lunes, 1 de noviembre de 2010

¿Por qué será que algunos quieren amargarnos el turrón?. Por Federico Quevedo

En algún batzoki donostiarra se debieron encontrar tomando unos chiquitos Jesús Eguiguren y Jone Goirizelaia, y tal casualidad ha sido elevada a categoría de negociación secreta entre el PSE y Batasuna. O eso, o aquí se está poniendo en práctica una verdadera ceremonia de la confusión, de tal suerte que a día de hoy resulta imposible saber qué hay de verdad en todo esto y qué es lo que la verdad esconde, si es que esconde algo, que vaya usted a saber. Lo peor de todo, lo más triste, es que se está jugando con algo que quema, y que mata, y que ya ha costado muchas vidas en este largo camino que la pandilla de canallas empezó hace yo que sé cuanto hacia un final incierto y que, en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, puede ni debe ser el que ellos quieren.

A mi me da igual si vienen con banderas blancas y palabras dulces, si nos traen flores para adornar la mesa sobre la que van a ofrecernos una calculada rendición con la que solo pretende enseñarnos su mejor rostro, su sonrisa más apuesta, para ver si así somos capaces de mirar para otro lado y aceptarlos entre nosotros. Pues no. Tanta sangre derramada no puede quedar impune y aquí no cabe generosidad alguna, porque ellos no la han tenido nunca con nosotros. En las guerras se espera que el bando vencedor practique una cierta suerte de benevolencia sobre el vencido, pero esto no ha sido una guerra, no ha habido dos bandos y ni siquiera puede hablarse de vencedores y vencidos, primero porque todavía no ha terminado nada y, segundo, porque solo se vence a quien lucha en igualdad de condiciones y eso no es lo que ha pasado aquí.

«Están dispuestos a facilitarles todo si con eso consiguen el doble objetivo de desviar la atención de la que está cayendo y apuntarse un tanto con el que afrontar la dolorosa experiencia electoral que se avecina.»
Yo no se que se dirían en el batzoki Eguiguren y Goirizelaia -y esto sí es una ficción literaria-, pero si esa conversación ha existido, o ha existido alguna otra que pueda compararse a esa, lo cierto es que como consecuencia de la misma parece que a unos y a otros le ha entrado de repente una prisa casi angustiosa por encontrar la salida pactada que los primeros llevan tanto tiempo buscando. Y los segundos parecen estar dispuestos a facilitarles todo si con eso consiguen el doble objetivo de desviar, aunque sea un poco, la atención de la que está cayendo y apuntarse un tanto con el que afrontar la dolorosa experiencia electoral que se avecina. Llegados a este acuerdo, Eguiguren y Goirizelaia brindaron con chacolí y se tomaron unos montaditos de queso de Idiazábal sobre pan blanco horneado en una tahona de Lekeitio. ¡Hala! Y a los demás que nos parta un rayo, oiga, que nada tenemos que ver, pero vamos a tener que soportar a los indeseables apareciendo un día detrás de otro en las pantallas de las teles de La Secta y en las páginas de El País -que para eso es el diario amigo del portavoz de los GAL-, haciéndonos creer otra vez que se tratan de hombres de paz. ¿Van por ahí los tiros? (Y perdón por la expresión)… Pues no lo se. A estas alturas no me atrevo a asegurarles a ustedes nada, salvo que del dueño de la frase “nos merecemos un Gobierno que no nos mienta” no me fío ni medio pelo.

Porque si bien es cierto que lo del batzoki puede ser verdad y puede que no, también lo es que mientras con una mano el Gobierno da de comer a los demócratas y a las víctimas con solemnes juramentos de que la palabra tregua y la acción de negociar quedaron enterradas bajo los escombros de la T4, y satisface el noble deseo de justicia entregando a la misma un comando detrás de otro día sí y día también, con la otra mano ensaya gestos de complacencia y ofrece retazos de esperanza a quienes más han trabajado en contra de ella durante estas décadas de terror, muerte y pérdida de libertad. ¿Quiere jugar el Gobierno con una carta marcada? Las apariencias así lo indican, aunque luego las palabras vayan por otro lado, pero precisamente en esa argucia es un maestro Rodríguez, y no digamos el portavoz de los GAL. El primero permitió a Eguiguren reunirse con los chicos de las pistolas al tiempo que él negociaba el Pacto Antiterrorista con Aznar. El segundo se llenó la boca de la palabra verificación cuando era evidente que ETA utilizaba la última tregua trampa para recomponerse y él lo sabía. Los dos nos engañaron con el ‘proceso de paz’ e hicieron de la mentira el arma más mortífera entregada a la pandilla de canallas.

¿Les creemos ahora, o no? A mí, sinceramente, me cuesta. La tentación de utilizar el final del terrorismo como arma electoral es demasiado fuerte pero, ¿quien puede fiarse de la palabra de asesinos, sino alguien que está desesperado? Y Rodríguez lo está. Y lo está el Gobierno. Y lo está el PSOE. Y la desesperación es mala consejera, señores míos, muy mala. Por eso no puede extrañarnos que Eguiguren y Goirizelaia tomen chiquitos en el batzoki y que les entre la prisa. Los malos quieren estar sentados al lado de los buenos en las instituciones porque es la única manera que tienen de engordar sus arcas, por un lado, y obtener información, por otro, y seguir dominando las calles del País Vasco como han hecho durante tanto tiempo. Pero no podemos dejarles, no deberíamos dejarles, porque no puede ser que todo lo que las víctimas han sufrido durante tanto tiempo no valga para nada. Lo que se merecen las víctimas es una Navidad en paz, sin imaginarse que a la vuelta de la esquina se van a encontrar con el asesino de sus padres, hermanos, hijos o maridos paseando tranquilamente con un pin en la solapa que ponga: “Soy un hombre de paz, lo ha dicho Zapatero”. No señor, no caben banderas blancas ni repentinos arrepentimientos. Solo cabe la derrota total y definitiva a manos del Estado de Derecho.


El Confidencial - Opinión

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