viernes, 10 de diciembre de 2010

¡Hasta aquí hemos llegado!. Por M. Martín Ferrand

Las enfermedades hereditarias solo caben en las personas, las sociedades pueden redimirse de ellas.

CUANDO, el pasado sábado día 4, el Gobierno decretó el estado de alarma para encarar, de frente y por derecho, el reto provocador planteado por los controladores aéreos, o por parte de ellos, el gesto acreditó a José Luis Rodríguez Zapatero y puso en valor a los ministros implicados en el caso. Gobernar es enfrentarse a la realidad y la afición española a los paños calientes hace que en pocas ocasiones el Ejecutivo, como corresponde, conjugue el verbo ejecutar. Ayer el Congreso le refrendó al Gobierno una sobredosis de alarma y, como decía mi abuela Rafaela, las sobredosis no son buenas ni aunque fueran de agua bendita. La prolongación del estado de alarma nos permite la sospecha de una parte sumergida del iceberg del conflicto o, peor todavía, una licencia para aliviar al Gobierno de los incómodos, pero imprescindibles, trámites que, en el Estado de Derecho, exige la liturgia garantista.

Lo que resulta sorprendente cuando se profundiza un poco en estas cuestiones es comprobar que en el Congreso se contemplan como fenómenos sobrevenidos. Tal cual crecen las setas en el bosque después de la lluvia, así parecen pensar muchos diputados que se suscitó un colectivo de dos mil y pico paisanos desmedidamente retribuidos y autorizados a campar por sus caprichos. ¿Nadie tiene responsabilidades en la germinación, cultivo y desarrollo del problema? Desde Joaquín Garrigues Walker, el primer ministro del ramo después del estreno democrático del 15-J del 77 hasta el ínclito José Blanco, ¿no hay nadie que tenga que entonar la palinodia y confesarse parte del problema? La norma que hoy esgrimen los controladores viene del tiempo en que fue titular de Fomento Rafael Arias Salgado, un personaje tan singular que pudo ser, antes que con José María Aznar, ministro de la Presidencia con Adolfo Suárez y de Administración Territorial con Leopoldo Calvo Sotelo.

La Transición, cuyo balance es claramente positivo, nos obligó a un pasivo democrático no deseable y muy embarazoso. Así se sostienen, desde usos sindicales a formas judiciales, muchas malas costumbres colectivas. En el caso de los controladores, en lugar de escarbar tratando de encontrar una responsabilidad «de los otros», ¿no resultaría más constructivo y benéfico para la ciudadanía que los partidos trataran de, especialmente en asuntos como este de escasa carga ideológica, consensuar el principio de una nueva etapa más funcional y acorde con los usos internacionales? Las enfermedades hereditarias solo caben en las personas, las sociedades pueden redimirse de ellas con un simple grito: ¡Hasta aquí hemos llegado!. Y ni un paso más allá.


ABC - Opinión

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