí mismos como eventual cabeza de turco de la pusilanimidad diplomática de un Estado al que consideran demasiado pendiente del cambiante humor de la monarquía marroquí. Esa sensación de abandono no prevalece sólo en los momentos críticos en que Marruecos aprieta la presión, ni alcanza en exclusiva a la responsabilidad del Gobierno; ceutíes y melillenses recelan también a menudo de la propia solidaridad de sus compatriotas peninsulares, y en la tibieza de la dirigencia política ven el reflejo de una sociedad desentendida en la que no encuentran el suficiente apoyo moral ante la inestabilidad perpetua de su condición fronteriza.

Por eso en situaciones de tensión como la actual es importante que la opinión pública nacional exprese sin tapujos su respaldo a esos españoles que a día de hoy acaso sean de los pocos que aún se empeñan en seguirlo siendo, y que merecen por ello el amparo emocional colectivo que la diplomacia les niega por dudosas razones estratégicas. Más allá de la crítica política al Gobierno de turno y a la tradicional pasividad de las instituciones oficiales, Ceuta y Melilla necesitan que la España de la calle dé calor a su voluntad de resistencia y entienda sinceramente la dificultad real de su posición límite. Los habitantes de esas dos plazas no sólo reclaman protección gubernamental frente a la hostilidad táctica de Marruecos, sino su derecho a una conciudadanía igualitaria y a un compromiso de adhesión sentimental tan explícito como el de cualquier otro territorio.

Y es verdad que les debemos una expresión más cálida de cohesión, que por otra parte es el único modo de que el Gobierno se sienta implicado sin ambigüedad en la defensa de los intereses territoriales. Somos nosotros, los ciudadanos, los que debemos exigir que el ministro de Exteriores comparezca en una crisis de la que se ha ausentado clamorosamente, o que la ministra de presunta Igualdad defienda a las mujeres policías del ofensivo hostigamiento de las autoridades marroquíes. Somos nosotros los que tenemos que enviar al otro lado del Estrecho el mensaje inequívoco de que sabemos que aquello es a todos los efectos un trozo de España. Quizás sea improbable que ese testimonio resuelva los problemas de estrés político en una zona tan tirante, pero al menos puede aliviar el aislamiento de unos compatriotas que se sienten como la guarnición de Fort Apache.


ABC - Opinión

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