miércoles, 3 de marzo de 2010

Bolívar, Zapatero, Chávez. Por Gabriel Albiac

SÓLO para lectores de Marx. No para creyentes. Porque, antes de ser coartada para una turbia amalgama de místicos, asesinos y sinvergüenzas, Marx fue -sigue siendo para quien sepa leerlo, para quien pueda, no muchos- un pensador colosal. Sólo para lectores; no para beatos recitadores de mantras. No para matarifes chavezianos. Esto es, en su literalidad, lo que Karl Marx escribe sobre un tal Bolívar y Ponte, «el canalla más cobarde, brutal y miserable», en 1858: «La fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar». Ni siquiera Marx hubiera podido prever que, en el inicio del siglo XXI, los más alucinados de sus meapilas españoles acabarían rindiendo culto común al marxismo-bolivarismo de un caudillo militar que, crucifijo en mano, canta boleros y aniquila libertades. Es la maravillosa, la cruel, venganza de la historia. Haga uno lo que haga, escriba uno lo que escriba, al final acaban siempre ganando los imbéciles. Porque nada hay más rentable que ser ilustradamente analfabeto.

Chávez pasa en España por ser el heredero de Fidel Castro. Es cierto. El castrismo es el más estable nazismo -o socialismo nacional- de América; como el más estable fascismo es el peronista. Chávez lo hereda. Y hay una seca coherencia en el empeño del espadón venezolano por dar a su delirio político respaldo en un impecable alucinado, Bolívar y Ponte, ése para despreciar al cual, el implacable Marx recuperaba el crudo retrato que hiciera de él Ducoudray-Holstein: «Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión». De ahí a lo de los boleros de Aló, Presidente, no hay ni medio paso.

Nada demasiado nuevo. Que, en un país riquísimo -los de mi edad recuerdan lo que fue la emigración a Venezuela en los cincuenta- y devastado por la socialdemocracia de Carlos Andrés Pérez -aquel íntimo de Felipe González-, enfangada en el robo y en el asesinato, un caudillo loco tome el poder, es perenne maldición de la América española. Que acabe por arruinar lo poco que quedaba, va en la lógica. Que haga tierra quemada de cualquier libertad, de cualquier democracia, es regla. Pero, ¿por qué un gobierno español y formalmente democrático debe bailarle el agua? ¿Qué hace que un país europeo, garantista, hasta hace pocos años civilizado y próspero, se humille ante una tal quintaesencia de lo peor que ha producido el caudillismo militar hispanoamericano? ¿Qué hace que un ministro de Exteriores como Moratinos rinda esa envilecida pleitesía de quien quiere ver «voluntad de cooperar» en Chávez para saber si Chávez -el mismo que se proclamó solidario con el jefe terrorista «Carlos», reo de perpetua en Francia- fue cómplice o patrón de ETA?

¡Tiene narices! ¡Tiene narices que el presidente Rodríguez Zapatero se proclame «asombrado» por los datos que la Audiencia Nacional pone sobre la mesa! Don José Luis Rodríguez Zapatero no tiene más que consultar a su ministro de Interior. Que ha infiltrado a ETA lo suficiente en estos años como para saber en qué lugar exacto de la geografía y las instituciones venezolanas ha ejercido cada uno de los mandos terroristas a los que el juez cita. ¿Pero de qué se asombra el señor Zapatero? ¿De que todos sepamos lo que jamás se ha ocultado?


ABC - Opinión

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