domingo, 24 de octubre de 2010

Rubalcaba. Por Germán Yanke

Con Rubalcaba, el presidente Rodríguez Zapatero tiene, por primera vez, un escudo.

El hecho de que todo el mundo hable de Pérez Rubalcaba, y casi de nada más, revela el éxito, al menos por el momento, de uno de los principales propósitos de la remodelación del Gobierno: el presidente Rodríguez Zapatero tiene, por primera vez, un escudo. Si fracasa la economía, si hay que rectificar hasta lo accidental y simbólico del proyecto iniciado en 2004, si se extiende el desconcierto y el desánimo en el partido, hacía falta, para empezar, una pantalla. Y ya la tiene. Hasta ahora, cualquier acierto de un socialista en cualquier confín de España, era respondido por la Oposición con alguna referencia a que el problema, de todos modos, era el presidente. Veremos lo que dura pero estos días da la impresión de que hasta los errores de Rodríguez son contestados con un sonoro: «miren a Rubalcaba».

Otra cosa es que el escudo parlante (o los quince portavoces) sirvan para resolver los problemas. Los políticos, demasiado a menudo, piensan que el mundo se reduce a su patio particular, como si un dirigente regional apaciguado y un líder de la oposición con cara de sorpresa supusiesen también el entusiasmo del ciudadano que está en la cola del paro. Dicen en Francia que Nicolas Sarkozy promueve cambios de gobierno para que, al menos de vez en cuando, los ministros puedan hablar de lo que van a hacer en vez de dar explicaciones sobre lo que un porcentaje cada vez mayor piensa que han hecho mal. En esta paradójica remodelación del Gobierno de Rodríguez Zapatero, los nuevos se comprometen a explicar lo que ya se ha hecho, como si, en vez de ministros de un nuevo proyecto adecuado a las circunstancias, fueran abogados que, mejor dotados para la retórica, apartan a sus defendidos (y al principal de ellos) de los focos y las cámaras.

Rubalcaba, para la defensa acompañada del ataque -y hay quien piensa que es la mejor- ha demostrado sus dotes. El viernes le dio por la vagancia del PP y, en pleno entusiasmo, habló de la genética del adversario para criticar el «sexismo», algo parecido a acabar con el fuego en la cocina incendiando toda la casa y que desmerece de sus sobradas habilidades. O pone por delante de una política razonable el trazo grueso con el que se consuelan los fanáticos. Pertenece todo ello a la bajeza de nuestro debate político pero el mayor riesgo, sin duda, es que ese papel lo tenga que hacer, precisamente, el ministro del Interior.


ABC - Opinión

0 comentarios: