viernes, 23 de julio de 2010

¡Menuda mala leche que se gasta De la Vega!. Por Federico Quevedo


La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, es una mala persona. Lo digo así, sin acritud alguna. Verán, hay personas con las que se puede estar o no de acuerdo, con las que se puede disentir en el terreno de la cordialidad, e incluso a veces manifestar un desacuerdo más profundo y, sin embargo, tener una relación más o menos fluida dentro del mutuo respeto.

En mi caso, hay políticos destacados del Partido Socialista con los que me llevo muy bien, discrepancias aparte, y otros con los que creía que esa relación sería más difícil y en los que luego he descubierto que en el terreno de lo personal hay mucho espacio para el entendimiento. Lo mismo ocurre con políticos del centro-derecha a pesar de la afinidad ideológica: hay algunos a los que no les confiaría nada que tuviera en cierta estima. Y luego hay malas personas, gente que, independientemente de su inclinación ideológica, demuestra un permanente desprecio por los demás, sobre todo si los demás forman parte de sus adversarios políticos, y en ese perfil encaja a la perfección María Teresa Fernández de la Vega.


Ayer, sin ir más lejos, demostró una vez más -una de muchas-, que su empeño por demonizar al PP no conoce límites, y decir, como dijo, que “el PP temía el triunfo de La Roja por si aumentaba el optimismo” es de una mendacidad propia de quien solo mira a través del prisma de su propia perversión. Como comprenderán, no merece la pena ni dedicar una línea a desmentirlo, pero sí un artículo a denunciar semejante manifestación de sectarismo y rencor, que solo puede venir motivada por dos razones: la primera, una complicada situación personal y, la segunda, el nerviosismo propio de quien ve óomo desde el punto de vista político las aguas para ellos bajan turbias y no auguran nada bueno en el futuro próximo.

Batallas perdidas

Me referiré a su situación personal, obviamente ligada a la política -su vida privada no me interesa lo más mínimo-, primero. De la Vega, la mujer con el fondo de armario más profundo de la Historia de España, es vicepresidenta desde la pasada legislatura. Pero si bien es cierto que durante los primeros cuatro años de Gobierno de Rodríguez su figura política creció hasta a veces, incluso, ensombrecer la de su jefe, también lo es que en estos dos años de la segunda legislatura se ha ido precipitando al vacío que produce que se haya descubierto la verdadera dimensión de su persona.

Y es que, lejos de esa imagen de mujer trabajadora e incansable, siempre al quite cuando cualquier otro miembro del Gobierno se veía atrapado por las circunstancias, la primera en ponerse al frente de cualquier manifestación y arrojar sobre sus hombros los problemas de los demás ministros, lejos de esa imagen, insisto, la que se ha destapado en esta legislatura es la de una tramposa que igual se monta unas vacaciones de lujo a costa del presupuesto con la excusa de un viaje oficial en pleno mes de agosto, que se inventa un empadronamiento forzoso en Valencia para poder votar en la provincia cuya candidatura encabeza, que demuestra que solo sabe hablar delante del micrófono con un discurso escrito de antemano independientemente de lo que le digan los diputados de la oposición, que nunca contesta a las preguntas que se le hacen en el Parlamento, etcétera, etcétera.

Probablemente en su pérdida de imagen tenga mucho que ver la portavoz del PP en el Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría quien, desde el primer momento, le cogió la medida a la vicepresidenta y semana tras semana pone en evidencia sus mentiras, su demagogia, sus renuncios y la escasa solidez de sus argumentos. Como De la Vega no puede utilizar con ella las mismas artimañas que en el pasado utilizaba contra Acebes y Zaplana, se queda cada sesión de control a dos velas, y pierde todas y cada una de sus batallas con la portavoz del PP.

Cuestionada

Ahora, la antaño todopoderosa vicepresidenta, se encuentra cuestionada en el Consejo de Ministros e, incluso, en el partido, y sabe que puede tener los días contados. Quizá sea eso lo que hace que su ya habitual mala leche se haya vuelto aún más agria, pero también puede ser que, en el fondo, cumpla el dicho según el cual cree el ladrón que todos son de su condición y, en el fondo, esa marea de orgullo patriótico que se ha extendido por toda España esté evidenciando de un modo como nunca antes había ocurrido el lado más antiespañol y pro-nacionalista de este Gobierno. Estoy seguro de que a la misma De la Vega que se le llena la boca diciendo La Roja en lugar de selección española, le producen una incómoda urticaria las banderas rojigualdas y los lalalas que sobre la música de fondo del himno nacional inundaron en los días siguientes a la victoria del equipo español las calles y plazas de toda la geografía nacional.

Orgullosos de ser españoles, pero no todos, y entre estos últimos el presidente y De la Vega. Si a ese constante empeño por desmarcarse de todo lo que pueda simbolizar patriotismo se une el vergonzante ejercicio de humillación gubernamental ante el más nefasto gobernante que haya tenido en toda su historia Cataluña, es decir, Montilla, es lógico que Rodríguez y, sobre todo, De la Vega -el primero es un irresponsable que no se da cuenta de las cosas- teman todavía más este resurgir del orgullo patrio que se ha extendido de manera muy particular entre la juventud de nuestro país, y que desnuda el ejercicio de traición a la unidad nacional recogida en la Constitución y de sumisión a la voluntad de unos pocos a que se ha entregado el gobierno de Rodríguez. No era el PP, señora De la Vega, el que temía la victoria de La Roja.


El Confidencial - Opinión

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