martes, 19 de julio de 2011

Tu quoque. Por Ignacio Camacho

A Zapatero, que nunca ha tenido muchos amigos, lo abandonan sus últimos fieles. La puñalada final siempre la da Bruto.

LA famosa soledad del poder pesa sobre todo cuando se escapa el poder y se queda la soledad con su inmenso páramo de angustia. El aviso del final lo dan los fieles más rezagados cerrando la puerta por fuera; entonces es cuando el poderoso se queda de veras solo con su soberbia. Abandonado como los muelles en el alba, decía Neruda de ese momento en que el último barco de lealtad desaparece tras el espigón de la melancolía.

Zapatero, que nunca ha contado con demasiados amigos y encima ha liquidado a los pocos que tenía, se debió de despertar ayer con un estrépito de mudanzas. Sus aliados mediáticos más importantes le habían puesto los muebles en la puerta con un inequívoco pronunciamiento de desahucio. Aunque no es la primera vez que el presidente recibe fuego amigo sorprendió la encarnizada intensidad del ametrallamiento, una declaración contundente, virulenta y solemne que lo señala como un estorbo para los intereses de la socialdemocracia. Por pronunciarse con esos mismos argumentos, más moderados incluso, periodistas, políticos, medios de comunicación y otras voces de opinión pública recibían hasta no hace mucho gruesas descalificaciones de fascismo irredento. Pero ahora ya no queda espacio ni para la piedad; convertido en un obstáculo hasta para la propia izquierda, los suyos le señalan inclementes el camino de salida. Lo quieren fuera, y lo quieren ya.


Mucho han tardado en convencerse. El presidente ha acumulado en un plazo muy corto un descrédito tan vertiginoso que reúne características de fobia social. Perdido el estado de gracia que disfrazaba en tiempos de prosperidad sus evidentes carencias de serie, su falta de entidad como gobernante, ha dejado de resultar útil. Primero consumió su credibilidad política, luego su popularidad y por último su capacidad de otorgar favores, que es lo que acostumbra a retener a los más pragmáticos. Es un lastre, un impedimento, una rémora. Lo sabe todo el país desde hace mucho tiempo, y los más renuentes han acabado por rendirse a la evidencia.

La pregunta que flotaba ayer en la escena política es la de si ese áspera expresión de desapego incluye también la opinión o el criterio de Pérez Rubalcaba. En ese caso estaríamos ante un conflicto de poder propio de los estados terminales, que a menudo estallan en sacudidas interiores de convulsiones críticas. La posibilidad de que el presidente se esté atrincherando incluso contra la voluntad de su propio partido es ya una hipótesis de seria verosimilitud que abre conjeturas imprevisibles sobre los efectos de una bicefalia palmaria. La conspiración palaciega de junio aún no ha concluido su trabajo. Y la puñalada final, la más dolorosa, la que abre la mayor herida moral, siempre queda para Bruto.


ABC - Opinión

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