En las últimas horas la situación en la frontera de Melilla ha experimentado una apreciable mejoría. Las gestiones institucionales, como el encuentro de ayer mismo del director general de la Policía con altos cargos marroquíes para analizar la crisis diplomática y preparar la próxima visita a Rabat del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, parecen haber propiciado una paulatina distensión en el paso de Beni Enzar. La campaña de bloqueo de suministros a la ciudad autónoma por parte de los alborotadores marroquíes, que debía prolongarse desde ayer hasta el fin de semana, sólo ha durado un día. La limpieza de la denominada «zona de nadie», con la desaparición de los carteles denigrantes y ofensivos contra la Policía española, y, especialmente, contra las agentes, atestigua ese retorno a una cierta normalidad. Es evidente que la máxima responsabilidad del conflicto diplomático es de quien lo ha provocado, el régimen alauita; pero también de quien ha consentido que la situación degenerara, la diplomacia española, por su parálisis e incapacidad para reaccionar con eficacia ante el problema. El Gobierno tendrá que responder en sede parlamentaria de la gestión de la crisis y de sus consecuencias, y especialmente de la desaparición del ministro Moratinos y del vacío diplomático en Rabat –sin embajador ni cónsules españoles– denunciado por La Razón. Lo acontecido en Melilla ha puesto de manifiesto la falta de atención y solidaridad de las autoridades españolas hacia una parte del territorio nacional que se siente olvidada. Los titubeos del Gobierno y del PSOE han sido una prueba de cargo de esa frialdad. En este sentido, ha sido especialmente concluyente la agria reacción del Gobierno contra la presencia de dirigentes del PP en la ciudad autónoma, especialmente, la de José María Aznar. Hablar de deslealtad al Gobierno parece la pataleta de un Ejecutivo que sangra por la herida diplomática abierta por su desidia. Por no recordar el inopinado viaje de Zapatero a Marruecos como líder de la oposición en 2003, en otra crisis diplomática y con el embajador llamado a consultas; el posado del líder socialista ante un mapa en el que Ceuta, Melilla y Canarias aparecían como territorios marroquíes, o los encuentros de Felipe González con el rey alauita . Aznar, como cualquier otro español, es muy libre de visitar la ciudad española que considere conveniente. Por lo demás, no hay peor deslealtad a España y a los españoles que no defenderlos de la agresión externa. Y que un ex presidente ocupe un vacío institucional evidente y acuda a respaldar a una ciudad española en complicaciones es, ante todo, un ejercicio de responsabilidad. El último desencuentro con Marruecos no debería cerrarse como otros. Es obligado extraer conclusiones sobre las complejidades fronterizas en las ciudades autónomas, que son también los límites de la UE, y que tanto condicionan el desarrollo y la prosperidad de sus ciudadanos. Lo ideal sería establecer de una vez por todas un marco de estabilidad duradero para unas relaciones pacíficas y de buena vecindad, beneficiosas para ambas partes. Porque damos por sentado que la cita de Rubalcaba en Rabat cerrará la crisis, pero ¿hasta cuándo?
La Razón - Editorial
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