domingo, 25 de julio de 2010

¿Bajo sospecha?. Por José María Carrascal

El conglomerado que el pueblo conoce por «política» recibe las peores calificaciones entre los españoles.

SI los bancos españoles son sólidos y las cajas de ahorro se disponen a corregir sus deficiencias, ¿por qué tenemos que pagar un diferencial de deuda mayor que los demás? Sólo hay una explicación: porque no despertamos la misma confianza que ellos, porque se duda de que seamos capaces de manejar nuestros asuntos. En otras palabras: el problema no es nuestra economía. Es nuestra política. Es ella la que inspira la desconfianza que nos ha llevado al pelotón de los torpes europeo.

«La confianza política —aseguran los norteamericanos— se basa en un gobierno eficaz», Entendiendo por gobierno lo que ellos entienden: toda la administración estatal y local, desde el ejecutivo a la justicia, pasando por cámaras, sindicatos, ayuntamientos y enseñanza. Basta echar una ojeada a las encuestas para darse cuenta de que la función pública, ese conglomerado que el pueblo conoce por «política», recibe las peores calificaciones entre los españoles. Nada de extraño que los demás también desconfíen.


Ahora bien, sería hundirse en el error echar la culpa de la situación a la política y a los políticos. Política, en una democracia, es la entera ciudadanía, y a los políticos los elegimos entre todos. Esos escándalos que estallan en todas las comunidades, esos corruptos que figuran en todos los partidos, esas fortunas surgidas al socaire del poder, sólo pueden darse en un ambiente social favorable, que prefiere el atajo al camino correcto, frenando con ello su propio desarrollo. Los españoles hemos disminuido nuestra capacidad de progreso en la medida que hemos ido perdiendo la confianza en nuestras instituciones y creyendo que la ascensión social de hace mejor por la política que por el esfuerzo.

A lo que se une haber sustituido la agenda económica por la política. Durante los últimos seis años, el Gobierno se despreocupó totalmente de la economía, obsesionado por su plan para cambiar España y los españoles. Tan obsesionado estaba por ello que ni siquiera supo ver la crisis, y han tenido que obligarle desde fuera a tomar las medidas necesarias para atajarla. Lo ha hecho, finalmente, a la fuerza y todavía con el enorme lastre de su agenda ideológica, que le impide llegar a un acuerdo con el principal partido de la oposición, como han hecho prácticamente todos los países de nuestro entorno para afrontar la emergencia. La recuperación sigue así viéndose frágil, lenta y problemática, tanto dentro como fuera de casa. Y no olvidemos que la confianza es una planta que crece lentamente, pero se marchita enseguida. Siendo los que menos confianza inspiran los incapaces de ver sus propios fallos, como ocurre a quien ni nombrar hace falta.


ABC - Opinión

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