Fue un acto desangelado, frío, casi gélido, como no podía ser de otra manera porque la verdad es que hay poco que celebrar. Pero él apareció como siempre, con esa sonrisa petrificada en su rostro y su discurso de optimismo antropológico que provoca nauseas. Sobre un fondo rojo su nombre, Zapatero, y debajo un enorme 10 que inevitablemente trasladaba al subconsciente la imagen de una camiseta de la selección española, campeona del mundo. Es lo único positivo que puede esgrimir, y encima no es mérito suyo, ni por asomo, aunque sea el ministro de deportes, pero no deja de ser un recurso de urgencia para intentar salvar los muebles a lo que siempre ha sabido hacer, a lo único que ha sabido hacer: el eslogan fácil y barato. Zapatero es un producto de marketing, un envase que en su día pudo ser atractivo porque lo nuevo siempre lo es, pero que luego se ha demostrado que tras un buen diseño publicitario -ZP, Zapatero Presidente- no había ni hay nada, el vacío más absoluto, y por eso ha tenido que llenar el recipiente de demagogia, populismo y el permanente recurso al todo vale y al cueste lo que cueste para mantenerse en el poder. Rodríguez es, en definitiva, un embuste en sí mismo, un falso, un hipócrita, un cínico, un resentido, un demagogo, un sectario, un frívolo, un insolvente y un relativista de los pies a la cabeza. Reúne, por tanto, todas las cualidades de un mal gobernante. Qué digo malo, ¡pésimo! El peor que hayamos tenido, no ya en estos años de democracia, sino a lo largo de nuestra historia como país, con permiso de Fernando VII.
Tengo que reconocer que incluso a mí consiguió engañarme cuando, siendo todavía líder de la oposición, un grupo de periodistas de este diario nos reunimos un par de veces con él e hizo gala de una simpatía empalagosa y nos ofreció el caramelo de un programa político plagado de reformas dirigidas a regenerar la democracia. Pero poco tardó en aflorar el verdadero Rodríguez: bastó el accidente de un petrolero frente a las costas gallegas para que el hasta ese momento candoroso líder de la oposición enseñara sus uñas, y luego con la guerra de Iraq afilara los cuchillos del sectarismo. Había, por desgracia, muchos que seguían creyendo en él -no tanto por mérito suyo como por demérito, en aquel momento, de Aznar-, pero algunos ya nos dimos cuenta de que tras la fachada de talante se escondía un sectario impenitente y un hábil embustero. La prueba fue el Pacto del Tinell, probablemente uno de los documentos políticos de mayor trascendencia que se hayan firmado nunca en nuestro país, por su alcance y por el contenido profundamente antidemocrático del mismo al conjurar las fuerzas del socialismo y del nacionalismo radical contra la derecha democrática. Y el Pacto del Tinell marcó, sin lugar a dudas, todo el devenir de la primera legislatura de Rodríguez, dirigida al aislamiento del PP mediante el cordón sanitario que Rodríguez puso en marcha con la izquierda y el nacionalismo radicales, y la complacencia de los moderados. Supuso, además, el compromiso del socialismo con una idea confederal de España que nada tenía que ver con el espíritu de la Transición y la Constitución Española.
Rodríguez se había abandonado en manos de políticos nacionalistas que demostraban un odio irrefrenable hacia todo lo español, y de intelectuales de estrechas miras y formación de todo a cien obsesionados con la Transición y empeñados en refundarla porque, en su opinión, fue llevada a cabo por herederos del franquismo. Con esos mimbres se tejió una legislatura dedicada a buscar el enfrentamiento y la división entre los españoles, primando el interés de algunas minorías sobre el general del país, y en la que el objetivo principal fue intentar el final de la violencia buscando un atajo, aunque esta vez distinto al que utilizó González: el atajo de la cesión a las pretensiones etarras. Fue cuando pudimos ver a Rodríguez desplegando otra de sus facetas, la del embuste. Empezando porque cuando negociaba con el PP el Pacto Antiterrorista ya había autorizado, al mismo tiempo, los contactos de Eguiguren con la banda de asesinos. Esa es su característica principal: la de tener una doble cara, un doble lenguaje, una doble moral y ningún principio. Luego esa característica, la de ser un embustero, fluyó como un manantial cuando en la campaña electoral de 2008 llegó la crisis y la negó, y se pasó los meses siguientes, de nuevo reelegido, manteniendo vivo el embuste hasta que le fue imposible esconder las evidencias.
En el fondo todo ha sido eso, un embuste detrás de otro. Nunca hubo talante, ni compromiso, ni fe en la democracia. Siempre ha sido eso, una fachada tras la cual, como en las películas del oeste, solo había un montón de vigas sujetándola para esconder al otro lado de la puerta el desierto más inhóspito y desagradable. Todo esto lo saben en el PSOE, no se crean, y por eso el décimo aniversario de su elección como secretario general ha tenido el escenario que ha tenido en lugar de haberse aprovechado como correspondía en un gran acto multitudinario. Rodríguez ‘el Embustero’ ya no tiene crédito ni en sus propias filas. No puede ir a Rodiezmo porque sabe que los mineros le van a pitar, a silbar y a abuchear… No va, de hecho, a ningún sitio donde haya gente incontrolable por temor a las manifestaciones de desprecio colectivo. Vive encerrado en su burbuja de cristal, ajeno a la realidad, escondido del mundo mientras ensaya en el espejo su sonrisa cínica como si fuera una caricatura de sí mismo. Diez años han convertido a Daniel el Travieso en el Enemigo Público Número Uno, y hoy lo único que espera de él la sociedad española es que tenga la gallardía de convocar elecciones lo antes posible para que alguien mejor que él venga de una vez a arreglar todo lo que él ha estropeado, que ha sido mucho.
Rodríguez se había abandonado en manos de políticos nacionalistas que demostraban un odio irrefrenable hacia todo lo español, y de intelectuales de estrechas miras y formación de todo a cien obsesionados con la Transición y empeñados en refundarla porque, en su opinión, fue llevada a cabo por herederos del franquismo. Con esos mimbres se tejió una legislatura dedicada a buscar el enfrentamiento y la división entre los españoles, primando el interés de algunas minorías sobre el general del país, y en la que el objetivo principal fue intentar el final de la violencia buscando un atajo, aunque esta vez distinto al que utilizó González: el atajo de la cesión a las pretensiones etarras. Fue cuando pudimos ver a Rodríguez desplegando otra de sus facetas, la del embuste. Empezando porque cuando negociaba con el PP el Pacto Antiterrorista ya había autorizado, al mismo tiempo, los contactos de Eguiguren con la banda de asesinos. Esa es su característica principal: la de tener una doble cara, un doble lenguaje, una doble moral y ningún principio. Luego esa característica, la de ser un embustero, fluyó como un manantial cuando en la campaña electoral de 2008 llegó la crisis y la negó, y se pasó los meses siguientes, de nuevo reelegido, manteniendo vivo el embuste hasta que le fue imposible esconder las evidencias.
En el fondo todo ha sido eso, un embuste detrás de otro. Nunca hubo talante, ni compromiso, ni fe en la democracia. Siempre ha sido eso, una fachada tras la cual, como en las películas del oeste, solo había un montón de vigas sujetándola para esconder al otro lado de la puerta el desierto más inhóspito y desagradable. Todo esto lo saben en el PSOE, no se crean, y por eso el décimo aniversario de su elección como secretario general ha tenido el escenario que ha tenido en lugar de haberse aprovechado como correspondía en un gran acto multitudinario. Rodríguez ‘el Embustero’ ya no tiene crédito ni en sus propias filas. No puede ir a Rodiezmo porque sabe que los mineros le van a pitar, a silbar y a abuchear… No va, de hecho, a ningún sitio donde haya gente incontrolable por temor a las manifestaciones de desprecio colectivo. Vive encerrado en su burbuja de cristal, ajeno a la realidad, escondido del mundo mientras ensaya en el espejo su sonrisa cínica como si fuera una caricatura de sí mismo. Diez años han convertido a Daniel el Travieso en el Enemigo Público Número Uno, y hoy lo único que espera de él la sociedad española es que tenga la gallardía de convocar elecciones lo antes posible para que alguien mejor que él venga de una vez a arreglar todo lo que él ha estropeado, que ha sido mucho.
El Confidencial - Opinión
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