martes, 13 de julio de 2010

La Roja consigue irritar al nacionalismo radical. Por Federico Quevedo

Hay dos reflexiones que me gustaría hacer después de ver el partido del pasado miércoles contra Alemania. La primera es futbolística, a pesar de que en absoluto soy un entendido en la materia, si alguna vez alguien me preguntara qué es el fútbol, le diría que viera el video de ese partido. Eso es fútbol. Esfuerzo. Precisión. Ambición. Compañerismo. Prudencia. Podríamos seguir y todas esas virtudes las encontramos el otro día en el juego de España bajo la batuta de un seleccionador que se ha consagrado como uno de los mejores del mundo. Es cierto que Aragonés llevó a España a su segunda gran final y la ganó y hoy la selección es campeona de Europa, pero el fútbol tenía una deuda pendiente con España en un Mundial, y esa deuda por fin se ha saldado, independientemente de lo que ocurra el domingo en la final, aunque si España gana entonces ya se habrá logrado la gloria. Pero esa deuda lo es con jugadores como Di Stefano, Butragueño, Parra, Míchel, Guardiola y tantos otros excelentes jugadores que, por mala suerte la mayoría de las veces, se quedaron siempre a las puertas de un Mundial pese a ser jugadores de primer nivel y, muchos de ellos, a la altura de los mejores del mundo. El domingo estaremos todos, pero todos, apoyando a Puyol, Casillas, Villa, Pedro, Iniesta, Ramos –ya nos sabemos la alineación al completo-… y los haremos orgullosos de ser españoles y de que ese variopinto grupo de jugadores nos represente.

¿He dicho todos? Pues no, es verdad. Y esta es la segunda reflexión que quería hacer, de contenido más político si me lo permiten. Estos días, como he dicho antes, la inmensa mayoría de los españoles nos sentimos orgullosos de serlo, y esta es una de esas pocas veces en las que hemos conseguido deshacernos de nuestros complejos y portar con orgullo los emblemas nacionales, sobre todo la bandera. Vayamos por donde vayamos vemos balcones engalanados con la enseña patria, coches cuyas antenas llevan la bandera ondeando al viento, y a todo el mundo le parece bien, nadie señala al que lo hace con el apelativo de facha en la punta de la lengua. Por fin nos hemos dado cuenta de que el himno, el escudo y la bandera nos pertenecen a todos, seamos de izquierdas o de derechas, y eso es un gran paso adelante en la tarea de construcción de un país moderno y democrático. Es más, aunque parezca que no tiene nada que ver, el hecho de que todos juntos sintamos ese orgullo seguro que ha servido para volver a cicatrizar las heridas que estúpidas políticas de recuperación de la Memoria Histórica habían reabierto. Sin embargo, ha quienes ni por esas se dan cuenta de que su cerrilismo, su aldeanismo, tiene más de tiempos en los que hombre vivía en las cavernas y se sienten agredidos por estas muestras de orgullo patrio.
«A los nacionalistas les irrita que los integrantes de su tribu se olviden de que sus señas de identidad son las más importantes del mundo.»
Son los nacionalistas, esos pequeños neandertales con boina anclados en la sociedad tribal. A los nacionalistas les irrita que los integrantes de su tribu, que los miembros de su aldea, arrastrados por el entusiasmo general, se olviden de que sus señas de identidad son las más importantes del mundo y dejen fluir el verdadero sentido patriótico que nace de las emociones que producen las victorias de nuestra selección, y entonces manden a la mierda, con perdón, los símbolos tribales y cuelguen de los balcones banderas de España para que ondeen al viento en todo su esplendor. O sea, que se sientan españoles y no se avergüencen de serlo. Y justo ahora, cuando además el nacionalismo está más exacerbado por culpa de la sentencia del Estatut que al final ha dejado el soberanismo en bragas. No pueden soportar, por ejemplo, que un partido de La Roja triplique, cuadruplique en incluso quintuplique la audiencia de un debate apasionante en la TV3 sobre la sentencia del TC, cuando realmente es eso lo que debería importar a todos los catalanes. Entonces, los nacionalistas más radicales se ponen como locos y animan a Alemania –y el domingo a Holanda-, y aseguran que quieren ver perder a la selección española, y envían sms del tipo de: “España y Alemania van a empatar en la prórroga y en la tanda de penaltis será un jugador catalán el que falle para que pierda España”. Pues os jodéis, fue un jugador catalán el que le dio la victoria a España, y de eso es de lo que más nos alegramos.

Luego están los nacionalistas moderados, que son los que dicen que ellos van con el mejor y que ese es el que debe ganar… ¡Pero no me seas gili, Urkullu! Si en el fondo, aunque no lo dices, estás deseando que gane España y serás el primero que se siente el domingo a ver el partido y gritar cada vez que un jugador español encañone la portería de Holanda… Como si no lo supiéramos. Todo esto es una pose, en parte, porque el problema es que se la acaban creyendo y nos montan líos como el del Estatut, aunque ellos mismos son conscientes de que fuera del regazo de la madre patria no van a ningún lado y estarían más perdidos que el pulpo Paul en un garaje. Lo cierto es que la gran actuación de La Roja está poniendo en evidencia las miserias de estos pobres aldeanos con una visión más corta que la boquilla de un Celtas, y destapa hasta que punto de cretinismo pueden llegar nuestros nacionalistas patrios, a los que no les importa nada cobrar su sueldo de nuestros impuestos y eso no lo consideran mancharse las manos de nacionalismo español, pero sin embargo si se dedican a provocar a sus compatriotas con el desprecio hacia algo de lo que, como digo, hoy nos sentimos orgullosos todos los españoles: nuestra selección. Pues allá ellos, que se muerdan la lengua y se envenenen.


El Confidencial

1 comentarios:

malyssia dijo...

Básicamente, y mézclalo con política si quieres, a mi me parece lamentable que por un partido de fútbol se nos olvide todas esas cosas que "tanto dolor nos causan" el resto del tiempo: el paro, la idea de nación que tenga cada uno (ya que lo nombras en concreto), la situación económica actual, ... eso sí que me parece provinciano.