jueves, 29 de julio de 2010

Feliz estabulación. Por Hermann Tertsch

Dóciles todos y con vocación de ganado de establo, el toro bravo y la lidia son para ellos una provocación.

«COMO si le hubieran clavado las banderillas a ellos: así han reaccionado los del sector protaurino», ha dicho la voz en off del telediario de las tres en TVE. Así anunciaba la buena nueva la principal televisión de Zapatero y de su patético «gepeto» Oliart. No pueden ocultar su felicidad y desde luego nada tiene que ver esta alegría con el toro de lidia, ese bellísimo animal que es previsible nuestros nietos o biznietos ya sólo puedan admirar en fotografías o películas. O en cuadros y viñetas como a los diplodocus. Se extinguirá el animal libre que vivía feliz en la dehesa durante sus cinco años de crecimiento y preparación para el rito final, su encuentro con el hombre que lo hizo posible, la culminación de una vida en unos momentos de intensa belleza, en el resplandor del instante que escenifica como nada el paso de la fuerza al más allá, la emoción milenaria y eterna, con toda la verdad de la muerte.

En realidad era lógico que esto sucediera y más que fuera en Cataluña. ¡Qué pinta ya allí una ceremonia de excelencia y gallardía, una liturgia de la verdad y una evocación del pálpito de lo sagrado! Lo que pintaría una reflexión de Hamlet o un lamento de Fausto en un programa televisivo de sobremesa. Lo decía como pocos hace unos días en este periódico el dramaturgo y actor Albert Boadella, uno de tantos huidos del terrible tedio que produce una sociedad roma, plana. Producto de treinta años de catetismo sentimental agro-nacional, adobado con la vocación totalitaria izquierdista, la picaresca omnipresente del 3 por ciento y los ladrones amantes de la ópera. Con la sardana como máxima expresión cultural.

Está claro que la vida animal ideal de nuestros héroes de ayer es del burro peludo o del cerdo estabulado, engordado a la carrera con pienso e inyección para la matanza y cosecha de butifarra. Aunque ambos tengan más carácter que los que asisten callados y dóciles a esta transformación de parte de España en un parque temático en el que todos pretenden comportarse como el poder o «Catalunya» demanda de ellos. El asno como icono y su mansedumbre como virtud suprema, revelan ese puritanismo tan sentimental como sórdido de quienes no quieren destacar y están dispuestos a aplastar a quien lo haga. Todos estabulados y felices bajo la señera y del manto de la arrogancia que los lleva a llamar casposos a los de fuera, a los otros, cuando la caspa de la ñoñería mentirosa les cubre hombros y cejas. Dóciles todos y con vocación de ganado de establo, el toro bravo y la lidia son para ellos una provocación. Y ante cualquier recuerdo de libertades pasadas, coraje individual o formas de vida ajenas a la superstición y la leyenda patria reaccionan con agresividad y fanatismo. Habrá quien piense que lo aquí escrito es agitación anticatalana. En absoluto. Creo que la estabulación voluntaria ha prendido en toda España. El mundo del toro ha demostrado la misma indolencia ante la agresión a su libertad como la sociedad española ante los 6 años de desmanes sufridos sin mayor queja. La estabulación continua. Cataluña es una vez más la vanguardia española.


ABC - Opinión

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