lunes, 9 de agosto de 2010

La primera derrota. Por José María Carrascal

Zapatero, en otra de sus ventoleras, se ha enfrentado con sus bases madrileñas. Y las bases han resistido, lo que advierte que incluso los suyos empiezan a dudar de él.

LE quedan muy pocas cosas que destrozar a José Luis Rodríguez Zapatero, entre ellas, su partido. Pero si le dan tiempo, lo destrozará también. Ha destrozado la nación española, ha destrozado nuestra economía, nuestro prestigio exterior y ha empezado a destrozar el PSOE, con una grieta grande en Cataluña y otra potencialmente mayor en Madrid. Es la consecuencia de sus tres principales características: la carencia de preparación, el exceso de arrogancia y la falta de principios. Zapatero llegó a la Moncloa por la carambola que supuso la crisis interna del PSOE tras la salida de González y la crisis del PP tras los atentados del 11-M. Sin haber sido ni siquiera concejal, su único mérito era ser una página totalmente en blanco, pues ni en su expediente académico ni en su experiencia política había nada relevante, limitándose en el Congreso a votar lo que le mandaban. Pero este historial impoluto resultaba refrescante para un PSOE lleno de borrones y un PP prácticamente K.O.

Pronto se vio, sin embargo, que los planes del nuevo presidente eran tan ambiciosos como radicales. Alfonso Guerra había dicho que querían dejar España que no la reconociese ni la madre que la parió. Zapatero quiso dejarla en que ni siquiera pareciese España. Se puso a negociar con ETA, ofreciéndola casi todo lo que pedía, y prometió a los nacionalistas catalanes todo lo que pidiesen. Puso en entredicho la Transición y a cuantos la habían hecho, socialistas incluidos, abrió fosas de la guerra civil y no contento con ello, quiso dar la vuelta al pasado de éste viejo país con una Ley de Memoria Histórica. En el plano social, fue mucho más allá del consenso ciudadano sobre materias como el aborto y la homosexualidad, y en el político, intento meter en un lazareto al principal partido de la oposición. Mesianismo puro, rodeado de un círculo de incondicionales que excluía a los expertos, para fiarse sólo de su intuición. Como todo aquel que no ha trabajado en serio en su vida, despreció la economía, hasta que se le vino encima, y ha tenido que empezar a hacer cosas que ni en sus peores pesadillas hubiera soñado.

No le quedaba ya mucho por deshacer, pero el partido venía apoyándole por esa suicida solidaridad ideológica que caracteriza a los españoles. Ahora, sin embargo, ha sido él quien, en otra de sus ventoleras, se ha enfrentado con sus bases madrileñas. Y las bases, ¡oh milagro!, han resistido, lo que advierte que incluso los suyos empiezan a dudar de él. La batalla de Madrid no va a ser entre el PP y el PSOE, sino dentro del PSOE. El primer asalto lo ha perdido el presidente. Su primera derrota de verdad.

Más le hubiese valido irse de vacaciones a Doñana.


ABC - Opinión

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