miércoles, 11 de agosto de 2010

Pinocha. Por Alfonso Ussía

Me cae bien, hasta simpática, Trinidad Jiménez. Es lista y trabajadora. Aunque sea socialista, se mueve fuera de los tópicos y los lugares comunes de esa estimada menestra de verduras. En muy contadas ocasiones hemos coincidido, y nuestro mutuo trato ha sobrevolado al correcto y protocolario. Su mayor defecto no es suyo propio. Es sobrina de Jiménez Villarejo. Yo también lo soy y lo he sido de algunos majaderos, y he superado la desagradable situación. Por todo ello, no siento alegría por su mal principio en la nueva aventura que le ha inventado Zapatero. Siempre se puede mentir, pero no tan pronto. Trinidad ha dicho que ella no es la candidata de Zapatero a la Comunidad de Madrid y que el presidente no le ha pedido nada. Se trata de una mentira tan gorda como innecesaria. Es la candidata de Zapatero y el presidente se lo ha pedido en público y en privado. Nariz larga y aguileña que le ha crecido. Y está quedando mal para perder. No escribo que contra Esperanza Aguirre en las próximas elecciones, sino frente a Tomás Gómez en las primarias del Partido Socialista de Madrid. Y una gran mentira siempre viene de la mano de otra. Ha declarado la actual ministra de Sanidad que ella no es de las que se van. Tururú. Tararí que te vi. Es de las que se van. Años atrás, su lejano pariente Alberto Ruiz-Gallardón le dio un repaso electoral de padre y muy señor mío. Trinidad no aguantó ni dos meses al frente de la Oposición, que fue el lugar que eligieron para ella los ciudadanos y la libertad de voto. Le inventaron un chiringuito en Exteriores y dejó a los suyos en lamentable situación de calzonas rajadas. Estas mentiras de Trinidad Jiménez nada dicen a su favor. Antaño no las hubiera emitido. Sucede que es ministra del Gobierno presidido por el político más mentiroso y frívolo de nuestra Historia, y todo se contagia.

Madrid y Valencia son las obsesiones socialistas. Son plazas fundamentales que ellos perdieron, y en cada cita electoral, la distancia para recuperarlas se agiganta. Esperanza Aguirre es un hueso dificilísimo de roer, entre otros motivos, porque lo ha hecho y lo está haciendo muy bien. Es intocable, a pesar de la poca simpatía que siente por ella el máximo dirigente del Partido Popular. No me refiero a Mariano Rajoy, sino a Pedro Arriola, el marido de Celia Villalobos. La verdad es que, durante un tiempo, Rafael Simancas nos inspiró a más de uno la risa, pero la lección del calendario nos obliga a reconocerlo como el más digno y directo competidor socialista contra el muro de Esperanza Aguirre. Un candidato no se inventa de la noche a la mañana, y Trinidad es un nuevo y torpe invento del perenne alucinado. Aquí el único que ha ganado ha sido Gómez, que al fin se ha dado a conocer. Ya lo conocen más de cuatro. Me parece que el diálogo es de Tono: –Si eso sucede, se van a enfadar más de cuatro–; –¿Y para usted que son más de cuatro?–; –para mí, son cinco–.

Cuando Zapatero se pone a inventar el lío está asegurado. Le ha salido mal lo de Trinidad Jiménez, y bien haría esta simpática y atractiva mujer en no empecinarse. No está mal quedarse como ministra de Sanidad mientras dure el empleo. Una ministra puede mentir, porque de ser descubierta, le endosa la mentira a cualquiera de sus más allegados colaboradores, que para eso cobran. Pero en una precandidata, las mentiras son de ella, y ya le han pillado en dos. Mal principio. No se puede caer en la elementalidad primaria de Pinocho. Esas cosas no se perdonan en las urnas aunque diviertan a la ciudadanía. Trini, quédate en donde estás, que no es moco de pavo ni cuesco de colibrí.


La Razón - Opinión

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