Zapatero presenta la sentencia del Estatuto como un malentendido que él se propone resolver.
El presidente Zapatero pretende presentar la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña como una suerte de malentendido que él se propone resolver. Comenzó, de un modo un poco altivo, recomendando su lectura atenta para terminar de ese modo con la enfadada interpretación de los nacionalistas catalanes a la que José Montilla se había sumado con un patético desconcierto que augura poco éxito en las próximas elecciones autonómicas. Pronto se vio que la lectura detallada que acabaría con las polémicas no era exactamente la del texto de la sentencia, sino la de la interpretación que el propio presidente se aprestaba a hacer: quien se enfade es presa del malentendido, lo que el Constitucional ratifica es un éxito ante los malvados recurrentes y lo que señala que no se ajusta a la Carta Magna no es por su contenido, sino por estar precisamente en el Estatuto. Búsquese otro camino y termínese con el malentendido.
Es difícil saber, a estas alturas, si resulta más lamentable desde el punto de vista de la estabilidad institucional despreciar el papel del Tribunal Constitucional por ser desafecto a lo «catalán», como hacen los nacionalistas tras su paradójica interpretación de lo catalán, o por este camino del malentendido y la búsqueda, para lo mismo, de otro procedimiento. El presidente se comporta como el comensal que pide sopa para empezar y, cuando el camarero le dice que no hay, sonríe y aclara: «ningún problema, entonces verduras de primero y, de segundo, sopa». Como si su voluntad valiera más que la realidad misma.
Precisamente por ello, porque la voluntad del presidente no puede con la realidad, habría que resolver el verdadero malentendido: el problema principal no es, como algunos piensan, la supervivencia del débil Gobierno mediante apaños y cesiones, aunque sean meras estratagemas, sino el concepto de la arquitectura constitucional que el señor Rodríguez Zapatero tiene en la cabeza. Si piensa que se puede dar carta de naturaleza a la «bilateralidad» entre el Estado y algunas comunidades autónomas, si cree que se pueden compartimentar los poderes del Estado o que los poderes regionales pueden decidir sobre competencias estatales, si está convencido de que la formulación de autonomías como nación les otorga un cierto poder constituyente, si piensa que España es una suma heterogénea y coyuntural en vez de un Estado organizado autonómicamente, estaremos verdaderamente apañados. El malentendido verdadero es pensar que el riesgo es su supervivencia; el peligro cierto sería que la pluralidad se confundiera con ese puré antidemocrático.
Precisamente por ello, porque la voluntad del presidente no puede con la realidad, habría que resolver el verdadero malentendido: el problema principal no es, como algunos piensan, la supervivencia del débil Gobierno mediante apaños y cesiones, aunque sean meras estratagemas, sino el concepto de la arquitectura constitucional que el señor Rodríguez Zapatero tiene en la cabeza. Si piensa que se puede dar carta de naturaleza a la «bilateralidad» entre el Estado y algunas comunidades autónomas, si cree que se pueden compartimentar los poderes del Estado o que los poderes regionales pueden decidir sobre competencias estatales, si está convencido de que la formulación de autonomías como nación les otorga un cierto poder constituyente, si piensa que España es una suma heterogénea y coyuntural en vez de un Estado organizado autonómicamente, estaremos verdaderamente apañados. El malentendido verdadero es pensar que el riesgo es su supervivencia; el peligro cierto sería que la pluralidad se confundiera con ese puré antidemocrático.
ABC - Opinión
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