miércoles, 17 de noviembre de 2010

Gallardón en Barcelona. Por M. Martín Ferrand

No es extraño que a Gallardón lo saquen siempre de visita. También pudiera ser para tenerle lejos de Madrid.

ALGO tiene el PP de mágico y excitante para ser siempre el centro del debate partidista. En las autonómicas catalanas el PP, si nos atenemos a su representación actual en el Parlament, debiera ser asunto menor para los grandes del lugar, el PSC y CiU, de los que surgirá el nombre del nuevo president. Pero los efluvios del partido que lidera Mariano Rajoy tienen tal capacidad sugeridora que el defensor del título, José Montilla, ha retado al aspirante, Artur Mas, a un debate para que aclare si, llegado el momento y la necesidad, pactará con el PP. Lo tradicional es que los candidatos estelares en una confrontación electoral presuman de ser mejores, y hasta más guapos, que sus adversarios y, a mayor abundamiento, tratar de demostrar la incapacidad y perversión de quienes se les oponen y disputan la victoria; pero convertir a un tercero, o cuarto, en discordia en el centro del debate acredita la paupérrima situación ideológica y política de los dos que van por delante.

En el PP, donde la estrategia es poco más que un juego de sobremesa y la táctica un poco menos que los eslóganes y las frases hechas, Alberto Ruiz-Gallardón es la salsa que, en el orden electoral, sirve para todos los platos. Muchos le discuten, pocos le alaban y potencian, pero todos le sacan en procesión cuando llega la hora de seducir al electorado, sea donde fuere, y proyectar la imagen de seriedad y buenas maneras. En Cataluña, Gallardón se ha convertido en galán de compañía para Alicia Sánchez Camacho y, solo o en compañía de otros, escolta a la primera candidata a presidenta de la Generalitat después de una larga sucesión de 128 presidentes varones.

Gallardón de visita gana mucho y, para no decir nada, hace gala de su manejo virtuoso del sofisma capaz de dejar en pañales al mismísimo Protágoras. Su aportación a la campaña del PP en Cataluña puede sintetizarse en una frase feliz:
«España necesita una conexión profunda, permanente y sólida entre Madrid y Barcelona, porque si una de las dos se debilita, toda España sale perjudicada».
Hace falta mucha enjundia para decir algo de tanta solemnidad aparente, con halago implícito para quienes lo escuchan y con barniz de política de Estado sin que el dicho tenga contenido alguno. La conexión entre Madrid y Sevilla, ¿no es necesaria? Si se debilitan Valencia o Bilbao en lugar de Barcelona, ¿no se perjudica Madrid? El sofisma poliédrico, de múltiples entradas y vías plurales, es la perfección del género. No es extraño que a Gallardón lo saquen siempre de visita. También pudiera ser para tenerle lejos de Madrid y que no abunde en su endeudamiento, pero no lo creo.

ABC - Opinión

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