El liderazgo se ha desvanecido en las instituciones comunitarias, y los asuntos esenciales se han trasladado al debate nacional.
DENTRO de su particular laberinto político, los dirigentes italianos han tenido la suficiente lucidez como para poner en marcha un plan drástico de reformas a la primera señal de alarma en los mercados de deuda. El gesto —con todo lo alentador que pueda llegar a ser, como ejemplo para otros países— aparece, sin embargo, como otro síntoma del desbarajuste en que se está sumiendo la Unión Europea, donde cada cual campa por sus intereses sin tener en cuenta los efectos que provoca transmitir la impresión de que el único lema que todos los gobiernos respetan es el de «sálvese quien pueda». Así ha sucedido cuando la canciller Merkel y el presidente del Banco Central Europeo han empezado una semana decisiva exhibiendo sus desacuerdos, cuyo resultado ha sido un nuevo descalabro de la deuda de los países periféricos, que ha convertido en cenizas todo el esfuerzo dedicado a exhibir las pruebas de resistencia de los bancos como señal de estabilidad.
La UE ha conocido problemas muy graves a lo largo de su historia, pero nunca antes se habían concitado al mismo tiempo una crisis económica cuyas dimensiones parecen escapar de los márgenes de la experiencia de los especialistas y, por otra parte, un bloqueo institucional que no se ha producido por falta de instrumentos —el Tratado de Lisboa tiene menos de dos años—, sino por la estruendosa falta de visión de los dirigentes de Bruselas. El liderazgo se ha desvanecido en las instituciones comunitarias y los asuntos esenciales se han trasladado al debate nacional, donde están siendo presa de populismos nacionalistas, cuando no se enfangan en el ambiente de descrédito general en el que se ha dejado a la política en muchos países. Algunos gobiernos actúan como si fuera posible resolver por separado problemas que, les guste o no, ya sólo pueden afrontarse a escala europea. En un mundo globalizado, ni siquiera Europa tiene poder suficiente para hacer frente por sí sola a desafíos planetarios. Por ello es necesario que la cumbre de países del euro convocada para este jueves sea un punto de inflexión en la búsqueda de soluciones reales y no una nueva exposición de las divisiones que están minando los fundamentos no sólo de la moneda única, sino de todo el andamiaje institucional europeo.
ABC - Editorial
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