Rodríguez Zapatero perdió ayer otra oportunidad de ganarse la confianza de quienes consideran ya sus palabras como un síntoma más de la crisis que tratan de conjurar.
TRAS despachar con Su Majestad el Rey en el palacio de Marivent, el presidente del Gobierno compareció ayer ante los medios para celebrar el tímido signo positivo de unos indicadores económicos que en los últimos días han coincidido en avanzar —al menos de forma superficial, si no provisional— el comienzo de la recuperación económica. Rodríguez Zapatero volvió por sus fueros en una lectura muy personal e interesada de las grandes variables analizadas por el Banco de España y, por otra parte, registradas por los servicios públicos de empleo, sobre los que sostuvo un discurso engañoso y de nuevo interesado. El ligero repunte del PIB durante el segundo trimestre quizá sea una realidad, pero también las contundentes advertencias del Banco de España sobre una recaída en el último tramo de 2010 y las aún peores previsiones del BBVA, publicadas el pasado lunes y que sitúan en el 0,6 por ciento el hundimiento de la economía española a lo largo de este ejercicio. De igual manera, y sin abandonar el tono triunfalista que desde hace años utiliza para rechazar el impacto de la crisis o darla por zanjada, Rodríguez Zapatero se hizo eco del descenso del desempleo en julio, pero sin reconocer que el 93 por ciento de los nuevos contratos firmados es de carácter temporal.
Cogido con alfileres y construido con el fin de hacer públicas las presuntas virtudes de su tímido y errático programa de reformas y recortes, el discurso del presidente del Gobierno representa la enésima huida de la realidad de quien ha hecho de la impostura, cada vez más evidente y contraproducente, la primera seña de identidad de su irresponsable gestión en materia económica. La alarmante falta de confianza de la sociedad española hacia Rodríguez Zapatero, del que casi un 80 por ciento de los encuestados en el último barómetro del CIS aseguraba desconfiar en mayor o menor medida, está en la base de la parálisis económica de un país que necesita rigor y al que le sobran anuncios ya inverosímiles sobre la recuperación. Aunque más moderado en sus previsiones que de costumbre, quizá serenado por el carácter institucional de su encuentro con el Rey, el presidente del Gobierno perdió ayer otra oportunidad de ganarse la complicidad de quienes consideran ya sus palabras como un síntoma más de la misma crisis que tratan de conjurar. La salida del bache económico es tarea de todos, pero quien está obligado a marcar el camino no puede seguir dando pistas falsas sobre la distancia restante, los accidentes del terreno y la dirección a tomar. La confianza es clave.
ABC - Editorial
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