domingo, 24 de octubre de 2010

El co-presidente. Por Ignacio Camacho

Encomendado al último eslabón del tardofelipismo, el presidente ha entonado la palinodia final de un enorme fracaso.

NI siquiera el tándem histórico de Felipe González y Alfonso Guerra admite comparación con la bicefalia que acaban de constituir Rodríguez Zapatero y Pérez Rubalcaba. Felipe nunca delegó el liderazgo, nunca renunció al número uno, y de hecho acabó liquidando a su valido tras haber prometido hacer causa común con él. Zapatero ha puesto su presente y su futuro en manos de un verdadero co-presidente cuya acumulación de poder —la policía, los servicios secretos, la coordinación ministerial y la portavocía del Gobierno— le va a permitir incluso filtrar la información de que disponga su teórico jefe. Se trata de lo más parecido a una abdicación que ha ocurrido en la política contemporánea española: un gobernante agotado, abrasado por sus errores, que entrega las llaves de su proyecto a un profesional del poder a costa de inmolarse a sí mismo como líder.

El miércoles comenzó el postzapaterismo. La copresidencia no tendría sentido si Zapatero vuelve a ser candidato porque su valor electoral está destruido. Rubalcaba queda investido de la función de decidir si será él mismo el cabeza de cartel o dará paso a una tercera persona. La misión de organizar el fin de ETA responde a la necesidad de cerrar el mandato del presidente con un legado distinto al de los cuatro millones de parados, y eventualmente proyectar sus propias aspiraciones de liderazgo. El resto de su trabajo consiste en construirle al PP un relato negativo que aminore o neutralice la ventaja que ha cobrado en los sondeos de opinión pública, y en administrar a favor de su causa el miedo que inspira su control de las cañerías secretas del Estado. Al situarlo en la verdadera cúpula del poder, Zapatero le ha otorgado la facultad de decidir sobre su propio destino. Ambos tienen seis meses, diez a lo sumo, para evaluar el éxito de esta operación terminal que medirá sus resultados en las municipales y autonómicas de mayo. Al comienzo del próximo curso como muy tarde, la socialdemocracia habrá de proponer a la sociedad española una candidatura para las generales, que son la ultima ratio de este experimento bicéfalo.

El zapaterismo ha muerto. Sólo Leire Pajín, y en cierta medida Trinidad Jiménez, permanecen como testimonio residual del liquidado pensamiento Alicia, el juvenilismo feminista de las alegres políticas ingrávidas que cayeron escombradas en el terremoto financiero de mayo. Encomendado al último eslabón del tardofelipismo, el presidente ha entonado la palinodia final de un enorme fracaso, que subraya el generalizado alivio del partido ante su maniobra de rescate a la desesperada. Pero lo que Rubalcaba va a tratar de rescatar no es el proyecto de Zapatero, ni mucho menos el rumbo de un país en quiebra social, sino la supervivencia del PSOE más allá de una experiencia fallida.


ABC - Opinión

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