Aunque no haya sido una sorpresa, sólo se puede recibir con lógica inquietud el resultado de las elecciones municipales y forales en el País Vasco, que han convertido a la marca blanca de ETA, Bildu, en la primera fuerza política de esta comunidad por su número de concejales, 953 (con Navarra suma 1.134 ediles), y la segunda por el volumen de votos, sólo superada por el PNV. Esta cifra se traduce en que gobernará en 88 municipios vascos y navarros, algunos de tanta importancia como Hernani y Azpeitia, y otros más pequeños, pero de gran simbolismo, como Lizarza. Además, tiene la mayoría relativa en otros 25, entre ellos una capital de provincia como San Sebastián. Su fuerte irrupción le ha convertido en la sexta fuerza política de España y, si extrapolamos estos datos a las generales, podría formar grupo político propio en el Congreso de los Diputados. En fin, que el brazo político de ETA sale robustecido en su regreso a las urnas es tan evidente como que ha obtenido un gran respaldo popular al votarle la nada despreciable cifra de 313.231 electores. Pocos gestos son tan ilustrativos como los protagonizados en la noche electoral por destacados dirigentes de Batasuna, que saludaron los resultados puño en alto. Dicho de otro modo, el éxito de Bildu supone un respaldo a los objetivos políticos de ETA, que sigue en activo y se siente más legitimada para supervisar la acción política e institucional de sus peones. Si ya de por sí es preocupante que el independentismo radical cope amplias parcelas de poder institucional, lo es aún más en la medida en que su matriz, ETA, no ha desaparecido, mantiene las pistolas cargadas y dependerá de su grado de reorganización que vuelva a matar antes o después. Es cierto que está más debilitada que nunca, pero acaba de recibir un resucitador balón de oxígeno de efectos intimidatorios. Nos gustaría creer, como hacen los dirigentes socialistas y nacionalistas, que la apuesta de los batasunos es genuinamente democrática, y que con ella se arrinconará a ETA hasta la disolución. Pero la experiencia histórica nos dice que los terroristas sólo desaparecen cuando son vencidos, nunca por voluntad propia. Por lo demás, Bildu ha dado una patada en el tablero político vasco y los partidos más perjudicados han sido el PNV y el PSE. Paradójicamente, los nacionalistas y los socialistas fueron los que más insistieron en que los batasunos concurrieran a las elecciones. En qué medida se alterarán los pactos y las alianzas de las distintas fuerzas democráticas será cosa de observar en los próximos días, pero sería todavía más desastroso para la salud constitucional del País Vasco que el PSE malbaratara el pacto de Gobierno con el PP que tantos buenos frutos ha dado a toda la sociedad vasca. Con Bildu irrumpe un nuevo foco de tensión y desestabilización que los demócratas deben combatir con inteligencia política y las herramientas legales. Les corresponde a los servidores del Estado de Derecho vigilar los movimientos de Bildu, de modo que ante cualquier indicio de ilegalidad o de que benefician a la banda terrorista, insten la intervención de la Justicia. En este cometido, tendrá especial responsabilidad el Gobierno de la nación.
La Razón - Editorial
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