SE despejó la incógnita: no habrá huelga de controladores aéreos ya que —en el último momento— el sentido de la responsabilidad se ha impuesto sobre las posturas radicales que tenían en jaque al sector turístico y a miles de ciudadanos, no sólo españoles. El sindicato de controladores ha mantenido un pulso con AENA y, en último término, con el ministro de Fomento, a quien atribuye todas las culpas de una confrontación que tenía en vilo a miles de pasajeros y que ha causado ya un grave perjuicio a la economía. En efecto, las reservas de hotel anuladas o los planes familiares alterados no podrán ser compensados, aunque haya que alabar el gesto de cordura que supone la renuncia a la huelga por parte de un colectivo que, al apostar por la amenaza, no ha sabido transmitir las razones de su postura a la opinión pública. Nadie pone en duda el derecho de estos profesionales a defender sus reivindicaciones, pero en esta crisis se han superado con demasiada frecuencia los límites que imponen el sentido común y la solidaridad en tiempos de dificultad.
Los controladores aéreos no tenían derecho a convertir a los ciudadanos en rehenes de un chantaje que, una vez concluido, debería llevar a AENA a completar un acuerdo que hace unos días estaba prácticamente cerrado. José Blanco, por su parte, no debería tomar el asunto como una operación de imagen política si no quiere malgastar el apoyo que le ha brindado la opinión pública por su firmeza en esta crisis. Una vez alejado el fantasma de la huelga, llega la hora de celebrar nuevas reuniones en busca de acuerdos, siempre en el marco de la ley y al margen, en todo caso, de personalismos y posturas de fuerzas. El precio a pagar por la huelga fantasma de los controladores ha sido ya demasiado elevado.
ABC - Editorial
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