lunes, 9 de agosto de 2010

El final del destierro

El miedo ha sido el gran aliado de los nacionalistas: el miedo a exhibir la bandera, el miedo a llevar a la selección nacional, incluso el miedo a aplicar la ley.

LA selección española de baloncesto ha vuelto a jugar en el País Vasco, después de veintidós años de ausencia. Durante el fin de semana, el equipo nacional de baloncesto ha participado en un triangular con sede en Vitoria. La profunda anormalidad que ha caracterizado la situación social y política del País Vasco ha convertido en noticia la presencia de la selección en una ciudad vasca. No es para menos, porque el veto a los combinados nacionales para jugar en esta comunidad autónoma ha sido una más de las expresiones de claudicación ante el ideario nacionalista. El problema nunca fue este prejuicio nacionalista —uno más de los que adornan la doctrina excluyente del PNV—, sino la sumisa actitud con que los gobiernos centrales y las federaciones deportivas lo aceptaron. El cambio de Gobierno en el País Vasco —que ha propiciado también un cambio de régimen: del nacionalista asfixiante a uno plenamente democrático— ha sido decisivo para normalizar la presencia del deporte español en esta comunidad. La Vuelta a España —escenario, en su día, de crímenes de ETA— también pasará por territorio vasco y, antes o después, el equipo de Vicente del Bosque jugará un partido internacional en Bilbao, San Sebastián o Vitoria. Para muchos ciudadanos es posible que todo esto sea anecdótico, pero las reacciones nacionalistas demuestran que no lo es. El portavoz del PNV en el Parlamento de Vitoria, Joseba Egibar, se lamentaba de que la presencia de la selección española de baloncesto en la capital vasca diera a entender que el País Vasco es España. Carod-Rovira también se quejó amargamente de que en Barcelona se exhibieran banderas españolas tras la victoria en el Mundial de Sudáfrica. Los nacionalismos siempre han entendido correctamente la eficacia simbólica y política que tiene el deporte para las aspiraciones soberanistas, y por eso, piden tener selecciones propias con empeño similar al que aplican para desterrar a los combinados españoles.

En Vitoria, la selección de baloncesto llenó el pabellón que lleva el nombre de una víctima de ETA, Fernando Buesa. Fuera, unos pocos cientos de independentistas gritaban contra la bandera española y pedían selecciones vascas. Éste es un pulso que, como tantos otros, se gana siempre que se acepte con convicción y determinación. El miedo ha sido el gran aliado de los nacionalistas. El miedo a exhibir la bandera, el miedo a llevar a la selección nacional, incluso el miedo a aplicar la ley. Cada vez que algo de esto se hace, no sólo no suceden las catástrofes anunciadas por los agoreros, sino que mejora la calidad política, social y democrática del País Vasco.

ABC - Editorial

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