viernes, 3 de junio de 2011

Germanófobos, lo que nos faltaba. Por Hermann Tertsch

Llaman xenófobos a quienes vienen a millones a nuestras costas y compran con fidelidad nuestros productos.

ME entero de que una de esas fantasmales asociaciones que han surgido en la España de la tontería gratuita ha denunciado a la República italiana por los bombardeos de las tropas de Mussolini a Barcelona en la Guerra Civil. Está claro que, tras siete años gobernados por este híbrido de Alicia y Atila, en España no cabe un imbécil más. Pero los que están dentro, que son multitud, seguirán pariendo ideas para complicarnos la vida. Esta semana estos genios de la demolición del bienestar y la inteligencia están de enhorabuena. Porque es difícil encontrar una idea más peregrina, injusta, paleta y sobre todo dañina para todos nosotros que llamar a una cruzada de germanofobia. Al grito de «Alemania es culpable» nos dicen que hay que demostrar a los teutones nuestro desprecio. Y llaman xenófobos —fóbicos hacia los españoles— a quienes desde hace cincuenta años vienen a millones a nuestras costas, tienen residencia en nuestro país y compran con fidelidad y entusiasmo nuestros productos. En todos los medios surgen justicieros explicando las razones aviesas de los alemanes para destruir nuestra agricultura y su desprecio racista mediterráneo y llamando a la reacción del orgullo herido. ¡Ay, si hubiéramos tenido este orgullo para impedir que una tropa de incompetentes nos humillara por el mundo! ¡Para defender un respeto del que gozábamos hasta su nefasta llegada al poder! No perderé líneas en exponer esta nueva demostración de incompetencia del Gobierno en la crisis de los pepinos. Ni en evocar lo diferente que habría sido esto si en vez de tres chicas de cuota que no saben ni a qué teléfono llamar, la responsable hubiera sido una Loyola de Palacio que en horas habría cogido un avión para abrir puertas a patadas en Bruselas, Hamburgo y Berlín. Que habría hablado allí a todos los responsables de tú y en su idioma para exigir pruebas a sus acusaciones. Y buscar una limitación de daños para España. El primer día.

Lo que no podría haber evitado ni Loyola es la alarma por una epidemia mortal de virulenta expansión. Y que una política alemana que recibe de un laboratorio unas pruebas que determinan que en unos pepinos españoles fue detectada un tipo de bacteria E.coli lo hiciera público. Cuatro días tardaron los análisis en determinar que esta bacteria no es la misma que causa las muertes. De ser aquí un producto alemán o italiano sospechoso de muertes fulminante ¿se hubiera esperado a agotar todas las pruebas antes de paralizar preventivamente el producto? Y, de haberlo hecho, ¿asumirían los políticos los muertos que se hubieran podido salvar de haberse paralizado el producto, en caso de haberse confirmado la sospecha? Sería para echarse a temblar. Con un poco de honradez intelectual se asumirá que la única forma de limitar daños en esta tragedia era una aceleración de las pruebas con intervención in situde los defensores (?) de nuestros intereses. Para un plan de emergencia ante una epidemia mortal, coordinado en toda Europa. A través de la UE y los ministros de Sanidad —¿dónde estaba la nuestra?—. Parece olvidarse que los principales damnificados son los muertos, y sólo después los demás. Pero aquí, a un Gobierno irritado porque Alemania deja en evidencia sus fracasos y mentiras, le viene bien decirnos que la bruja Merkel sabotea los productos favoritos de los alemanes. Y mil voces se ponen a insultar a nuestro mayor aliado en Europa. Esperemos que los medios sensacionalistas alemanes no se ceben con tanto disparate antialemán. Porque si el repentino desamor se vuelve recíproco, los daños a los pepinos habrán sido una broma. Y Zapatero nos dejará aún más solos y hundidos.

ABC - Opinión

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