Así, en ausencia de manifestaciones inteligentes, sin más partituras que las que le prepara Pedro Arriola, Rajoy trata de interpretar una sinfonía que, probablemente, quedará inacabada. Ha conseguido expresarse mejor con los silencios que con sus palabras, y cuando habla más le valdría permanecer callado. No hay nada mejor cuando no se tiene nada que decir. Después de un par de meses de silencio, ha dicho, y así lo recogen en grandes titulares buena parte de los diarios nacionales: «No acepto chantajes ni presiones; no me dejo chantajear». Es muy posible que en los anales de nuestra partitocracia nadie, ni Magdalena Álvarez, haya dicho nada tan hueco y nocivo para su autor.
Antonio (González) Calderón, el mejor escritor de la radio española, nos decía a sus aprendices cuando redactábamos una gran membrillada: «Mírala del revés». Es la prueba del nueve de la aritmética redacccional. Lo de Rajoy, visto del revés, no tiene pase. ¡Acepto chantajes y me dejo presionar! La reversión de un concepto sirve para llegar al fondo de su nadería y ésta es máxima. Total. No creo que nadie, ni José Luis Rodríguez Zapatero o Esperanza Aguirre, sospeche que Rajoy es facilón para los chantajes. Es como si apareciera en público y, tras un breve carraspeo, nos dijera con voz campanuda: Yo me ducho todos los días. Y ¿qué? Escuchar el tecleo de las máquinas de escribir no acredita producción o talento. Goldwyn debió contratar mecanógrafas y Rajoy, puesto en arcángel, lo que necesita es un coro de voces blancas.
RABC - Opinión
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